La palabra cosplay podría ser traducida libremente como “jugar disfrazado”, algo que muchos de nosotros hacíamos en nuestro patio de la infancia inspirados en los paladines de la televisión y la historieta. Esa gozosa actividad del disfraz y la imaginación ya no se detiene en la pubertad: durante esta “era de la adolescencia eterna” avanza sobre la vida adulta, protagoniza eventos coloridos alrededor del planeta y hace juego con la extraña fascinación tardía por la peripecia de los superhéroes. Esa clase de cómics ha influido en el cine, en los videojuegos y en la narrativa de Javier Milei. La innovación más interesante de su campaña electoral tiene que ver con el uso de esa cultura para comunicarles a los jóvenes toda una ideología. Su maquilladora, la también cosplayer y ahora diputada nacional, Lilia Lemoine, lo vistió y presentó alguna vez como “el general Ancap” (anarcocapitalista), un personaje con máscara, capa y tridente, que provenía de “Liberland” (sic) y luchaba contra los malditos keynesianos, y que cantaba al son de La Traviata: “Gastar, gastar y gastar, ésa es nuestra regla fiscal. Y si los ingresos no alcanzaran más, ahí iremos al Banco Central. Y eso será inflacionario… Si no le aflojan al gasto entonces la crisis vendrá”.
El vínculo entre proselitismo y superhéroes fue muy fecundo en la corta pero fulgurante vida de los libertarios argentos, y está lleno de episodios en las redes sociales y en la vida real, pero lo relevante es que tampoco se detuvo con la llegada de La Libertad Avanza a Balcarce 50: así como el relato kirchnerista se basaba en la manipulación de la historia, la narrativa mileísta se basa en los recursos de la historieta. Y es una política de Estado, con perdón de la palabra. Cuando se conocieron los resultados de la inflación de diciembre, el flamante gobierno esgrimió la imagen de un Superman agotado después de haber logrado frenar el tren devastador de la híper. Esta argucia permite transmitir la idea de que los superhéroes rotos e imperfectos —algunos fortalecidos con una especie de misticismo nivel Thor de Marvel— se recuperan de sus derrotas y al final logran vencer a sus enemigos. Porque en esos multiversos la lógica sigue siendo un feroz e intenso combate entre las fuerzas del bien y los ejércitos del mal. Este maniqueísmo trasladado a la política lleva inevitablemente a un populismo cool y a una polarización encarnizada. Los mismos comentarios que emanan del “petit comité” ilustran esta concepción binaria y lúdica; una fuente del entorno presidencial le deslizó a Jorge Lanata: “Con la ley (ómnibus) aprobada, la pelota nos quedaba a nosotros y nos iban a exigir resultados inmediatos que difícilmente iban a llegar. Ahora la casta es responsable de lo que no salga como queremos…Tenemos dos malos para echarles la culpa de la recesión: la casta política que bloqueó la ley y los sindicatos”. Se trata, como se ve, de un juego de altruismos y culpabilidades en blanco y negro, y directamente una batalla entre “gente de bien” y “malos” de caricatura. De hecho, para el oficialismo el aborto de la ley en la que se trabajó durante casi dos meses, permitió identificar a los “traidores”, “parásitos”, “delincuentes”, “lobos con piel de cordero” y “kirchneristas de buenos modales”: “¡No perdimos! —gritaba al teléfono el general Ancap desde Israel—. ¡Ganamos! Pudimos desenmascarar a los corruptos que quieren destruirnos”. No contaban con mi astucia. En esas mismas horas, el susodicho reposteó un afiche donde aparecía como un Terminator tocado pero entero e implacable, que repasaba su lista de objetivos: “Belliboni, detectado; Sindicalista, detectado; Gobernador, detectado; Diputado, detectado. Casta a la vista, baby”. El martes último, un integrante de esa misma “mesa chica” le confió a la periodista Maia Jastreblansky que Milei volvía al país recargado y que ahora buscaba fomentar “una polarización” para forzar el alineamiento de los sectores que lo condicionaron: “Tiene que haber dos polos ideológicos claros, uno liberal y otro estatista. El espacio del centro tiene que definir si está con el kirchnerismo o está con nosotros”. Una nueva grieta, que incluso estaría redefiniendo un nuevo centro. Está visto que para los argentinos el Estado es, sin término medio, un dios benigno y todopoderoso o el mismísimo diablo, y que una economía mixta como se practica en muchas naciones desarrolladas aquí es completamente imposible. Un dogma u otro, usted decida. También demuestra que hemos ingresado en una zona más caliente, plagada de hostigamientos oficiales: una cosa es la refutación necesaria y atenta, incluso la batalla cultural, y otra muy distinta, bombardear a los que dudan, descalificar a los disidentes y escrachar a los “archivillanos”, como se ejecuta a diario desde el mismísimo sillón de Rivadavia.
Este giro de Milei en busca de aliados y malvados tiene muchas implicancias, pero lo que primero revela es que aquel Waterloo parlamentario fue efectivamente un duro golpe y que obliga a conseguir mayor volumen político; también que para el León los amarillos dejaron de ser parte del problema para ser parte de la solución de emergencia. El hecho de que La Nueva Derecha —cocinada en el desprecio por sus tibios parientes de centro— tenga que fusionarse de pronto con ellos muestra que las dificultades arrecian, y es un dato de lo cruda que puede ser la realidad fuera de los cómics. Que republicanos convencidos —algunos como Mauricio Macri se consideraban incluso más desarrollistas que liberales— acepten la boda, muestra la encerrona retórica e identitaria en la que se encuentran. Esta política divisionista se enmarca en el manifiesto paleolibertario, que propone una praxis de “populismo de derecha”, y se conecta con una definición técnica de Andrés Malamud: “Milei es un demócrata plebiscitario; para él las instituciones son un mal y el pueblo es el bien”. Muchos republicanos, frente a esta evidencia, tienen una mirada distraída o simplemente pragmática: “Hace falta un electroshock para revivir al enfermo terminal —dicen—. No es lo ideal, pero estamos actuando in extremis. Tengamos paciencia por el momento, finjamos amnesia”. Es un buen consejo, pero lo cortés no quita lo valiente: la política divisionista hizo mucho daño cuando la alentaron los Kirchner, y si somos mínimamente coherentes debería preocuparnos también ahora. La reaparición de la arquitecta egipcia, con divagues económicos que sólo intentan justificar sus históricas negligencias, ayuda sin embargo a abrir aún más la zanja profunda que cava Milei. Es como si a Batman lo hubiera desafiado abiertamente Gatúbela. Los dos están en su salsa: a elegir bando, y a preparar la fusilería. Una mirada más atenta podría, sin embargo, detectar en ciertas propuestas de la Pasionaria del Calafate un reconocimiento de que corren vientos nuevos y que incluso el kirchnerismo debería refundarse, quizá como lo hizo la izquierda peronista durante los años del menemato, puesto que el revival es tan fuerte que sacude y reposiciona a todos. Hay muchas formas de abordar su documento de 33 páginas, pero una de ellas consiste en destacar que la doctora plantea una reforma laboral para un mundo del trabajo que cambió radicalmente; menos y no más impuestos; privatizaciones para algunas empresas públicas; incentivos para grandes inversiones; abandonar el “consignismo” en materia de seguridad y lo más insólito: “El respeto al que piensa distinto”. Más allá de la incoherencia entre lo que propone y lo que hizo, arriesgo que ella presiente —con fino olfato— una honda metamorfosis social y también a un peronismo que se dispone, como casi siempre, a cambiar de piel y acompañar esa ola. Un peronismo capitalista y no un chavismo básico, obtuso y piantavotos: tres veces debió recurrir a “peronistas de derecha” para ser más o menos competitiva en las urnas. Su diagnóstico, al cabo de esos tres fracasos, podría ser ombliguista: perdimos porque no fuimos puros y radicalizados. O podría ser más abierto y lúcido: perdimos porque no fuimos capaces de cambiar mientras cambiaba el mundo. Si es verdad que el nuevo expreso peronista —remozado por los tiempos que vienen— se apresta a partir en sentido contrario, la gran dama no quiere quedarse en el andén abrazada a su mero folklore. También ella, que siempre se ha creído la Mujer Maravilla, busca un nuevo disfraz para seguir jugando en este gran evento de cosplayers enfáticos y agresivos, donde todos buscan superpoderes para sobrevivir a la cruel y decadente Ciudad Gótica. Esta historieta continuará.
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*Artículo publicado en el diario La Nación de Buenos Aires
TEMAS DIVERSOS:
Comparto su visión de la política señor Fernández Díaz, sumado a que su estatura profesional y moral es enorme, pero permítame usted dar mi humilde visión sobre nuestra deshilachada y manoseada Argentina.
Uno se debe resignar a la ineficiencia, y a la ineficacia, cuando lo que se debería hacer en forma expedita se cajonea, se interrumpe, se retrasa, y como resultado todo queda en la nada; y los ganadores siguen siendo los malvivientes, y los que pagamos nuestros elevadísimos impuestos los que perdemos.
