Mariano Antolín Rato escribe sobre Silencio tras el telón del sueño, su nueva novela, que este lunes la editorial Pez de Plata presenta en Madrid (en Enclave de libros, calle Relatores 16, con Vicente Luis Mora).
Preguntaron a Borges por qué y cómo había escrito algo. Su respuesta, según la recuerdo, fue: «Yo bastante hice con escribirla». Hago mía la frase.
Bueno, es evidente que debo matizar esa afirmación puesto que voy a contar algunas cosas de una novela que se acaba de publicar y lleva mi nombre en cubierta. Y es que creo posible proporcionar, por muy marginales que puedan parecer, ciertas observaciones sobre su escritura. Máxime cuando empleé unos cuatro años en considerarla terminada y digna de ofrecérsela a los lectores —quizá debiera emplear «las lectoras» dado que, dicen las estadísticas, las mujeres superan con mucho a los hombres a la hora de interesarse por la lectura de una novela. Pero, como no soy un político en busca de votos, me arriesgo a usar el masculino genérico, el cual, explica el Diccionario de la Academia, «se basa en su condición de término no marcado en la oposición masculino/femenino».
En definitiva, y sin que sirva de regla inflexible, me atengo a las doctas normas dictadas de los ocupantes de esos sillones desde los que se fija y da esplendor al idioma. Algunos de ellos, dicho de paso, y sin que nunca llegue a comprender del todo los esfuerzos y servilismos que les exigió ascender a semejante olimpo, son amigos míos. Y la amistad constituye uno de los incomprensibles principios a los que me atengo para poder continuar sobreviviendo sin excesiva indignidad y escribir. Otros elementos fundamentales, como comprobará cualquier hipotético lector de Silencio tras el telón del sueño, y en ocasiones por encima de este, son el enrevesado cultivo del amor, el intento de mantener la decencia en un mundo indecente y, para no destripar la novela tan pronto, la manifestación de una rebeldía —con causa o sin ella— frente a la vomitiva situación en que nos han metido «ellos». Por cierto, ya en el primer párrafo me refiero a la ineficaz actitud de desafío de los protagonistas, Kay Quirós y Pedro Velasco, resumida en un ingenuo y tajante «Ellos contra nosotros».
Con todo motivo habrá a quien se le ocurra si tantas idas y venidas, tantas vueltas y revueltas, semejantes a las de la ardilla que en la trasnochada fábula de Iriarte un caballo pregunta: «¿Son de alguna utilidad?». Mi única justificación creo haberla expuesto al principio. Pero quiero señalar desde ya que, si bien provienen de mi dificultad para explicar la novela, esta ofrece situaciones rotundas. Y su desarrollo, por mucho que contenga avances y retrocesos constantes, intenta atenerse a lo que aparece en la página 40. Y resumo: las novelas muchas veces se empeñan en hacernos creer que los recuerdos son lineales, y no surgen más bien debido a situaciones que en apariencia no tienen que ver con los que sucedió entonces.
Acabo de mencionar la importancia de los recuerdos, uno de los elementos básicos de Silencio tras el telón del sueño (de ahora en adelante Stetds). Pues la acción de la novela, exceptuadas las cincuenta páginas y pico de la Coda final, que tienen lugar en el siglo XXI, se desarrolla en una década del siglo pasado. Y precisamente la que muchos consideran la de «los años sesenta», que sitúan entre 1966 y 1977. Eso la convierte —y a mí mismo me sorprendió pensarlo— en una novela histórica. ¡Qué se le va hacer!
La visión, sin embargo, pertenece a un escritor que continúa en actividad inquieta y extrañamente poco convencional muchos años después de esas fechas —¡casi cincuenta nada menos!—, y por eso se atiene a actitudes y modos de expresión de ahora mismo. Se trata, pues, de un juego en que la memoria se despliega en el presente y despega para salir de la órbita de la nostalgia. Aunque sin perder la esperanza de que los lectores sean capaces de vivir como suyos acontecimientos que pertenecen a un pasado en el que, se espera, les gustaría haber participado. Y me estoy refiriendo a los más jóvenes —en realidad, para mí joven ya lo es casi todo el mundo— que encaren un relato que, como es habitual en mi caso, algunos avispados reseñistas calificarán de autobiográfico. Ante lo cual respondo, imitando a Joyce Carol Oates cuando le preguntaron cuánto de autobiográfico había en sus primeros libros: «Digamos que más o menos un treinta por ciento». Y añado, encima, que los supuestos sucesos autobiográficos en esta Stetds han tratado de atenerse a aquello que dijo Hemingway sobre los diálogos: que no se deben reproducir, sino construir. Con el añadido de que la mayoría de las situaciones y, todos los personajes, están inventados para que adquieran el carácter novelesco que busco tengan mis novelas.
Reconozco que el resumen que figura en la contraportada —y que yo no he escrito— recoge con bastante acierto, e inevitable brevedad, de qué va Stetds (y me disculpo por esta nueva digresión casi al final: después de haber escrito así varias veces el título de la novela empieza a gustarme más que el que lleva. Parece, debido a ello, que nunca dejaré del todo mis vanguardismos iniciales)
Y a propósito de eso, y para terminar, me apetece señalar que siempre, incluso cuando entre espacios intermedios mundos arañas viajaban de vulgari con conciencias unificadas, me he considerado un escritor realista. La diferencia es que cuento la «realidad» —no olvido que Nabokov señala que la palabra realidad debe escribirse siempre entre comillas— del tiempo en que escribo. Y la de entonces, lo mismo que la de Silencio tras el telón del sueño, responde a momentos literarios y vitales distintos, pues quien narra solo cambia para los demás. Él —o sea, el que no le queda más remedio que reconocerse en el espejo como yo— únicamente pretende expresar narrativamente lo que le pasa con intención de encontrar a alguien que, de la primera a la última página de su libro, le acompañe en una aventura entretenida. Y uso esta palabra en el sentido que dan las acepciones segunda, tercera y sexta del Diccionario. A saber: «Hacer menos molesto y llevadero algo»; «divertir, recrear el ánimo de alguien»; y «divertirse jugando, leyendo, etc.»
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Autor: Mariano Antolín Rato. Título: Silencio tras el telón del sueño. Editorial: Pez de Plata. Venta: Amazon
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