Imagen de portada: Unamuno por Victorio Macho, en negativo positivado por el fotógrafo José Núñez
Con el permiso de los lectores, les adelanto que voy a intentar hacer protagonista de este artículo a Miguel de Unamuno, filósofo, poeta, comediógrafo, novelista, ensayista, fácil dibujante, maestro en las artes de la cocotología y rector de la Universidad de Salamanca. Y, no hay que olvidarlo, agudo comentarista de la vida política, social y cultural de los españoles, mientras tuvo fuerza para escribir sus famosos artículos para los mejores periódicos y revistas de España y América del Sur. Fue, en definitiva, un pensador que nunca dio su brazo a torcer y se mantuvo en sus trece, como buen vasco que era, pese al destierro a la isla de Fuerteventura, al que fue castigado por el gobierno del general Primo de Rivera, por su espíritu rebelde.
He leído a Unamuno desde mi juventud, porque tuve por profesor de Historia de la Literatura a un alumno de Unamuno llamado Gabriel Espino. Ser alumno de un alumno de Unamuno no es grano de anís, y se notan las razones. Una de las razones por las que Unamuno sintió el deseo de procurar que continuara su alumno Gabriel Espino los cursos universitarios es ejemplar. Este alumno, de familia humilde, no tenía dinero para comprarle los libros del curso siguiente y se pasaba el verano copiándolos a mano en cuadernos escolares. Cuando se enteró Unamuno del esfuerzo del chico, propuso a la Universidad que le facilitara los libros gratuitamente, aunque fueran de segunda mano. Comprenderán que mis simpatías hacia ambos —aquel maestro y aquel alumno— sean especiales para este otro alumno que soy yo.
¿Cómo centramos un balón a Unamuno para que comente la jugada? Aunque no fue aficionado a los toros ni al fútbol (que por aquellos sus años juveniles empezaba a tener una fuerte presencia en su Bilbao natal) sí fue don Miguel un agudo observador de los beneficios y los perjuicios que el fútbol iba a traernos. Y, como no podía ser de otra manera, lo dejó escrito.
Dice Unamuno en un ensayo titulado Deporte y Literatura, publicado en la revista Nuevo Mundo, de Madrid, el 17-IX-1915 (ojo al dato del año), que “las aficiones que aquí se mantienen son las pasivas, las que consisten en ver lo que otros hacen y en discutirlo y criticarlo, admirándolo o desdeñándolo”.
Las cosas debieron de cambiar pasados los años, pues cuesta creer que Unamuno escribiera que “la vocación más señalada que por aquí se nota es la de espectador”. Los vascos han sido notabilísimos, además de en el fútbol, en los deportes de la mar, en alpinismo, en atletismo, en ciclismo, en sus deportes autóctonos y en el golf y el tenis (recientemente).
“Sí, el deporte suele convertirse en exhibición y en profesionalismo”, escribió Unamuno. “Cuando aquí empezó el furor del foot ball se creyó por algunos que era un antídoto contra las corridas de toros, espectáculo que estimaban exótico, o más bien maquetónico. Pero el foot ball se ha convertido al punto en puro espectáculo y la afición es a verlo jugar y no a jugarlo. Y menos mal que no ha nacido la afición de jugar apuestas con su pretexto. Pero si en esta mi tierra hay alguna afición arraigada es la afición a la apuesta, al envido, al juego, sea de mus, de topes de carnero o de pelota”.
Unamuno criticó adelantadamente lo que todavía no existía pero acabó existiendo: las Apuestas Mutuas Deportivo-Benéficas.
Contra el “campeonato”, o lo que todavía en el año 1913 no se llamaba Liga Profesional de Fútbol, el escritor vasco, residente ya en Salamanca, también aportó algunas ideas críticas, precautorias, comentando el tiempo que los españoles íbamos a perder “hablando de futbol”. Dijo Unamuno: “Y viene tras el deporte lo del campeonato, con todas sus tristes consecuencias. Y la más triste de ellas, la misma que sigue a las corridas de toros: el tiempo y el espíritu que se pierde en comentar y discutir las jugadas y el mérito respectivo de los jugadores. Cualquiera diría que no hay nada en que pensar en España”.
En su tiempo, muchos de sus lectores le dieron la razón. En este nuestro, sólo serían algunos. ¿O son muchos estos “algunos”?
El caso es que Unamuno sintió cierta afición por el fútbol, gracias a dos de sus hijos, que lo practicaron cuando el nuevo deporte empezaba a desarrollarse en Salamanca, gracias a los alumnos del Real Colegio de Irlandeses. En marzo de 1913, los alumnos de este real colegio ya jugaban al fútbol a orillas del Tormes. Por aquel tiempo tuvo lugar la creación de la sociedad de “sport” denominada «Club Deportivo» constituida únicamente por jugadores españoles. En mayo de aquel año se celebra el primer partido formal, a modo de presentación del deporte y del club, jugado en las eras del Teso de la Feria (aun no había surgido el campo de El Calvario) entre los equipos del Colegio Irlandés y el Club Deportivo salmantino. Las crónicas dicen que al partido asistieron más de 500 personas. El resultado fue de empate a uno. El mérito se lo atribuían a los novatos del deporte; es decir, al equipo salmantino. La prensa local definía el juego de los irlandeses como fuerte y largo y el de los españoles corto y de combinación.
Las alineaciones fueron las siguientes:
Nobles Irlandeses: Goal Keeper: J. Mictaw ; Backs: P. Gibney y M. I. Donoghy ; Half Backs: Corcoran, J. Walsh y P. Morgan; Forwards: Cumming, J. Cosc, Donegan, Mames y Varkin
Club Deportivo: Goal Keeper: Hernansáez ; Backs: Mateo y Cuadros; Half Backs: Alzaga, Ullibarri y Gomendio; Forwards: Recondo, Sagardía, Sánchez Tabernero, Unamuno y Vargas.
Observen que el redactor de la crónica utiliza los puestos en los que juegan ambos equipos usando la jerga de entonces, en inglés. Apreciamos que ambos equipos jugaron con un portero, dos defensas, tres medios y cinco delanteros, la formación tradicional que en la actualidad tan poco usan los entrenadores.
Lo significativo del caso es que entre los delanteros españoles aparece un Unamuno, hijo de don Miguel. En realidad fueron dos los hijos del escritor quienes practicaron el fútbol en aquellos felices años 13. Supongo que el Unamuno que aparece en la alineación es Fernando, el primero en nacer, que contaba 21 años. Con dos menos también se vistió de futbolista el segundo: Pablo, que contaba 19 años. Estos son los dos únicos hijos de don Miguel que pudieron ser futbolistas, ya que el tercero fue Raimundito (imposible que le fuera por sus problemas de salud) y tras él nacieron Salomé, Felisa y cuatro más.
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