Nunca sé qué voy a contar en una novela. Aquí dije eso mismo hace dos años, cuando estaba escribiendo el making of de La noche en que los Beatles llegaron a Barcelona. Lo único que sé es cuál será el título: eso también lo dije entonces. No puedo empezar a escribir si antes no tengo el título claro. Creo recordar que alguna vez se lo leí o escuché a Juan Marsé, pero no estaría del todo seguro. Tal vez porque de Marsé y sus historias se me pegaron tantas cosas que ojalá hubiera llegado a cumplir una millonésima parte. O menos. Así es que sigamos: sólo necesito el título para empezar a escribir una novela. O lo que sea. Y, cuando lo tengo, la cosa ya está encarrilada: la historia ya me la iré inventando al hilo de la escritura. Si lo dijo Faulkner, por algo sería: el novelista escribe de lo que no sabe. Pues me aplico el cuento. Y a ver qué sale después del título.
Siempre pensé que los títulos de mis libros no están mal. Ya me gustaría que lo que hay después del título fuera tan bueno. Pero no sé. Eso nunca lo sabes. Sin embargo, dudaba mucho acerca de la bondad del que había dispuesto para la nueva novela: Claudio, mira. Uuummm. Otras veces me vi más convencido. Ahora pensaba que iba a romper la norma y a cambiar el título, pero a pesar de las dudas seguí adelante. Escribo en el ordenador Claudio, mira. Alfons Cervera. Novela. Y a ver qué ha de mirar mi hermano. Porque Claudio es mi hermano. El protagonista principal. Yo también salgo, pero él es el personaje más importante. El que más.
No tenía pensado escribir esta novela. Siempre ando con otra distinta a la que empiezo. También cuando la de los Beatles, hace dos años. Un día de mayo de 2018 operaron a mi hermano de cataratas. Mi hermano es una persona muy frágil, desde que nació hace ahora setenta y cinco años. Vive en su mundo, y desde que murió nuestra madre decidí —como ella quería— vivir con él. En Gestalgar, nuestro pequeño pueblo de la montaña, en nuestra casa familiar. Aquí escribo, leo, miro desde el balcón los montes y la neblina que sube cada mañana desde el río. Es difícil entrar en el mundo de Claudio. La tarde de la operación, en el hospital, estaba asustado, como siempre que va a los médicos, y eso que va a los médicos casi todos los días de su vida. Le habían tapado los ojos con unos algodones. Cuando se recuperó de la anestesia general, la enfermera dijo que le iba a quitar los algodones. Se los quitó. Mi hermano tardó un poco en abrir los ojos. Cuando los abrió, se me ocurrió, mentalmente, casi con una sonrisa invisible: “Claudio, mira”. Eso pensé. Y ahí empezó de verdad la novela que acaba de publicarse.
Lo que intenté contar al hilo, como decía antes, de la propia escritura: ese paisaje que se tiende delante de nosotros desde que éramos niños, hasta el que ahora mismo compartimos lleno de ratos felices y de otros que son un insoportable desasosiego. No resulta fácil el encuentro, los cruces entre los dos mundos. Muchas veces lo conseguimos, y eso nos hace dichosos. La vida también es eso: esos cruces, esa dicha, lo que descubrimos cuando la vida nos abre los brazos, como más o menos decía Benedetti.
Una aclaración a la pregunta del millón ante historias como la que aquí cuento: Claudio, mira es una novela. O sea, real como la vida misma…
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Autor: Alfons Cervera. Título: Claudio, mira. Editorial: Piel de Zapa. Venta: Amazon
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