Decía Borges que los buenos autores influyen no sólo en el futuro sino también en el pasado, y en este caso una película de Coppola sirvió para rescatar esta novela corta, de apenas ciento cincuenta páginas, en la que se hace una de las descripciones más precisas, crueles y descarnadas de la naturaleza humana.
La trama es sencilla: estamos a finales del siglo XIX y Marlow, capitán de un pequeño barco a vapor de una compañía inglesa, se adentra en la selva africana en busca de Kurtz, un agente comercial que ha caído enfermo y a quien debe relevar.
La ambigüedad es la característica constante en esta novela. ¿Se trata de un viaje al Congo belga y las aventuras que viven los personajes en el corazón de África?, ¿o se trata de un texto donde se narran las vivencias de un tipo estrafalario, Kurtz, que se vuelve loco al entrar en contacto con un mundo salvaje?, ¿o es una reflexión sobre la brutalidad y los abusos de la colonización? Yo diría que es la suma de todo esto, y mucho más. Porque El corazón de las tinieblas es, al mismo tiempo, un canto a La Selva, en el sentido más amplio de la palabra.
Las analogías son bastante evidentes: la búsqueda del hombre civilizado en pos del origen y los límites de su naturaleza es el alegórico camino que recorre Marlow tras el misterioso Kurtz, seducido por las tinieblas de la selva, que representan sus propias tinieblas.
Marlow, aunque transformado por el viaje y seducido por el entorno, resistirá a “la fascinación de lo abominable”. Kurtz, sin embargo, se dejará llevar y finalmente caerá en la tentación, al igual que el timonel que sale de la cabina en plena lluvia de flechas: no controla sus pasiones, ha cedido a las sombras, desatará sus más profundos instintos y por ello nada de lo que haga tendrá consideración moral.
Marlow cuenta que cuando oían los tambores en la selva, ignorantes del código cultural, eran incapaces de interpretar el sentido de la música:
“Si aquello significaba guerra, paz u oración, es algo que no podría decir”
Esta novela ha suscitado racionalizaciones a posteriori de toda índole: crítica de la colonización europea en África, retrato humillante de unos seres explotados y de una tierra expoliada y desconocida para los blancos, crónica del choque entre el orden civilizado occidental y la vorágine de la selva africana, viaje interior en busca de la esencia oculta y aterradora del ser humano y un sinfín de interpretaciones más.
En mi humilde opinión, el tema principal de El corazón de las tinieblas es el conocimiento verdadero del individuo, que exige una posición moral primigenia absoluta en su elevación y poder.
Esta es la gran diferencia entre los dos personajes: Marlow es espectador de la sordidez repugnante de Kurtz mientras que el agente comercial tiene el poder de decidir. En otras palabras, Kurtz no ha sido empujado a cometer actos execrables, sino que ha decidido cometerlos. Su libertad de acción le define. Ahí radica la preeminencia del personaje que se proyecta en ese poder absoluto que él, como hombre libre de juicio y castigo, puede ejercer con su instinto como único criterio. Kurtz elige el mal, pero lo importante es que ha sido completamente libre para elegir, y por algún motivo, no ha elegido el camino del bien.
Gracias a la autoimpuesta superioridad moral que le proporciona la naturaleza divina de sus actos, Kurtz observa el alma humana abierta, extendida, transparente. Sólo él sabe qué piensa y cómo se comporta un hombre puro, completo, limpio de las impurezas que rodean el mundo. En otras palabras, ha logrado conocer el alma humana, y lo que ve es desolador:
“Pero su alma estaba loca. Al encontrarse sola en la selva había mirado dentro de sí misma y, ¡santo cielo!, os lo aseguro, se había vuelto loca. Yo mismo tuve que pasar, supongo que a causa de mis pecados, por la dura prueba de mirar en su interior.”
Es importante señalar que los que han vivido la experiencia, así como el que la narra y los que lo escuchan, son europeos, personajes de un mundo civilizado. Lo que se narra, y los nativos del continente que se recrea, pertenecen a un mundo salvaje, con otra cultura y otros parámetros. Ese contraste también contribuye a crear ambigüedad. Porque no hay nada predeterminado: los elementos de juicio no son equivalentes en unos y otros. En consecuencia, no hay verdades absolutas, las interpretaciones varían y los valores no son universales.
No sé hasta qué punto experimentó Conrad la sensación de implicarse en algo moralmente inaceptable, pues nunca abominó del imperialismo británico, pero su retrato del hombre blanco no puede ser más desfavorable.
«He visto el demonio de la violencia, el demonio de la codicia, el demonio del deseo ardiente, pero, ¡por todas las estrellas!, aquéllos eran unos demonios fuertes y lozanos de ojos enrojecidos que cazaban y conducían a los hombres, sí, a los hombres, repito. Pero mientras permanecía de pie en el borde de la colina, presentí que a la luz deslumbrante del sol de aquel país me llegaría a acostumbrar al demonio blando y pretencioso de mirada apagada y locura rapaz y despiadada. Hasta dónde podía llegar su insidia sólo lo iba a descubrir varios meses después y a unas mil millas río adentro.”
Aunque lo lógico es pensar que Conrad hace en esta obra una crítica feroz al colonialismo, su postura es bastante más compleja. Nos situamos en un contexto histórico en el que aún está muy reciente el reparto europeo del continente africano, que se formalizó en 1884 en la Conferencia de Berlín. Europa hizo este reparto ocultando tácitamente sus intereses económicos con un discurso de misión conciliadora. Oficialmente se debía liberar al atrasado continente de sus costumbres bárbaras, con una actitud civilizadora que pronto se reveló como más bárbara que la de los propios nativos. Gran parte de los colonos sometió a los pueblos nativos a situaciones de auténtica esclavitud, cuya consecuencia se deja ver casi hasta nuestros días.
Hemos de reconocer que la visión de Conrad todavía no tiene la suficiente amplitud temporal como para dejar a un lado una perspectiva que hoy en día se podría calificar, sin ambages, de racismo puro y duro. Si bien es cierto que todo el género humano sale malparado como balance general de El corazón de las tinieblas los negros aparecen animalizados hasta un extremo aberrante. La existencia de un componente racista en la obra de Conrad ha sido sin duda un punto que ha originado interesantes estudios y fructíferos debates, pero no se puede perder de vista que Conrad es hijo de su tiempo.
Un tiempo que no pasa para esta novela y que después de tantos años sigue conservando su actualidad de manera poderosa. Una reflexión sobre la corrupción natural del hombre, la locura del poder y la confrontación entre el bien y el mal que hará que tras su lectura se entienda que nunca vamos a poder dejar de estar sobre la línea que separa lo correcto de lo que no lo es.
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Autor: Joseph Conrad. Título: El corazón de las tinieblas. Editorial: Navona.
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