Mi agente literario me comentó una vez que mi estilo tenía un toque “anticuado”. De ahí me surgió la idea de escribir una novela negra histórica.
Siempre me ha interesado la historia, incluso la he estudiado (Arqueología, para ser exactos). Por desgracia, muchas de las épocas fascinantes en las que había profundizado no eran adecuadas para convertirse en el trasfondo de una novela policíaca. ¿Iba a ser capaz de imaginar a alguien investigando durante la Edad de Piedra o la época de las invasiones bárbaras? No estaba muy segura de cuál sería el resultado, así que mi misión era encontrar la época perfecta.
Mientras hojeaba las páginas de un libro enorme sobre la historia de Austria, me encontré con el período de entreguerras (1919-1938) y me atrajo inmediatamente.
En aquellos días, Viena era muy diferente de la ciudad habitable que conocemos hoy en día. Las circunstancias también estaban lejos del esplendor y la gloria de la monarquía de los Habsburgo que a menudo se retratan en películas y novelas (por ejemplo, en la trilogía sobre la emperatriz Sissi). Había una pobreza tremenda, penuria y escasez de todo: comida y carbón, jabón y ropa… No había trabajo, ni medicamentos. El espacio vital era escaso. Lo único que Viena tenía en abundancia era todo tipo de enfermedades: la gripe española, el tifus, el cólera, la tuberculosis… La que antaño fue la glamurosa residencia imperial se había convertido en un sucio vertedero. Además, la gente estaba indignada por la imparable inflación, los altos índices de criminalidad y el hecho de que los conflictos entre los partidos de izquierda y de derecha se hicieran cada vez más intensos. La nación estaba al borde de la guerra civil.
Esta época oscura y llena de crímenes parecía el escenario perfecto para una novela negra. Así que fui a la Biblioteca Nacional y comencé mi investigación. Resultó que había más por descubrir de lo que yo pensaba, lo que a veces hizo que durante algunas semanas viviera básicamente allí (la biblioteca está abierta todos los días de nueve de la mañana a nueve de la noche).
Leí periódicos viejos, (auto)biografías y novelas escritas durante esa época. Estudié mapas antiguos y planos de edificios, y traté de encontrar tantos testimonios de la época como fuera posible. Lo que aprendí fue realmente sorprendente, y a veces chocante. Las circunstancias en las que la mayoría de la gente tenía que vivir eran espantosas. La mayor parte de los apartamentos no tenían ni retretes ni agua corriente, algunos ni siquiera tenían ventanas. A menudo tres o cuatro generaciones vivían bajo un mismo techo, lo que significaba diez o más personas en menos de veinticinco metros cuadrados. Las condiciones higiénicas eran terribles, las tasas de mortalidad altas. La gente no sabía si llegaría al mes siguiente, así que vivían lo más intensamente posible. Los “felices años veinte” se debieron en gran medida al hecho de que la gente exprimía cada día como si fuera el último, tenían hambre de vida.
Emmerich y Winter representan a clases sociales antagónicas. Emmerich al proletariado, mientras que Winter es descendiente de la nobleza. Lo observan todo a través de miradas diferentes y pueden ofrecer al lector interpretaciones distintas.
¿Y el resto? Bueno, el resto es historia.
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Autora: Alex Beer. Título: El segundo jinete. Editorial: Maeva. Venta: Todostuslibros y Amazon
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