Doña Juana anhelaba poder salir… Añoraba la suave caricia del sol en su rostro, ansiaba respirar al aire libre, mirar al cielo, pasear… Cómo la entendí y cómo me acerqué a su sufrimiento en los meses en los que estuvimos confinados, y en los que yo estaba en plena redacción de mi novela sobre ella.
Claro que su confinamiento y el mío nada tenían que ver. Yo podía moverme por toda la casa. A ella no la dejaban salir de su habitación. Yo, si quería respirar aire o mirar al cielo, me asomaba a la ventana. A ella, la mayoría de las veces, la única ventana que había en su habitación se la tapiaban para que no entrara la luz del día.
Tres meses duró nuestro confinamiento. El día que pudimos salir me fui ilusionada y con cierta emoción a pasear cerca del mar (pasé el confinamiento en Asturias). Recuerdo que uno de mis primeros pensamientos en libertad fue para doña Juana. Nuestro confinamiento había terminado, el de ella duró toda su vida. Salvo en dos cortos paréntesis en que su encierro fue atenuado, doña Juana vivió en esas condiciones cuarenta y seis años. ¿Cómo pudo resistir?
Se han dicho tantas cosas de ella… “Locamente enamorada de su esposo”… Si era tanto su amor, ¿por qué en un momento dado de su vida se pone del lado de su padre y no del de su marido?
“Celos necrofílicos”: esa es la respuesta que se da a su reacción al decidir pasar una noche al raso en los campos de Castilla, antes de que el féretro con los restos de su esposo fuera introducido en un convento de monjas. ¿Qué sucede con esos celos necrofílicos? ¿Eran esporádicos? ¿Por qué al llegar a Tordesillas doña Juana no tiene ningún inconveniente en que el cadáver de su esposo sea instalado en el monasterio de Santa Clara, donde la comunidad también era femenina?
¿Por qué cuando alejan de su lado a la infanta Catalina, su hija pequeña, se niega a comer hasta que la hagan volver a su lado? ¿Por qué cinco años más tarde, cuando la infanta Catalina se va de Tordesillas para casarse con el rey de Portugal, doña Juana llora en la intimidad la separación de su hija, y no organiza ninguna protesta?
¿Por qué no firma documento alguno dando legalidad a las Comunidades de Castilla? ¿No quiere quitarle el poder a su hijo?
A estos y a otros interrogantes intento responder en mi novela Juana de Castilla, que espero ayude a conocer un poco más la vida y la personalidad de la tercera hija de los Reyes Católicos, una mujer culta, hermosa y apasionada que no ambicionaba el poder, sólo ansiaba vivir con su familia.
Doña Juana fue una de las reinas más desgraciadas de la Historia, y una mujer totalmente desamparada. Es casi seguro que si no hubiera heredado la corona de Castilla, su historia habría sido muy distinta y menos triste.
Doña Juana no se encontraba capacitada para gobernar sola y necesitaba alguien en quien apoyarse, pero nadie pareció entenderla. Primero su marido, después su padre, y al final su hijo; los tres hombres a los que más ha amado en su vida, los tres gobernaron en su nombre. Pero para poder hacer lo que querían y evitar interferencias de algún que otro noble que pudiera influir en la soberana, la condenaron a vivir en soledad, apartada de todo y todos.
Murió igual que había vivido, sola. Nadie de su familia la acompañaba en aquel amanecer del Viernes Santo de 1555, en el que doña Juana, Reina de Castilla, dejaba de existir.
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Autora: María Teresa Álvarez. Título: Juana de Castilla. Editorial: La Esfera de los Libros. Venta: Todostuslibros y Amazon
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