Dispares motivos llevan a la lectura de un libro. Una llamativa cubierta en el escaparate de una librería, una tentadora reseña (cada vez menos), un caprichoso influencer (cada vez más), el boca oreja, la publicidad directa, un premio jaleado, la propaganda disimulada en la sedicente información cultural de la prensa… Otra causa bien distinta me encaminó no a una obra concreta sino a un autor, a Luis Artigue. Lo conocí en su ciudad natal, León, con motivo de unas jornadas acerca de su paisano Sabino Ordás. En las sesiones del encuentro académico, en comidas y algún tapeo percibí en Artigue una pasión literaria tan auténtica y arrebatada, unos juicios penetrantes y un vivir en estado de letraferido que pensé, cuando supe que escribía: «Este hombre tiene que ser necesariamente un autor original». Así que leí su novela en aquel momento más reciente, Club La Sorbona (Alianza Editorial, 2013), con gran placer. Esta novela negra burlesca, «a veces realista y a veces paródicamente loca sin intersección», con palabras prestadas del propio relato, confirmaba la mayor, una historia muy personal, divertida y jugosa, y muy bien escrita.
El grato recuerdo dejado por esta loca historia que cuenta las inciertas andanzas de un investigador para recuperar una flauta perdida de Mozart en una ciudad prostibularia era suficiente estímulo para adentrarme en su reciente Donde siempre es medianoche. La experiencia no solo iguala sino que supera a la del anterior título porque ahora la trama también original y disparatada tiene un notable espesor, una densidad que no posee la otra única suya que conozco. Aunque, eso sí, a primera vista no lo parece.
De entrada nos encontramos un relato disparatado, el producto de una mente febril que inventa sucesos peregrinos a más no poder. Que, en cierto modo, urde una sarta de extravagancias cogidas con alfileres y con la única meta aparente de fabular una distopía actual. El caso es que se nos cuenta la historia de un anónimo «Sabueso Informativo», un periodista-fotógrafo bregado en conflictos bélicos a quien una agencia informativa encarga que documente la peculiar situación de una ciudad toscana. El alusivo topónimo del lugar, Silenza, refleja el sorprendente caso: desde hace un año domina en ella una noche perenne. El encargo al Sabueso incluye también averiguar otro par de fenómenos: qué ha sido de un premio Nobel desaparecido después de quedarse dormido de repente en la catedral y cuál es la identidad de Anticristo Superstar, enigmático líder de una secta de fanáticos sangrientos. Algún otro componente (un auto de fe de clásica escenografía televisado, por ejemplo) contribuye a enredar todavía más la enloquecida anécdota.
Estos despropósitos adoptan un aire verista en otros dos elementos de la ocurrente trama. Por un lado, la historia de amor de Sabueso con la misteriosa Elisabeta. La ternura, la emoción y el engaño hilvanan la relación, que tendrá un insospechado desenlace y da lugar a jugosas disquisiciones psicológicas a la altura de Woody Allen. Por otro, las relaciones de Sabueso con un psiquiatra (argentino, por supuesto) que apostilla el manuscrito del periodista con rectificaciones y le descubre el fondo neurótico de su amor; un diálogo en el que brilla Artigue tanto por la chispeante disputa como por la plasticidad verbal del habla porteña del Herr Doktor.
El popurrí de situaciones, ideas y comentarios da lugar a una visión bastante caótica del mundo. Los días sin noche de Silenza se constituyen en reflejo simbólico de un mal que anida en la sociedad. La oscuridad de Silenza es consecuencia de la desmesura materialista de la vida moderna. El dinero, el gasto y el consumo han cambiado otros valores prioritarios por un craso monetarismo. El resultado se cifra en algo bien visible en la experiencia contemporánea, la crisis, también laboral y económica, a la que se hacen abundantes referencias. Algo malo, la crisis, sin duda, pero también una oportunidad regeneracionista. Previamente, el narrador condena los abusos que han conducido a la situación presente: «la clase especuladora merece el infierno». Y además pone una cita literal nada menos que de Marx: «una crisis económica es una oportunidad del capital para fortalecerse destruyendo empleo». Después, lanza una idea: la crisis ofrece posibilidades de enmienda.
La propuesta de Artigue consiste, más o menos, en postular un rearme espiritualista como el camino no hollado por la sociedad contemporánea sujeta a la férula del capitalismo. Volviendo la vista atrás, el autor dirige su mirada a Cristo. Pero al Cristo histórico, no al Cristo de la fe ni de la Iglesia. A Cristo, no a Jesucristo, resumiría yo. Un Cristo revolucionario, enfrentado a los poderosos, enemigo del poder, casi un anarquista dispuesto a destruir los cimientos institucionales. Un portavoz, me atrevo a decir, de los indignados. Exagero, ya lo sé, pero Artigue ve una especie de líder del 15-M que encabeza la subversión y la novela se pronuncia contra la dictadura político-económica del capitalismo, de las multinacionales y de los gobiernos genuflexos. La sanguinaria secta del Anticristo Superstar ha gestado en Silenza «un proyecto teológico-utópico-revolucionario». Y, como escribe Sabueso, «ojalá lo que está pasando en Silenza sirva para despertarnos la imaginación moral necesaria para comprender el dolor ajeno».
Frente a la dictadura monetarista, Artigue reclama una subversión mental que produzca una libertad espiritual completa. Ese es el ideario de la sociedad secreta de Anticristo, «tratar de ser mejores cada día, intentar que todo sea mejor a nuestro alrededor cada día», y ello, y el postulado me parece capital, en el proceso hacia esa meta, «intentar pasarlo lo mejor posible; ¡por eso adoramos la risa!». La novela concluye con un happy end al presentar un desenlace afirmativo. La regeneración es viable, es factible el cambio hacia esa sociedad libre de excesivas hipotecas económicas y materiales. Si se me admite la broma, Artigue también dice: Podemos.
¿Por qué una obra amena, con destellos de ideas y de estilo, una novela tan estimulante, de valor político discutible, ha pasado bastante desapercibida? Seguramente por lo mismo que denuncia: también la literatura se ha sometido al dinero y al consumo. Pero nunca será tarde si la dicha es buena.
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Autor: Luis Artigue. Título: Donde siempre es medianoche. Editorial: Pez de Plata. Venta: Amazon y Casa del libro
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