Reputados críticos consideran que el origen del realismo mágico de la obra de García Márquez subyace en la Literatura gallega. Pero no hacía falta tanta erudición para saberlo. El propio García Márquez lo confirmó e incluso atribuyó su forma de narrar a su abuela Tranquilina Iguarán, cuya familia había llegado desde Galicia a las cercanías de Aracatara y que organizaba la vida de los miembros de la familia en función de los mensajes que recibía en sueños
Pero es más, el concepto de realismo mágico, aunque durante muchos años se calificó de “genuinamente hispanoamericano”, hoy casi cualquier lector formado sabe que autores gallegos navegaban en él antes de que se acuñara el término, quizás porque la idiosincrasia gallega es el caldo de cultivo más fértil para ello. Su ancestral sustrato de supersticiones y leyendas está imbuido de magia, las creencias populares difuminan la frontera entre el mundo terrenal y el de ultratumba, o incluso la propia retranca no deja de ser el presentar lo insólito como lo cotidiano, desde Ramón María del Valle-Inclán, que se esforzaba en convertirse en espectro antes de sentarse a escribir: «quisiera ver el mundo desde la otra ribera». (Moure considera El ruedo ibérico «Cien años de soledad» avant-la-lettre), a Wenceslao Fernández Flórez, del que Aquilino Duque diría que su Bosque Animado era la mejor novela del siglo, o Cunqueiro, autor del prodigioso Merlín y familia, que llegó a sentenciar que “el gallego nacía, se culturizaba y moría en claves de realismo mágico”. También vive en autores gallegos más modernos como el gran Torrente Ballester y su novelón paradigmáico La saga/fuga de JB, o en el contemporáneo Ramón Loureiro y su Terra de Escandoi.
Con este brillante panorama de ficción real-maravillosa de García Márquez, de inmejorable tradición gallega, entronca la prosa de Xosé Carlos Caneiro en una versión genuina, una nueva vuelta de tuerca personalísima, que podría llamarse “neorrealismo mágico” de nuevo cuño.
El panorama de la novela en Galicia
Y es que si hablamos de Literatura Gallega actual, así, con mayúsculas, en lo que se refiere al ámbito de la novela, son cuatro los grandes escritores vivos que brillan con luz propia. Dos a dos pertenecen a generaciones distintas. Por un lado están Xosé Luis Méndez Ferrín y Alfredo Conde, de ideologías contrapuestas y decanos de un sistema literario que todavía respeta a sus mayores, un respeto ganado a pulso por su compromiso de más de medio siglo en el que, contra viento y marea, fueron estandartes de la cultura y la lengua gallega y que materializaron en novelas como O ventre do silencio, Retorno a Tagen Ata, XaVai, Grifón no vento o Azul cobalto, que pueden calificarse sin ambages de obras maestras.
En la generación siguiente, están Xosé Carlos Caneiro y el tan mediático Manuel Rivas. Curiosamente repiten la misma polarización ideológica, adscribiéndose a una opción conservadora el primero y a un peculiar progresismo de corte nacionalista el segundo. Rivas, todo un maestro en las distancias cortas, es autor de cuentos geniales, pero en la novela ha llevado una trayectoria errática y muy desigual. Algunas, sin duda, bien resueltas y eficaces, como El lápiz del carpintero, y otras difíciles de digerir, como Los libros arden mal. Sin embargo, ha sido bendecido por los parabienes de la tesitura política, la fama y las exitosas adaptaciones cinematográficas y televisivas.
Un corredor de fondo
Frente a Rivas, Caneiro es un corredor de fondo en el género. Su obra narrativa es sólida, consolidada, sin altibajos y tremendamente personal. Eso sí, frente a Manuel Rivas, ha pagado un alto precio por su independencia, al querer apostar por permanecer ajeno a las modas impuestas por el mercado editorial. Aun así, avalado por su calidad narrativa, ha obtenido los más prestigiosos premios literarios, como el Nacional de la Crítica, el Nacional de Narrativa, del que fue finalista, el Torrente Ballester o, entre otros, los que sancionan la excelencia de la novela gallega, el Premio Xerais o el Blanco Amor.
Paraíso: La balada de las cuatro nueces
Paraíso: La balada de las cuatro nueces en versión castellana, última novela de Caneiro, acaba de salir a la luz, editada por Pigmalión. Quizás el nombre de este escritor no suene en demasía al gran público, pero es un autor que atesora cuarenta novelas. Escritas originalmente en gallego, han sido traducidas y editadas —la mayor parte en Espasa— al castellano y a otras lenguas, como el alemán o el coreano. Todas ellas son narraciones de un estilo original y cuidado, sin concesión alguna a la galería, pero no por ello inaccesibles para un lector medio. Al revés, el lector medio habituado a obras de fast food o fácil consumo se deleitará de una forma especial en su lectura, convirtiéndose las novelas de Caneiro en auténticos y sublimes viajes a la Literatura de verdad, a un tipo de Literatura que pensamos que nunca volvería.
Imbuido de referencias literarias
Estilista audaz, constante experimentador con el lenguaje, la narración y la trama, y con el poso palpitante de lector compulsivo, la prosa de Xosé Carlos Caneiro está impregnada de referencias literarias del mayor prestigio y solvencia. Flaubert, Borges o García Márquez son tres de las esenciales. En la línea borgiana se inscriben sus obras Un xogo de apócrifos (1997), un rompecabezas metaliterario que encara la dialéctica entre escritura y creación, ficción, falsedad y mentira. A rosa de Borges (2000) es un homenaje al propio Borges en el que diversas voces envuelven el discurso monocorde de un narrador delirante. Sin olvidar también su personal biografía del escritor argentino (Espasa, 2002).
En Ámote (2004) Caneiro desarrolla parecidas estrategias experimentales, siendo un soliloquio amoroso que recrea el mito de Pigmalión. A máscara de Ulises (2013) exhibe un delicado trabajo estilístico y formal de signo barroco en pro de reafirmar su voluntad de estilo. Y un homenaje explícito a Flaubert lo constituye A vida nova de Madame Bovary (2008). Caneiro mantiene en todas sus novelas el empeño en conseguir una voz propia en su escritura novelística, con valentía, yendo a contracorriente de los dictados que imponen el neutro y casi plano discurso narrativo del mercado de la novela.
La Ébora de Caneiro, un mundo con nombre propio
Al igual que García Márquez, Caneiro en Ébora (2000) ha sido capaz de crear un mundo con nombre propio, un espacio geográfico imaginario habitado por personajes inolvidables, trasuntos ficticios de sus convecinos de Verín. Porque Ébora es su Verín natal, villa orensana inmortalizada en estas novelas que avivan la llama de un neorrealismo mágico, originado y jamás extinguido en Galicia. Algo semejante había avanzado en Un último destino (2010), ambientada en la villa imaginaria de Dalmara, a la que regresa el protagonista para reencontrarse con personajes tan atípicos como su padre y su abuelo, habitantes melancólicos de un mundo paralelo al que podría adjuntarse el adjetivo «feliz», sin la ironía de Huxley. Dalmara supondrá la primera piedra en la laboriosa construcción de esta paradisíaca Ébora, un mundo aislado regido por la lógica real-maravillosa que tan bien se conjuga con la Galicia profunda de ayer y de hoy.
Paz Gago: El lector se reconcilia con la alta Literatura
Como escribe el crítico José María Paz Gago en el prólogo de esta edición de Pigmalión: «Los grandes novelistas tienen la capacidad de crear mundos coherentes, con sus ciudades, paisajes y entornos verosímiles, los cuales pasan a formar parte de una geografía imaginaria universal. De Faulkner a García Márquez, pasando por Tolkien o Rulfo, esos espacios de fantasía son hoy reconocibles por lectores de medio mundo, integrando el imaginario colectivo de la cultura occidental. Casi siempre hay una referencia real tras la versión ficticia, como ocurre con la Marineda de Emilia Pardo Bazán, la Middlemarch de George Eliot o la Vetusta de Clarín, la Región de Juan Benet o la Celama de Luis Mateo Díaz; o la Villarreal del Mar de Torrente. Y más recientemente, la Vilaponte de Ramón Pernas o la Novariz de Carlos Montero, en ambos casos con referencia real en dos villas gallegas, Viveiro y Celanova».
Una trama que atrapa
Paraíso: La balada de las cuatro nueces está protagonizado por Julio Benavides, un catedrático de Literatura que, en el final de su carrera, retorna a Ébora y a sus orígenes para reencontrarse con sus amigos y parientes, que lo retrotraen a su figura paterna. Pero junto a ellos llegan también sus fantasmas, habitantes soñolientos de un cosmos autárquico ajeno a los avatares del mundo.
Ébora, enclavado en un imaginario interior orensano, resulta ser la quitaesencia de la galleguidad, algo que se refleja en un anecdotario curioso, personajes pintorescos y usos y costumbres autóctonas que enmarcan las peripecias del protagonista, como el Antroido (Carnaval) o la Santa Compaña, ancestral procesión de almas en pena en busca de redención y de algún ingenuo que arrastrar al inframundo.
La nómina de atípicos personajes que se pasean por sus calles, tabernas, plazas e iglesias de Ébora es especialmente atractiva, de una delirante extravagancia, que arranca sin pretenderlo la sonrisa del lector. Desde el padre del protagonista, Albino Benavides, que murió siete veces, a la bellísima Bruna o Babá Cándida, de la maestra doña Angelita al cura don Diamantino, el doctor Ochoa, Elpidio, Teolindo Hervella, Hilda… En palabras del ya citado prologuista: «Constituyen una galería inolvidable de personajes tan locales como universales, tan corrientes como extravagantes, tan entrañables como pintorescos. Esta novela coral atrapará al lector y logrará sin duda reconciliarlo con la gran Literatura. Esa que se preocupa ante todo de esculpir el estilo al introducirnos en este mundo de imaginativa fascinación».
Paraíso: La balada de las cuatro nueces en un contexto poliédrico nos remite a lo mejor de ese mundo galaico que transmitieron como nadie Fernández Flórez, Cela, Torrente o Cunqueiro. Xosé Carlos Caneiro nos muestra en esta última novela la otra cara de la Literatura, la de un novelista que con esfuerzo, ilusión y aparente facilidad trabaja el estilo. Pero quizás su gran valor es que no por ello pierde su capacidad de embelesar al lector y provocar en él la emoción que solo regalan las grandes novelas.
Frente al empacho de best sellers y obras mediocres que hoy inundan las librerías de los grandes almacenes y plataformas, Paraíso es un bocado exquisito para paladares exigentes de alta LITERATURA. Una narración fluida que nos hará disfrutar de sus páginas deseando que la novela no acabe nunca. Aun así, para los que leer es una experiencia vital, leyendo Paraíso: La balada de las cuatro nueces tendremos la certeza de que, al igual que nos sucedió con Macondo, no abandonaremos nunca el mágico mundo de Ébora.
Magnífico artículo, de los que le dan categoría a la publicación en la que aparecen, con sus luces (entre ellas, poner en justo lugar la obra de un autor mediático y sobrevalorado como Manuel Rivas) y sus sombras (la sola mención de un personaje como Chema Paz Gago casi echa por tierra el resto del artículo).
Estupendo artículo. Valiente la autora de desmontar a Manuel Rivas sobredimensionado en exceso.