Ubi desinit philosophus, ibi incipit medicus (donde acaba el filósofo, empieza el médico). Esta sentencia, quizá originariamente de Aristóteles, no viene a cuento (aunque bien podría) de nuestro actual ministro de Sanidad, filósofo de carrera. En este caso apuntamos a otro filósofo y también político, de jerarquía muy superior: el emperador romano Marco Aurelio. Y a un médico: Galeno.
Marco Aurelio es un santo laico para todos los que presumimos de cierta querencia estoica (aunque en su justa medida y sin exagerar). En estos tiempos, cuando el estoicismo ha devenido en una suerte de terapia de autoayuda y multitud de títulos del tipo Cómo ser un estoico: Filosofía antigua para vivir una vida moderna nos llaman desde los estantes de las librerías, bien estaría volver los ojos hacia uno de verdad, especialmente en un momento convulso y confinatorio como el que ahora sufrimos. Conviene más que nunca leer a Marco Aurelio y sus Meditaciones, disfrutar de su fascinante simplicidad, de sus tan características aliteraciones; de, en suma, un texto directo y vivido, nada reelaborado, donde aparecen frases como la siguiente (y es una de sus más célebres máximas):
Cuando por la mañana te levantes, piensa en el precioso privilegio de estar vivo, de respirar, de pensar, de disfrutar y amar
Reflexión esta, sin duda, de una profunda sabiduría (estoica), pero que cualquiera no avisado atribuiría antes a una influencer quinceañera que a todo un imperator con poder absoluto sobre vidas y haciendas, heredero de personajes tan sin escrúpulos como Tiberio, Nerón o Calígula. O esta otra, comienzo del libro segundo, algo contradictoria con la anterior.
Al despuntar la aurora, hazte estas consideraciones: me encontraré con un indiscreto, un ingrato, un insolente, un mentiroso, un envidioso, un insociable…
…cita que quizá deberían utilizar nuestras autoridades para ponderar las ventajas del confinamiento. Y, sin embargo, a pesar de sus buenas prendas, al pobre Marco Aurelio los dioses no le dieron tregua. Le tocó no solo guerrear continuamente —iba en el sueldo—; también lidiar con una gran epidemia que dejó memoria en la antigüedad. La peste de Atenas en tiempos de la guerra del Peloponeso es famosa porque tuvo un relator excepcional, Tucídides, pero muy probablemente la pestilentia de Marco Aurelio (o Antonina, o de Galeno, de estas tres maneras se la conoce) fue mucho más letal y, desde luego, más extendida en el tiempo y el espacio.
Las noticias sobre su origen y desarrollo son parciales e inciertas. Se daba por seguro que provenía —cómo no— de oriente; que infectó al ejército romano en la campaña de Lucio Vero contra los partos (en concreto, durante la toma y saqueo de Seleucia, año 165) y que, desde allí, las legiones en su retorno lo extendieron por todo el imperio. Las fuentes disponibles son citas dispersas sacadas de la biografía de Marco Aurelio en la Historia Augusta, además de textos de Dion Casio, Luciano de Samosata o Ammiano Marcelino. Galeno, que se encontraba en Roma en el 166 y decidió abandonarla por miedo al contagio, menciona los síntomas en su tratado Methodus Medendi: fiebre, inflamación de ojos, lengua y faringe, tos, diarrea y reveladoras erupciones cutáneas… muy probablemente, viruela. Algunos estudiosos arriesgan cifras: un diez por ciento de la población del imperio afectada, y mortandad de entre un tercio y un cuarto de los contagiados. Hay distintas opiniones sobre si Marco Aurelio, que falleció en el 180, fue una víctima tardía de la pandemia.
Podemos relacionar la peste Antonina con nuestro actual episodio del coronavirus en un aspecto fundamental: como la de ahora, aquella fue global (entiéndase, respecto al mundo conocido, cuyos límites los marcaba la expansión del imperio), y alcanzó a toda la población, territorialmente integrada e intercomunicada. Del mismo modo, por indicios indirectos, se sabe que afectó significativamente a la economía y tuvo reflejo en determinados cambios demográficos, culturales y religiosos.
Algunos estudiosos —no todos— sostienen que en la perturbación causada por la peste Antonina hay que situar el inicio de la decadencia de Roma; un imperio que, desde ese momento y ya sin remedio, se iba a deslizar hacia su final. Y quién sabe si también en esto último ambas epidemias están destinadas a coincidir… porque, lo que es en esta época, imperios y candidatos a serlo no nos faltan.
Zenda es un territorio de libros y amigos, al que te puedes sumar transitando por la web y con tus comentarios aquí o en el foro. Para participar en esta sección de comentarios es preciso estar registrado. Normas: