Cuando un escritor se dispone a abordar una nueva novela ha de tratar de estar dotado de la capacidad de aventura y de riesgo que tiene un niño para dar un salto hacia lo desconocido, y llegar así a un lugar insospechado en el momento de ponerse a escribirla. Y esto es lo que seguramente pudo ocurrirle a Alfons Cervera. Porque «la genialidad”, si le hacemos caso a Unamuno, “no es más que la infantilidad, la niñez del espíritu. La cual, a su vez, no es más que la originalidad”. Y Fernando Pessoa dice al respecto que «ni se sueña ni se vive, que es una infancia sin fin». Yo creo, por lo que a Alfons Cervera respecta, que él es lo que se dice un escritor realista, pero como no ignoro los riesgos de simplificación que esta declaración puede suponer, aclaro en seguida que tengo por realistas a Italo Calvino y a Álvaro Cunqueiro, por ejemplo; que yo, como ellos, no admito dicotomía entre lo soñado y lo real, y que me apropio de un credo estético de Hölderlin que dice que «el hombre es un dios cuando sueña y sólo un mendigo cuando piensa.»
Y aquí tenemos, en Alfons Cervera, a un diablo soñando. Porque el narrador Cervera cuenta, y cuenta lo que le ha pasado. Y cuenta bien. Con buena prosa, de ritmo muy preciso; con buen empleo de la memoria y narración reflexiva. Y eso quizá sea lo que trate de hacer casi siempre mientras comprueba que cada pequeño acontecimiento, en cuanto se convierte en pasado, como dice Kundera, pierde su carácter concreto y se vuelve silueta. Es decir, la narración es un recuerdo y, por tanto, un resumen, una simplificación, una abstracción. Y ahí es donde uno ha de hacer lo que Kundera resalta del ejemplo de Hermann Broch: centrarse en un personaje, captar su actitud esencial y luego acercarse progresivamente a sus rasgos más particulares. Es decir, pasar de lo abstracto a lo concreto. Pero no olvidemos en ese proceso que el cine nos ha enseñado a contar de otra manera y nuestra disposición como lectores también es ya otra. Y en su gusto por contar no descarta nunca Alfons Cervera los riesgos del periodismo que tan bien cultiva. Y mete el relato periodístico con paisajes inmediatos y nombres propios y acontecimientos cercanos que construye al tiempo un orbe, poético o no. Porque, como repetía Hemingway, con el periodismo se puede llegar a cualquier parte siempre que se deje a tiempo. Sin embargo, no es verlo sino contarlo el prodigio del arte de la novela si concluimos con Carlos Fuentes en que ésta hace visible la parte invisible de la realidad. Y en la obra reciente de Cervera pueden los lectores apreciar esa forma de introducción de la crónica periodística en la literatura. Se trata de un relato o conjunto de relatos que pasa por la novela con compromiso, pero con empeño estético. Un empeño en el que abunda la excelencia del ritmo de la prosa, una prosa rítmica la suya como es poética muchas veces su narrativa. Una narrativa, la de esta novela, que pasa por la filosofía descriptiva, sin duda, pero no renuncia a aquello que pudo ser llamado novela social. En todo caso, una obra que en partes se sostiene de un emocionante ritmo poético. Y las descripciones fugaces, pero intensas, que pueblan sus páginas, dan lugar a un paisaje de conjunto que multiplica las emociones o las distingue.
Aquí hay historias de historias y diálogos implícitos en los monólogos. En La noche en que los Beatles llegaron a Barcelona hay historias de historias, sí, y no un relato único sino un conjunto de relatos capaces de integrar un mundo, tan pequeño como se quiera o tan intenso como seguramente es. Recordaré una anécdota. Un día, al compositor Luis de Pablo, en pleno estreno de una obra suya en Madrid, un periodista le manifestó cómo la gente acusaba a los libretistas y a los compositores actuales de no reflejar lo que ocurre en la calle. Un querido amigo mío, el gran narrador argentino Manuel Mujica Lainez, nada dado a reflejar la vulgaridad de sus contemporáneos, nunca se preocupó mucho de lo que pasaba en la calle. Y, sin embargo, me recordaba siempre su gratitud hacia el periodismo, oficio en el que trabajó tantos años como lo ha hecho Alfons Cervera. Y decía Manucho, que así le llamábamos, que el periodismo le había proporcionado un sentido del espacio y un conocimiento de la gente que resultaron luego de enorme utilidad para su narrativa. Es el caso de Cervera, en esta última novela tanto como en otras. Pero Luis de Pablo respondió con claridad al periodista al que he aludido antes. Le dijo: «La calle no es la única realidad; lo que pasa en la calle es un pálido reflejo de lo que ocurre dentro del cerebro«. Y eso es lo que la gran novela propone: delimitar el terreno de la realidad que pretende alumbrar, explorar y captar. Y en eso se ha empeñado Alfons Cervera en esta obra de largo título: La noche en que Los Beatles llegaron a Barcelona.
Estamos hechos de memoria y de olvido, y la frontera entre lo uno y lo otro es a veces muy sutil, de modo que no sólo nos explican los recuerdos sino también los olvidos que nos procuramos para sobrevivir. Como se ve, materiales comunes pero insustituibles en cualquier teoría de la novela. Hasta la propia historia, con abundancia de mixtificaciones, está llena de lo uno y de lo otro. Pero el mérito de Cervera en ese maridaje de la reflexión y el cuento, como en un paso maestro de la acción al pensamiento, sin saltos ni interrupciones de la emoción, es para mí verdaderamente satisfactorio. Como lo es que su tensión narrativa nos sorprenda de súbito sin que una intriga forzada aplace los acontecimientos. O el hecho de que las sorpresas sean tales porque una situación, esperada o no en el transcurso del relato, se manifieste de pronto. Y la emoción de la mirada indagadora del narrador es precisamente la que a veces otorga, a mi parecer, un cierto tono de literatura memorialística a esta novela. En todo caso, conociéndolo un poco, hallando en el novelista detalles biográficos que se corresponden con su vida, si no le ha pasado a él lo que cuenta, lo cuenta siempre como si le hubiera pasado.
Pero quizá lo oportuno sería que me guardara para el final de este texto lo que viene ahora: que La noche en que los Beatles llegaron a Barcelona es una novela llena de vida. Y acaso otra cosa que pueda importar poco, o que sólo importa para mí. Quiero decir que su escritura tersa, límpida y precisa es uno de los motivos de satisfacción de este lector, y esto sí que no es una novedad en el caso de Alfons Cervera, que maneja el arte literario, aquí, como siempre, con suma habilidad. En esto no hace más que repetirse. No hay juego retórico ni complacencias lingüísticas: hay precisión, claridad y sentimientos. Pero contar que aquí la literatura es protagonista, no sólo como instrumento, sino como aportación a la explicación de la vida desde el granero de la experiencia lectora del narrador, tan rica, quizá no sobre porque es de agradecer. Hay que hablar además de una poética que funciona en este relato o estos relatos o en este relato de relatos. Para lo que no viene nada mal lo que decía Milan Kundera, ya citado, de la poesía en la obra de García Márquez: sólo lo embriaga el mundo objetivo, al que eleva a una esfera en la que todo es a la vez real, inverosímil y mágico. Me parece que en eso se empeña Alfons Cervera de una particular manera. Porque bajo esa influencia a la que se refiere Kundera se escribieron entonces muchos textos. Y por los vericuetos de la poesía ha transitado Cervera hacia la novela y se habrá encontrado, quizá por sorpresa, en sus garras. Pero si quería seguir en ella, como lo hace en esta obra suya y en otras anteriores, era preciso que descubriera la prosa, que es la palabra que define el sentido profundo del arte de la novela, aunque sea necesario invocar de nuevo a Kundera para que nos recuerde que la prosa no sólo es un lenguaje no versificado, sino también el carácter concreto, cotidiano, corporal de la vida. No era, sin embargo, la prosa de García Márquez la única que hacía estragos entre nosotros por tiempos pasados, sino también la libertad formal, tan inherente al arte de la novela, que se desprendía de las narraciones de Julio Cortázar, por ejemplo. La imaginación, ya se tratara de expresar la historia íntima o la colectiva, y el lenguaje, como aparejo esencial de la invención, pasaron a ser nuestras divisas. Esta novela, por ejemplo, puede ser uno de esos frutos. Carlos Fuentes no duda, a la hora de responderse a la pregunta de qué puede unir a dos novelistas, más allá de sus nacionalidades; responde que se trata para él de dos cosas indispensables a la novela y a la sociedad: la imaginación y el lenguaje, dos atributos que dominan sin duda la novela de Alfons Cervera, ésta de la que escribo y muchas de sus obras anteriores.
No he tratado, en lo escrito hasta aquí, de contar la novela de un autor cuya obra conozco con gozo y amplitud. Me gusta escribir de un libro, no de lo que cuenta sino de por qué me ha gustado, como sucede con el que propicia este texto. En el caso de La noche en que los Beatles llegaron a Barcelona resulta tan difícil lo uno como lo otro, pero no porque la obra sea de difícil lectura —ni mucho menos, todo lo contrario— sino porque la emoción que propicia y el rastro que deja en uno después de haberla leído es difícilmente comunicable.
(Texto publicado en la revista Quimera. Abril 2018)
—————————————
Autor: Alfons Cervera. Título: La noche en que los Beatles llegaron a Barcelona. Editorial: Piel de Zapa. Venta: Amazon y Casa del libro
Zenda es un territorio de libros y amigos, al que te puedes sumar transitando por la web y con tus comentarios aquí o en el foro. Para participar en esta sección de comentarios es preciso estar registrado. Normas: