Hay películas definidas por su nobleza y honestidad. Uno de nosotros, un thriller dramático narrado en clave western (o western dramático en clave de thriller, tanto da) es una de ellas. El relato protagonizado por Diane Lane y Kevin Costner podría ocurrir en cualquier parte del mundo, pero tal y como está presentado, con fuertes nociones de lugar y tiempo (Dakota del Norte, años 60) es uno genuinamente americano, factor que multiplica exponencialmente su alcance, su significado. No puede ser casualidad que Costner y Lane, ambos excelentes, hayan interpretado a los padres de Superman en la última iteración fílmica del personaje.
Tras la muerte de su hijo, el sheriff retirado George Blackburn y Margaret, su mujer, dejan su rancho para recuperar a su nieto, atrapado por los Weboy, la familia de criminales de quien se ha convertido en segundo marido de su nuera. Naturalmente, y tras una tensa secuencia en el interior de la casa de los Weboy, que sucede bien avanzado el largometraje y donde Bezucha representa al grupo como un trasunto de los Hewitt, la familia caníbal de La matanza de Texas (la casa parece el reverso tenebroso de un Norman Rockwell o incluso un Hopper), queda claro que las cosas van a tener que resolverse a la manera del Oeste: con violencia.
Llama la atención cómo Uno de nosotros es capaz de conjuntar su melancolía y laconismo con la emoción, y a la vez gozar de un clima de violencia soterrada, de velada amenaza, que recorre todo su metraje. Los detalles están aquí y allá, desde esa emisora de radio donde un predicador proclama un discurso apocalíptico y que superpone a la emisora de música del coche o la oscura referencia del sheriff Blackburn a los malos tratos de su padre. La violencia doméstica es, por cierto, uno de los grandes motivos de la película, que convierte los épicos duelos al sol del Oeste en oscuros episodios de maltrato infantil y femenino intramuros, sin dejarse llevar por discursos más o menos oportunistas y contemporáneos.
El tribalismo de los Weboy, la pervivencia de áreas donde la ley todavía no importa, da a Bezucha la oportunidad de enriquecer el drama con muchos elementos no exactamente nuevos, pero sí muy bien aprovechados. La combinación de modismos del western (o del western tardío, recuerden que estamos en los 60) con, a su manera, arrebatos climáticos dignos del cine de terror (los Weboy parecen un atávico y tribal producto criminal solo un poco más civilizados que los de Las colinas tienen ojos y la citada La matanza de Texas), así como sentidas escenas de convivencia matrimonial de la mano de Costner y Lane, otorgan al filme un romanticismo áspero, tenebroso y oscuro que se cuece a fuego lento. Crepuscular, que diría el tópico.
Bezucha narra con notable economía, sobre todo en sus magistrales compases iniciales, por mucho que esto signifique también desdibujar un tanto a sus villanos. Quizá a la película le falta un punto de épica, de pictoricismo, pero son reproches innecesarios. Uno de nosotros se titula en versión original Let Him Go, o “déjalo marchar”, dos conceptos un tanto antagónicos que sin embargo reflejan las muchas tensiones de esta excelente película: hacer pervivir el grupo y, a la vez, buscar una manera de decir adiós, algo como lo que le ocurre al matrimonio Blackledge en el filme. Quizá (¿nos aventuramos?) estamos con Uno de nosotros ante una de las mejores películas americanas de este año que llega a su ecuador.
500 MILLAS EN EL LEJANO OESTE
Hace unos días, por una serie de circunstancias, escuché repetidamente 500 Millas, una de mis absolutas favoritas, desde siempre. Es otro ejemplo de la capacidad de la música para conmover y generar hondos sentimientos, que te dejan mudo y paralizado; tanto como la literatura, ¡o incluso más! En fin, el lenguaje universal.
La letra acompaña desde luego a ese volcán de emociones: ¡cielos!, ¡qué tristeza!, o quizás más adecuado, ¡qué nostalgia! Desde mi perfil lo que me “comunica” esa música es el abandono del hogar, y la búsqueda de nuevos horizontes, en un país donde éstos son enormes, y abiertos: la conquista, y la aventura.
Sí, una percepción sesgada la mía, sin duda, porque asocio esta música a su origen en los EE.UU., y con ello a la Frontera. En 500 Millas el transporte son trenes, posiblemente de mercancías, como polizones y tras la Gran Depresión. En John Denver es un avión a reacción, pero esto es otra historia en realidad, de amor, ¿o quizás no?
Lo que me interesa en este momento es la época es que ese viaje se hacía en carreta, o a caballo: el Lejano Oeste. Movimiento constante, búsqueda de nuevas tierras o ambientes, a menudo debido a la necesidad material, pero incluso también, para no pocos, la espiritual.
Movimiento perpetuo (que la termodinámica asegura que es imposible), siempre más allá, tras la siguiente montaña …, donde encontraremos otra. De modo que me adentro en el mito, en el Oeste, la última Frontera.
He repetido mucho estos días que me apena el trompazo taquillero que se ha pegado Horizon An American Saga, no por ser hincha de Costner, sino porque me estoy temiendo que no se vuelvan a hacer películas de vaqueros: nos conformaremos con las reposiciones, y algunas series. Lo contemplo con preocupación, porque el género del Oeste es arquetípico, y no sólo para EE.UU., con muchas aportaciones, sociales, culturales y conductuales.
En Los Siete Magníficos un ciudadano, admirado de su coraje, pregunta a Brynner ¿de dónde viene? Y éste mueve el pulgar hacia atrás. ¿A dónde va?, y ahora señala con el índice hacia delante. Típico, tópico, cine para chavales; pero …, éstos son quienes captan inmediatamente el surgimiento de la leyenda.
¿A dónde vas? – A cualquier lugar en el que no haya estado antes. Más clichés …
Poco después Brynner pregunta a su vez a McQueen a dónde se dirige: A la deriva (Just drifting).
En este patrón encaja muy bien asimismo Ethan Edwards, que se ha desplazado sin rumbo, luchando incluso con las tropas de Maximiliano.
Éste es el componente primordial de la fábula, el hombre errante (drifter). El canon es para mí, y para muchos, Shane; sí, en mi opinión es la mejor de este género. Un hombre a la deriva ciertamente, pero, pero …, con sólidos principios morales; ésta es su propiedad más relevante, y no la consabida habilidad con el Colt 45, que tanto nos maravillaba de niños.
Otro gran ejemplo es Hondo, también con Duke, que ha sido “acusado” de copiar Raíces Profundas, algo difícil de aceptar porque son del mismo año; yo apuesto por un simple paralelismo, porque el prototipo estaba en el ambiente.
Y no olvidemos citar otro caso de errabundo, Coop en El Forastero. Ladd es con mucho el peor de los tres, pero, ¡ay! George Stevens es el mejor director (sí, incluso está por encima de Wyler). Así que Raíces Profundas, con su poco original guión y nada sobresalientes diálogos, es el modelo que imitar para los largometrajes de vaqueros: puro arte.
Está claro como el agua cristalina del manantial que Costner, con la cámara, no llega ni a la suela del zapato de los anteriores realizadores, ni de Ford et alii. Pero Horizon, y las otras dos suyas del Oeste representan fielmente la épica de éste: ello hay que reconocérselo, y agradecérselo, en estos tiempos de Marvel. Por lo tanto pido, ¡exijo!, una vez más que se continúen fabricando estos productos fílmicos.
Lo sé, soy consciente de ello …, en estos tiempos de corrección política esos largometrajes resultan inconsistentes con ésta. Tenemos un relato en el que hay héroe, indiscutible, de los de antes, y además es: varón, blanco (anglosajón), heterosexual, pura masculinidad, protector de las damas etc. En fin, insoportable para el Pensamiento Único (y yo confío en que haya Otro), así que todas las papeletas indican que estas obras se extinguirán, como los dinosaurios; es más, es uno de ello, para muchos “modernos”. Atendiendo a su importancia histórica, cultural y arquetípica (jungiana) estimo que sería un monumental error (tipo pirámide y Escorial) liquidar este componente del universo cinematográfico.