La crisis financiera de 2008, con sus tremendas consecuencias sociales, generó un aluvión de narrativa crítica que vino, en no pocos casos, a reverdecer nuestra amortizada novela social de los años cincuenta y sesenta. Quizás el abuso de una temática de denuncia llevó, según avanzó el decenio pasado, a una disminución de lo que ya se conoce en ámbitos académicos como Novela de la Crisis. La pandemia de Covid no ha estimulado esa problemática, y la ha desplazado por el relato de las vicisitudes de la emergencia sanitaria todavía inconclusa. Este relato, por otra parte, no se viene haciendo desde perspectivas críticas —salvo la mirada incisiva de Rafael Reig— sino más bien con proximidad a los mejores sentimientos colectivos. Pero, como es de sospechar, la narración de la precariedad social no ha desaparecido del horizonte de nuestros prosistas.
Manuel Guedán cuenta la historia de quien hoy llamaríamos una infatigable emprendedora, Josefina Jarama, una candorosa chica que detalla su peripecia como trabajadora desde sus adolescentes 16 años y hasta la madurez alcanzada a los treinta y pico. La cubierta del libro se refiere a ella como un “Lazarillo moderno”, y no haría falta que lo hubiera indicado, porque la forma y el sentido de la narración lo evidencian desde el comienzo. La forma es heredera de la picaresca. Josefina Jarama escribe una carta a un desconocido y misterioso destinatario donde argumenta la razón de su epístola: “Te escribo esta historia a ti, que no podrás leerla, para que no cunda mi ejemplo y para que, si cae en manos de alguien más, haga todo lo contrario de lo que yo hice”. No se acude literalmente a la conocida meta de Lázaro de Tormes, perseguir “la cumbre de toda buena fortuna”, pero ese es el objetivo de la pícara actual. Y para ello desmenuza sus ocupaciones sucesivas.
Cuatro son las experiencias laborales de Josefina Jarama. Primero trabajó en una fábrica de juguetes en la alicantina Ibi. Tuvo grandes expectativas cuando su cara sirvió de modelo a “Fina, vecina”, la muñeca que debía desplazar del mercado a la arrolladora Nancy. Pero el invento fue un fracaso y ello la llevó al siguiente jalón en la Ruta del Bakalao de la costa levantina. A duras penas se libró de malas gentes y cambalaches en el degradado ambiente discotequeril y dio con sus huesos en la cordobesa Montalbán, ahora en labores bancarias que la meten en otro entorno muy distinto, el de la especulación financiera de los años ochenta. Igualmente acabaron mal sus visionarias iniciativas y desembocó en la ocupación que cierra el itinerario, repartidora en la cadena de comida italiana Delypizza.
Previo a este recorrido (en el que hay grandes recortes temporales vacíos, en lo que también se sigue al Lazarillo) está otro suceso, origen y a la vez cierre de la peripecia entera, la separación de su madre, militante comunista pillada en corruptelas económicas y que hipotecó su ideario para acogerse a un puesto funcionarial desde el que, se excusa, contribuirá al cambio social luchando desde dentro del poder. Josefina se niega a acompañar a la cínica madre y prefiere labrarse su propia vida.
En realidad, Manuel Guedán parte del modelo del pícaro, pero le da un revulsivo cambio de sentido. El pícaro no es Josefina, sino en la mayor parte de las ocasiones el resto de la gente que le rodea. Entre ellos se mueve la mujer aportando siempre su bondad, su inocencia, su entusiasmo. Los jefes no serán tanto despiadados patronos de empresa que practican la explotación laboral como individuos que aprovechan en su favor la inteligencia intuitiva, la bondad y la irónica simpleza de la protagonista. Y ella, que actúa con fidelidad y respeto reverencial hacia sus jefes, será una y otra vez burlada, lo cual supone otro giro en la perspectiva del personaje clásico, pues si este encarna al desvergonzado en busca de su beneficio, Josefina convierte su candor en marca vital.
Los “casos” que ilustran, a la manera como lo hace el Lazarillo, la trayectoria de Josefina suponen un número suficiente de ejemplos de la inestabilidad laboral, con especial incidencia en las dificultades de los jóvenes para encontrar ocupación digna y duradera. En este sentido, el libro se ancla en la prosa de denuncia. Pero a la vez respeta las exigencias de la literatura y no practica el puro reflejo de una realidad deplorable. Al revés, Guedán cultiva la sátira y no el simple testimonio, ejercita la imaginación y no se reduce al documento. Cualidades de esta escritura son la inventiva en las situaciones y el humor que llega al sarcasmo y no teme a la hipérbole. De este modo Los sueños asequibles de Josefina Jarama aporta una mirada personal e innovadora al envejecido realismo social. En esta narración amena y divertida Guedán sustituye el drama por la farsa para recrear un grave mal de nuestro tiempo, la traumática precariedad laboral. Y lo hace sin triunfalismos, sin acordarse de aquel principio básico de la literatura izquierdista que requería que el escritor mostrase el “movimiento ascensional” de la historia. Josefina Jarama está condenada a repetir sus acreditados fracasos.
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Autor: Manuel Guedán. Título: Los sueños asequibles de Josefina Jarama. Editorial: Alfaguara. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
Estoy deseando leer este libro ya que, cuántas historias de este tipo tenemos la mayoría de trabajadores de este país, lleno de lazarillos, de rinconetes y cortadillos, de bachilleres trapaza y de garduñas sevillanas o no. Y si no, miremos al gobierno que solamente por si mismo es ya una completa novela picaresca. Como decía Cervantes, «cada uno es como Dios le hizo y aún peor muchas veces».