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Valladolid en la lengua, en tres actos

Valladolid en la lengua, en tres actos

La Plaza Mayor de Valladolid se ha puesto guapa esta mañana de abril. Resplandece, airosa y sonriente, porque sabe lo que va a pasar y no lo quiere contar, pero algo se le escapa. Se susurran murmullos a la sombra de los soportales, y un ágil revoloteo de hojas y flores despistadas se deja llevar hacia la entrada del teatro Zorrilla, con la intención de colarse entre la multitud que espera fuera.

Por aquí han pasado Miguel de Cervantes, Francisco de Quevedo, José Zorrilla, Miguel Delibes, Rosa Chacel o Francisco Umbral, y poco a poco van llegando ellos, los grandes de las letras y de la comunicación de nuestros días. Sin dudarlo, han acudido a la llamada de la Diputación de Valladolid, la Fundación Godofredo Garabito y Gregorio y la editorial Zenda-Edhasa. Pasan delante de mí, se acomodan en sus asientos y se hace el silencio.

Los periodistas Silvia García y Jorge Francés nos presentan Valladolid en la lengua, un encuentro con los rostros de la cultura en el que tratarán de analizar el recorrido del llamado Documento de Valladolid, firmado en 1994 por todos los Premios Cervantes vivos entonces. Pero es hora de centrarnos en lo importante, en la gran protagonista que nos ha traído hasta aquí: la lengua española.

Se abre el telón.

ACTO I

El español en el Arte, en el Periodismo y los Cervantes

El primer encuentro empieza fuerte, sin aperitivos ni teloneros. Son Isabel San Sebastián y Augusto Ferrer-Dalmau, la escritora y el pintor frente a frente, —o sentados en un chester—, y Carmen Macías, periodista de La Razón, que les da la pauta. Hablan de revisionismo histórico, de la aparición constante de fuentes poco fidedignas, de censuras y persecuciones. Van de la batalla de Covadonga a las batallas en redes sociales, de la inteligencia artificial a la recreación histórica, e incluso hablan del Cid, de nuestro Cid; pero también se refieren con satisfacción al momento de expansión que está viviendo nuestro idioma, a su inmensa riqueza a pesar de los anglicismos, de los nuevos lenguajes o incluso de quienes no lo quieren. Es que, ¡cómo se crea en español! ¿Se imaginan ustedes un bolero en inglés? Isabel San Sebastián tampoco. Se trata de entender la vida a través de la lengua, porque, como apunta la escritora, “yo trabajo y evoco, imagino y construyo en español”. Bajo esa misma premisa pinta Augusto Ferrer-Dalmau, que coincide en todo. Y no es sólo lo que dicen, que por supuesto, sino cómo lo dicen. Los dos utilizan la lengua sin censuras, sin tapujos, sin falacias. Porque la valentía siempre compensa.

"Termina esta primera jornada con el encuentro entre dos Premios Cervantes, dos enormes de las letras: Eduardo Mendoza y Sergio Ramírez"

Seguimos muy atentos porque por la tarde, el periodista, escritor y director de la Fundación Vocento Carlos Aganzo modera el segundo encuentro con los periodistas culturales Jesús Calero, jefe de Cultura de ABC, Maite Rico, subdirectora de El Mundo, y Paula Quinteros, CEO de The Objective. ¿Por dónde empiezo a contarles? El periodismo y el uso de la palabra, de la lengua española. Maite Rico expone que la información rigurosa y veraz, pero bien escrita, requiere un desvelo continuo, un esfuerzo constante, y en esa obligación el ritmo frenético de la propia prensa juega en su contra. Pero ninguno de los tres se arredra, y Paula Quinteros, optimista, hace hincapié en cómo ahora se invierte más tiempo en cultura, y a pesar de que ésta ha quedado mil veces relegada al fondo de los periódicos, en los últimos años está viviendo un nuevo auge, porque “los periódicos son el patio de las palabras”. Palabras que no hay que despreciar aunque sean neologismos, porque, señala Jesús Calero, el lenguaje está más vivo que nunca, y el español de plena actualidad: el público del Coachella eligió que Bad Bunny hablara en español y hay algunas noticias sobre Historia que reciben más visitas que las de fútbol (aplaudan aquí, por favor). Cervantes, Julio Camba, Wenceslao Fernández Flores, Lázaro Carreter y Rosalía. Todo cabe en el enriquecimiento de la lengua española, de la que sólo podemos estar orgullosos.

El periodista y escritor Guillermo Garabito, presidente de la Fundación Godofredo Garabito y Gregorio, elegante donde los haya —en el hablar, el escribir y, reconozcámoslo, también en el vestir—, interviene brevemente para darnos la bienvenida en nombre de Valladolid, su Valladolid. Ese Valladolid “de todas las letras del abecedario” con un futuro que, nos asegura, se escribe en español.

"Sigamos utilizando nuestro vocabulario para expresarnos, para contar lo que vemos y lo que sentimos"

El ritmo no decae ni un solo momento, y termina esta primera jornada con el teatro hasta la bandera por el encuentro entre dos Premios Cervantes, dos enormes de las letras: Eduardo Mendoza y Sergio Ramírez, moderados por el periodista Chapu Apaolaza, colaborador de Onda Cero, Espejo público, La Razón y The Objective. Chapu comienza diciendo que el idioma nos hace libres, y Sergio Ramírez lo confirma: el español es la lengua de los inmigrantes, es una lengua expansiva e, incluso en ocasiones, agresiva, es la lengua de los escritores, de los músicos de moda hoy en el mundo. Es una lengua que sigue ganando terreno. Eduardo Mendoza lo corrobora contándonos cómo se pasa en Estados Unidos del caffé macchiato italiano, al machaquito hispano. La fuerza creativa del español es innegable, con Cádiz, por cierto, como centro mágico del idioma. ¿Cádiz?, ¿por qué? Porque sí, Chapu Apaloaza dixit. El español como un todo, a pesar de la au pair que consiguió que Eduardo Mendoza aprendiera francés cuando todavía no era tan alto como ahora, y de que a veces sueñe en alemán. A pesar de que a Sergio Ramírez le censuren un libro que por eso mismo corre como la pólvora en pdf, y a pesar del puritanismo imperante en Estados Unidos, que va calando en el mundo. Sigamos utilizando nuestro vocabulario para expresarnos, para contar lo que vemos y lo que sentimos. Llamemos a las cosas por su nombre, porque para eso lo tienen. Termina este primer acto con una sugerencia de Apaolaza: por favor, tilden el “sólo” cuando haya que hacerlo. Porque si no, corren el riesgo de casarse con su perro, y eso, miren ustedes, no.

ACTO II

La lengua en la ciencia, un español de ida y vuelta y el taller del escritor

Es viernes por la mañana, y hace un día maravilloso. Perfecto para que José Peláez, uno de los mejores columnistas de ABC, de El Norte de Castilla, y de este país, comience la charla con Chema Alonso, chief digital de Telefónica y “el puñetero amo”. De gorros, disfraces y calendarios tórridos, a hackers, tecnología y pentesters. Y todo para entender el español que hablan las máquinas, porque la suma de lengua más tecnología es inteligencia artificial. En los últimos años hemos humanizado el lenguaje de las máquinas, y ahora que les hablamos directamente nos responden. El siguiente paso —no se asusten— es que nos integremos físicamente con ellas. Y sería lo natural, porque cuando hablamos con cualquier instrumento tecnológico hablamos en español, aunque sea un español programado en Estados Unidos. La lengua es la herramienta para todo, y es nuestra responsabilidad conseguir que evolucione en la dirección correcta. Porque, hablando de inteligencia artificial, todo, o casi todo será posible: escribir como Arturo Pérez-Reverte, parecerse a George Clooney o encontrar tesoros en Lavapiés. Chema Alonso nos habló de muchas cosas, de lipstick on a pig, de fake news, de filtros, de ChatGPT — confieso que Álex y Chema Garabito me lo iban aclarando—, y de la posición de defensa a ultranza del español que hace nuestra RAE, porque no olvidemos que la inteligencia artificial se genera en inglés. José Peláez quería saber si podremos conversar e incluso argumentar con una máquina en condiciones de igualdad, y Chema Alonso nos habló entonces de los humanos digitales sintéticos, de que Blade Runner son los padres y de que en un ratito llega la supremacía cuántica.

Tómense algo para relajarse, señores.

"Las usinas, los living, los destilados y los jugos de durazno de García Marquez son insustituibles"

La jornada continúa con sesgo femenino, y María José Solano, escritora, cofundadora de Zenda y una de las plumas más bellas y certeras de nuestro panorama literario, conduce la charla con Karina Sainz Borgo, escritora de prodigio y columnista de ABC, y Verónica Chiaravalli, editora de opinión y periodista cultural de La Nación, en Argentina. Solano recuerda agradecida una errata del becario que transcribió a don Godofredo Garabito, que en el fondo nos ha traído aquí, y comienza ese encuentro entre tres acentos, el caraqueño, el porteño y el sevillano, casi nada. Es el español de ida y vuelta, reflejado en la cultura y en la manera de escribir y de leer de cada una de ellas. El acento, los acentos, se reflejan en la escritura hasta el punto de tener que adaptar los textos al español que se hable en el país donde se publica. Y de eso lo sabe todo Chiaravalli, que confiesa que el editor perfecto es el invisible a veces hasta para el autor. A no ser que el texto requiera de cirugía mayor, que también ocurre… Pero eso sería otra crónica sobre diplomacia y no sobre lengua. Karina Sainz Borgo invita a huir de la autocomplacencia en la prosa al escribir, porque el que escribe se debe a su texto y al público al que va dirigido. Por eso mete y saca a las guacamayas de la jaula a su antojo, porque ella sabe y puede, y porque la literatura se vive “con dos cojones”. Solano habla de los acentos latinos en las películas de Disney de nuestra infancia —todos hemos sido un miembro de la familia Darling de Peter Pan—, y de la musicalidad del español, venga de donde venga: para la sevillana, de niña, Borges fue su jeroglífico egipcio, su piedra Rosetta. Pregunta, acertada, por ese punto de no retorno en la literatura, ese «no lugar» al que se pueden ver abocados los escritores, porque como dice Chiaravalli, la conciencia lingüística existe. Las usinas, los living, los destilados y los jugos de durazno de García Marquez son insustituibles. Son tres grandes damas de la lengua española, que nos lanzan un guante: eliminemos los prejuicios y las barreras en la lengua. Encontrémonos.

