Lo difícil de escribir sobre la naturaleza es transmitir interés sin que el lector se sienta ante una suerte de tratado sobre la altura de una secuoya, o sobre el momento en el que tienen flores los tamarindos. En su libro Diarios del bosque, Deakin se aleja de ese modelo para contagiar su pasión y su entusiasmo a la hora de comprender la importancia de los árboles y bosques para nuestra vida centrándose en detalles como el fuego del hogar, el suelo de una casa o cualquier cosa en que nos fijemos de nuestro entorno. Y para lograrlo, a medio camino entre el conocimiento y la autobiografía, el autor realiza un viaje que comenzó hace treinta años en Suffolk, donde compró una casa rodeada de robles que reformó con sus propias manos, y termina, como no podía ser de otro modo, en esa misma casa en la que reside en el momento en que escribe la obra. Deakin recorre sus propias raíces antes de salir a explorar el mundo y también sus pasiones, encontrando en cada esquina una referencia natural a su unión con los árboles, que van desde el apellido materno a la comunión, para él natural, de realizar una acampada o de disfrutar del sonido del viento en los árboles desperezándose de buena mañana. Deakin se muestra, a partir de este entorno, como un experto en el arte de contemplar y de trasladar, con una prosa lírica que roza el romanticismo, cualquiera de las sensaciones que alberga su alma cuando observa la naturaleza, logrando contagiar al lector de ese interés en el detalle, en la línea, la familia de animales, el olor… Y para ello realiza un viaje que lo lleva a atravesar el mundo desde Gran Bretaña hasta China, o hasta un país de nombre casi impronunciable, persiguiendo una historia de manzanas.
Si cada viaje deja una impronta en el viajero, el de Deakin se convierte en una suerte de guía de vida, lleno de referencias al folklore y la cultura, de descripciones bellamente integradas en la armonía del libro. Construye, de este modo, una obra con tono de fábula en la que el aprendizaje, lejos de ser una lección botánica, lo es sobre la importancia de detenerse a observar, de tener curiosidad y de indagar un poco más en aquello a lo que, por rodearnos, apenas prestamos atención. En un mundo en el que la selva ha perdido terreno y los parques, llamados pulmones, parecen importar más por el hecho de existir y limpiar la atmósfera que por aquello que transmiten cuando se pasea por ellos, Deakin reivindica el caminar lento, la mirada alta y el oído aguzado. Hay por supuesto objetos de creación con materiales naturales, anécdotas y personajes invitados que le sirven como guía, para conducirnos por su fantasía de convertirnos en personas capaces de conocer la historia de un lápiz, una mesa o la cama en que dormimos, algo que poco a poco se va conformando como una fantasía romántica que queda perfectamente encuadrada en el modelo elegido por Impedimenta para su edición.
De alguna manera y pese a encontrar unos conocimientos apabullantes, el autor logra llevarnos de tribus a idiomas o picnics en el parque, cautivando paso a paso a quien decida compartir con él este viaje, capaz de descubrirnos algunos de los lugares más impresionantes que Internet me ha mostrado persiguiendo sus pistas, y sin lograr llegar a dibujarlos con la mitad del detalle que lo hace la voz entusiasta del autor.
Dice Deakin en su obra que hay ramas, como las del fresno, que se sienten como un abrazo protector, y de algún modo el lector siente que entre las páginas de este libro el mundo se paraliza para que pueda tomarse un descanso, relajarse y disfrutar; estar a salvo, por un momento de las tensiones diarias. Quién sabe, tal vez la vida huela a encina. O a nogal.
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Autor: Roger Deakin. Título: Diarios del bosque: Una vida entre árboles. Traductor: Ce Santiago. Editorial: Impedimenta. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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