Hasta se burlan ciertos “empresarios”, que se muestran comiendo pochoclos en la playa, con anteojos negros y bronceados. Obviamente, están en el mejor país del mundo para robar, es más, si quieren, hasta pueden llegar a ser ejemplos de vida, y tal vez organizan algún evento como bien podría ser el Cosquín – Chorro, para que tengan la posibilidad de contar a su público entusiasta, las trapisondas y negocios turbios logrados a lo largo de su vida, y lo bien que les ha ido, porque no, y de paso los premiamos con una placa conmemorativa que diga:
“Este fulano es el ejemplo más grande que tenemos los argentinos, por haber eludido la ley durante toda su vida, y ahora puede disfrutar como corresponde de su inmensa y mal ganada fortuna”. ¡Aplausos y vítores!.
¿Por qué nuestro país está quebrado?
La mitad de los argentinos son pobres, la otra mitad va en camino a serlo y los jóvenes buscan otro futuro más promisorio fuera de nuestra frontera. Mas todas las desgracias que nos ubican en un contexto internacional de intrascendencia.
Milei es un joven que por su audacia logró ser el presidente de los argentinos, y su audacia le molesta a muchos políticos, les mojó la oreja; esto es inadmisible.
—Lo tenemos que bajar lo antes posible, porque de lo contrario se terminará la joda.
Si Milei logra solo la mitad de lo que ha prometido, muchos dirigentes políticos tendrán que ir a trabajar de repositores. Esta es la pura y única verdad, no quedan patriotas en Argentina; la política es un negocio billonario y efectivo abrumador, no estamos así por casualidad, no.
Nuestro país jamás se pondrá de pie si no desmantelamos su máquina de corrupción arrolladora, en donde al que quiere hacer funcionar y ampliar su PYME, es aplastado por los sindicatos, los trámites, y los impuestos, y los trabajadores estatales son prisioneros de su sueldo paupérrimo, el Estado logra de ese modo disciplinar, no hay futuro alguno fuera del empleo público, pero dentro tampoco.
No estoy de acuerdo con cerrar el Congreso, o alguna otra idea alocada, pero de que nos merecemos los ciudadanos un cambio no me cabe ninguna duda.
No solo basta con suprimir los fondos fiduciarios, si como dicen están desde hace treinta años y se sospecha que son movimientos con poca transparencia. Imagino que alguien solicitará que se investigue y se rinda cuentas, existirán registros de esos movimientos, nombres y apellidos de los involucrados; o solo se dará vuelta la página, y entonces, el pícaro que se benefició se descostilla de risa, y todos nosotros nos jodemos.
Una de las funciones primordiales del periodismo es informar, y también es en mi opinión correcto criticar con los debidos argumentos; pero por cada crítica al temperamental Milei, no podemos dejar de decir que existen cien críticas al peronismo kirchnerista que desvergonzadamente pretende continuar hundiéndonos en la más profunda crisis social y económica que se tenga memoria.
Deberíamos preguntarle a Lula que aparentemente es un observador muy inteligente; con qué hecho de la historia compararía a los actos terroristas sobre personas inocentes realizados por sorpresa, con una saña desmedida. En particular me gustaría que no existieran ni actos terroristas ni guerras, son siempre injustificables; pero cuando dirigentes políticos se ubican descaradamente en apoyo a uno de los bandos; sepan que están fomentando el odio e incrementando la no pacificación de las partes.
Un presidente cuya opinión sobre cualquier tema, tiene trascendencia global, no puede ni debe decir cualquier cosa. No está hablando a un grupo de amigos en un boliche, sus dichos repercuten en millones de familias y ocasionan dolor.
“Frente a la comisaría. El reclamo de los vecinos de la familia atacada por diez “motopirañas” para robarle una camioneta”.
Estos hechos se producen todos los días. Son por causa de la deplorable y devastadora administración Kirchnerista, que dejó el país a su suerte.
Los dirigentes sindicalistas Argentinos forman parte del problema no de la solución de haber llegado a la triste y lamentable situación de que casi seis de cada diez argentinos son pobres.
Ellos han contribuido con su silencio a consolidar los nefastos gobiernos kirchneristas con Cristina Kirchner y su hijo a la cabeza. Ahora se acuerdan de su función en defensa de los trabajadores; pero realizando paros excesivos que a los únicos que perjudican son a los propios trabajadores, que tienen que enfrentar el día a día, sin siquiera poder viajar e ir a su puesto de trabajo en forma digna. A pesar de saberlo, estos incalificables personajes, siguen solo ejerciendo su poder disfrazados de dirigentes sindicales y solo son militantes de una organización delictiva gigantesca.
Sepan ustedes “sindicalistas” que sus vidas solo ha servido para contribuir a nuestra decadencia, no poseen ni mérito, ni razón, ni valentía, ni principios; solo son personajes despreciables.