Ahora contengan la respiración un momento, porque Jesús Calero sube de nuevo al escenario, para acompañar a Arturo Pérez-Reverte, periodista, escritor y académico de la RAE y a Jorge Fernández Díaz, escritor y periodista de La Nación. El silencio se corta con una pluma: los maestros nos van a desvelar los secretos de su taller de escritura, cómo limpian sus armas y afilan sus espadas para las batallas lingüísticas a las que se enfrentan cada vez que se sientan a escribir. Porque hay tantas injerencias políticas en la lengua que la han contaminado hasta convertirla a veces en un guirigay confuso. Pasando por los gorilas de Mogambo —John Ford nunca está de más—, llegamos a las palabras sospechosas de significar lo que significan. Usémoslas profusamente, recomienda Calero sin vacilar, porque, como apunta Reverte, “el silencio de los corderos sólo beneficia a los lobos”. Calero quiere saber cómo escriben, si como Balzac, Hemingway o Eduardo Mendoza, si de pie, tumbados, o… eso. Cómo plantean una novela. Jorge Fernández nos desvela que mientras Reverte es feliz con la planificación exhaustiva —tiene hasta una guía Michelin francesa de 1937, sus datos son exactos— él se deja llevar un poco más, aunque no tanto como Javier Marías, que improvisaba a diario el juego de escribir. Siempre la presencia de Marías. Fernández escribía en los tiempos muertos del periódico, y Reverte, si son artículos, en cualquier sitio. La novela es otra cosa. Plumas, tinta, pisapapeles, y por encima de todo los clásicos en la biblioteca. Novelas con algo más, como Un día de cólera de Reverte y Mamá, de Jorge. Novelas y maneras de escribir en las que se adapta el lenguaje al momento histórico, como hace Reverte. Artículos y novelas en los que a veces hay que saltarse las reglas. Pero para eso, señores, hay que conocerlas, y ellos las dominan.

El público se arranca a aplaudir, emocionado. Qué locura, qué escritores, qué privilegio.

Se cierra el telón.

ACTO III

La isla del doctor Schubert

Yo les había anunciado una obra en tres actos, y el tercero tiene lugar en otro escenario, en el bar La Española Cuando Besa. Hay que pasear Valladolid, porque Karina Sainz Borgo tiene nuevo libro —La isla del doctor Schubert, editado por Lumen—, y María José Solano y Guillermo Garabito vuelven a salir a escena, esta vez para presentarnos esa novela, esa enorme novela. O relato largo, como prefiere la autora. Gracia sevillana, austeridad castellana y locura caribeña. Garabito agradece que Sainz Borgo haya dejado la KGB para escribir como lo hace, y Solano agradece aquel viaje en barco por el Mediterráneo que fue el germen de esta isla. Aquel viaje en el que Karina se convirtió en un mascarón de proa y aprendió a mirar y a hablar al mar, y esta isla, cuyos habitantes han nacido de las Metamorfosis de Ovidio, de la mitología y de la fascinante e inquietante imaginación de Sainz Borgo. Seres monstruosos, desgarrados y bellísimos en su desgracia. Erotismo y misterio. Naturaleza salvaje, sirenas, perlas, faldas hechas de serpientes. Roce de piel con piel, sensualidad pura. Las mujeres de Karina Sainz Borgo, las que conocíamos de sus obras anteriores, están aquí. Ya no muerden el polvo ni empuñan un fusil, pero están aquí, en este canto homérico tan caribeño y mallorquín que es un disparate de imaginación, una maravilla y un alarde de su autora.

EPÍLOGO

Entre medias hubo conversaciones, discusiones, retos y hasta duelos, paseos e incursiones nocturnas en museos cerrados. Cuentos, castillos y vino del Duero. Risas y más vino. Puede que también hubiera algo más… pero eso ya se lo contaremos otro día. Si es que se lo contamos.

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