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Una tarde de lluvia en Edimburgo

Una tarde de lluvia en Edimburgo

Todo empezó con un párrafo entrevisto en una página impar de un libro abierto en una librería de Edimburgo durante una tarde de lluvia de hace años. Por azar. Cómo iba a saber yo entonces que el mero acto de refugiarme allí mientras amainaba me iba a llevar tan lejos como a escribir una historia ambientada en la costa mediterránea. La culpa la tuvo el hechizo. Hay un momento en que el escritor, sin saberlo, es todavía el truco, el ardid ejecutado por la magia aleatoria de la literatura. Solo después le estará permitido convertirse, él mismo, en el prestidigitador que hace y deshace tramas a su antojo, el hacedor de trucos, ya sean torpes o memorables.

¿Fue realmente la lectura de esas líneas de crítica feminista el motivo principal de inspiración para escribir Siete días en la Riviera? Estamos todavía en el paleolítico de la exploración de los laberintos del cerebro por donde circula la generación de las ideas, los pasadizos que configuran la decisión de hacer, de ir, de escribir. Quizás en el futuro será más fácil determinar el origen de las obras que creamos. Hoy, mientras tanto, solo podemos sugerir, aventurar.

"Pero el personaje en verdad fascinante era sin duda el de la poeta y periodista Lady Marguerite Blessington"

El libro que estuve hojeando se titulaba Women’s writing in the Romantic period y había sido editado por la profesora Devoney Looser. En la página 3 se afirmaba —este es el párrafo en cuestión— que poetas como Felicia Hemans o Letitia Elizabeth Landon (LEL) llegaron a ser más populares y exitosas que sus contemporáneos hombres, incluido Lord Byron. La investigadora reivindicaba sus poemas y lamentaba que quedaran sepultados bajo un olvido centenario.

A partir de aquí, lo quise averiguar todo. Durante los años siguientes fui leyendo sus obras y las pocas biografías que sobre ellas circulaban. Me atrajo la historia truculenta de LEL, escritora superventas que no pudo resistir las críticas que recibía en Inglaterra por su liberal vida privada y huyó a las costas de Ghana, de la mano de un marido militar. Apenas vivió allí unas semanas, pues falleció por ingestión de ácido prúsico sin que se llegara a saber si fue un suicidio o un caso de violencia de género.

Me sedujo asimismo Hemans, otra poeta que tenía que dedicar parte de su tiempo a atender a los seguidores que venían a pedirle autógrafos en su casita de Liverpool. También ella me pareció una autora digna de ser desenterrada.

"Me acompañan aquí los Rolling Stones de Jagger y Richards, versiones contemporáneas de Shelley y Byron, o de Byron y Shelley, como se prefiera"

Pero el personaje en verdad fascinante era sin duda el de la poeta y periodista Lady Marguerite Blessington. Autora precoz y crítica literaria despiadada, esta mujer adelantada a su tiempo firmó un libro de conversaciones con Lord Byron que creo que merece figurar entre las mejores entrevistas de la historia del periodismo. En este texto desnuda al poeta de sus artificios y lo muestra como un ser abrumado y hastiado de su propia trascendencia. La puesta en escena de Blessington es prodigiosa.

Es en este punto en el que entra en juego la conexión mediterránea de mi futuro libro: aquella entrevista tuvo lugar en la elegante ciudad de Génova en 1822. Los escenarios fueron un hotel que todavía existe, un paseo marítimo que aún puede recorrerse y unos jardines secretos que me propuse descubrir.

Nuevas y viejas lecturas y el hilo que iba tejiendo desde que en Edimburgo supe de las románticas olvidadas marcaron el camino. Surgió la trama. Byron y Mary Shelley se refugian en Génova meses después de que Percy B. Shelley haya sufrido un naufragio mortal en Viareggio. Flashback: cuando los amigos encuentran el cadáver, ven que el poeta lleva en el bolsillo un poemario de Keats. El propio Shelley había dedicado a Keats un poema que es el mismo que, siglo y medio después, Mick Jagger leerá en el concierto de Hyde Park en homenaje a otro romántico ahogado, el guitarrista Brian Jones. Por diversos motivos, comparecen también Patti Smith, que visita la playa del naufragio, y el barón inadaptado de Italo Calvino, que se desplaza por la copa de los bosques ligures.

"Otra de las influencias del libro es mi adicción a las canciones de su descarnado Exile en Main Street"

Un poco más al norte, ya en Francia, se cierra el círculo que se había abierto en Edimburgo. Me acompañan aquí los Rolling Stones de Jagger y Richards, versiones contemporáneas de Shelley y Byron, o de Byron y Shelley, como se prefiera. Comparten la urgencia de disfrutar al límite del mismo dulce sol del verano.

Otra de las influencias del libro es mi adicción a las canciones de su descarnado Exile en Main Street. Así que el fin del camino no puede ser otro que Villa Nellcote, la casa que el grupo alquiló en Villefranche-sur-Mer en 1971 y en cuyos sótanos grabaron aquel disco. Allí sigue, medio incautada a un oligarca ruso a la espera de que alguien la convierta en un museo del rock. En este pueblo cercano a Niza, en un soleado día de julio, acaba la historia de Siete días en la Riviera y empieza algo que todavía no tiene cimientos y que no los tendrá mientras no comparezca —si llega a hacerlo— el arrebato de la escritura.

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Autor: Miquel Molina. Título: Siete días en la Riviera. Editorial: Catedral. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.

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