Julia es una mujer felizmente casada que vive en un constante estado de aburrimiento, lo que la lleva a imaginarse en situaciones falsas y a mentir para entretenerse. Su marido Carlos le reprocha que siempre está desocupada, lo que hace surgir en ella la necesidad de mentir de forma compulsiva. Es Nochebuena y, como quiera que el coche en el que iban a cenar a El Escorial no arranca, Carlos y su amigo Lorenzo deciden cenar en casa. La criada, Elisa, ignorando esa decisión, abre conforme con un plan previo, la puerta a su novio, Juan, que, acompañado de su socio, Lorenzo “el Tato”, pretende robar en la casa. Julia pide ayuda a Carlos y a Juan, pero dada su afición a mentir, nadie cree que lo que dice sea cierto.
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Un chiste del maestro Antonio Mingote certificaba el éxito indiscutible del comediógrafo cuando el marido le decía a la mujer que si iban al cine o a ver una comedia de Paso, porque Alfonso Paso hubo temporadas que acaparaba casi toda la cartelera teatral de Madrid, a la vez que diversas compañías giraban sus comedias por el resto de España. La maledicencia y la envidia, esos dos males nacionales, justificaban el genio y la producción de Paso murmurando que, tras casarse con la hija del gran Jardiel Poncela, se aprovechaba de ideas, bocetos y comedias inéditas de su difunto suegro. Todo por no reconocer el talento de un estupendo escritor de comedias, que luego dirigió películas y actuaba en sus obras, desgraciadamente muy olvidado. Dado el éxito de sus comedias, algunas de ellas se adaptaron al cine con suerte diversa, porque el atractivo indudable de sus tramas y la construcción de los personajes sonríen al adaptador para la pantalla como las seductoras sirenas al marinero Ulises, en muchas ocasiones con fatales consecuencias, ya que esas adaptaciones necesitan no poco talento —véase como operaban en ese terreno gente como Lubitsch, Hawks o Wilder— y la comprensión de que el cine, sus ritmos y planificación, por no decir la manera de interpretar, parecen parientes próximos del teatro, y es ahí donde les aguada el abismo de las sirenas.
Isasi-Isasmendi era un hombre criado en las entrañas del cine y muy especialmente en las del activo cine catalán de los años 50. Había comenzado como montador, lo que le permitió siempre conocer los secretos internos del cine, desde los fallos de planificación en el rodaje hasta el ritmo de las imágenes, o cómo mejorar los fallos en la mesa de montaje con la moviola. Isasi-Isasmendi, hombre de cine, era un tipo humanamente formidable, con una mentalidad de cineasta y productor —les recomiendo la lectura de sus Memorias—, que se rebeló siempre contra el status quo de la industria y fue capaz de rodar una insólita película sobre la Guerra Civil, Tierra de nadie, y una de aventuras, La máscara de Scaramouche, filmadas impecablemente.
Conocí personalmente a Isasi-Isasmendi en un Curso de Verano que la Complutense organizaba en Ronda bajo la dirección de Juan Cobos, amigo entrañable y uno de los grandes maestros de la crítica cinematográfica en España. Durante una semana convivimos con el cineasta, charlamos con él de sus experiencias cinematográficas bien diversas y revisamos algunas de su películas, descubriendo, para gran satisfacción suya, películas como las citadas Tierra de nadie y Vamos a contar mentiras.
Vamos a contar mentiras es una gran comedia, en el teatro y en el cine, una comedia que reúne esa veta española que comenzaran Jardiel, Mihura, Neville, Tono, López Rubio, Herreros o Llopis, en la que manejaban con enorme habilidad y oficio elementos y mecanismos clásicos de la comedia como los equívocos, los personajes inicialmente tópicos, las situaciones de enredo para envolverlos en diálogos chispeantes, a veces epigramáticos, y una apuesta por el humor absurdo a ratos tejidos de sentimentalismo junto con provocaciones y ritmos alocados que encajarían perfectamente en la calificación de las screwball comedies de Hawks, Sturges, McCarey, Capra, LaCava, Leisen, Cukor, Stevens… Manejar todo eso requería de gran talento, con especial referencia a lo que se conocía como «carpintería teatral», esto es, el andamiaje y los recursos cómicos y escenográficos en los que apoyar la trama, que en algunos casos es muy leve. Alfonso Paso era un conspicuo y muy brillante cultivador de ese estilo de comedia, generalmente despachado con cierta displicencia porque, en general, hacer reír y divertir a la gente con talento es algo que no se valora en absoluto cuando lo cierto es que escribir, dirigir e interpretar comedia es algo condenadamente difícil. Usted puede ser un asesino, Las que tienen que servir o Vamos a contar mentiras pueden servir de referencia de una obra extensa y con bastante buenas comedias. Paso estrenó Vamos a contar mentiras en el Teatro Beatriz de Madrid el 28 de septiembre de 1961, obteniendo un gran éxito. Se la dirigió Cayetano Luca de Tena, uno de los grandes directores del teatro español de la época, junto con Luis Escobar y ese genio que fue José Luis Alonso, con un reparto encabezado por Juanjo Menéndez, Amparo Baró, Ramón Corroto y Manuel Alexandre.
Como era de esperar, la oferta para adaptarla al cine no tardó en llegarle a Paso, que cedió los derechos a la productora de Antonio Isasi-Isasmendi, que la puso en marcha de inmediato, estrenándola en 1962. La comedia es formidable, una de esas joyas que nos aguardan si nos decidimos a explorar el venero del cine español entre los años 40 y 60. El guion de la película obra Jorge Feliu, José María Font y el propio Isasi-Isasmendi huye de dos de los habituales peligros que acechan a los que adaptan piezas teatrales al cine. El primero y esencial supone la tentación de airear la obra, lo que supone trasponer parte de la trama al exterior, cuando, sobre todo en las comedias, la unidad del lugar de acción es consustancial a la estructura de la trama, y el segundo es expandir esa trama, so pretexto nada encubierto de reescribir lo que no les convence de la obra original. Los efectos de caer en esa doble tentación suelen ser demoledores, porque atentan directamente a la esencia de una comedia, que no es otra sino un delicado mecanismo de relojería en el que se mueven acciones, situaciones, personajes, diálogos, concebidos para dotar de un ritmo muy especial al conjunto. Luego hay más asignaturas pendientes —Hawks lo demostró en Luna nueva— como la precisión y rapidez de los diálogos, lo que además tiene que ver con la interpretación —de nuevo Hawks lo prevenía— porque si se creen que ellos son los graciosos y no la comedia, se hunde la eficiencia del humor. Y last, but not least, el toque Lubitsch, esto es, procurar potenciar el aspecto visual de los resortes de la comedia, ya que obviamente se ha concebido como un torrente de palabras antes que de emociones visuales.
Vamos a contar mentiras evita todas esas trampas y potencia de manera extraordinaria las virtudes de la comedia original de Paso. Con mucha habilidad ruedan una suerte de prólogo en el que los ladrones, Bódalo y Luis Torner, roban un coche de bomberos —ojo, que éstos son nada menos que Manolo Morán y Pepe Isbert— so pretexto de una llamada como falsos sacerdotes para que coloquen en la torre de una iglesia una rutilante estrella navideña, y extienden, brevemente, las salidas al exterior del chalet en el que se desarrolla la acción. En el resto brilla el talento de Isasi-Isasmendi, que dota de un ritmo in crescendo al conjunto de la comedia, usando con mucha habilidad el decorado y el atrezzo —en una comedia con secretos y equívocos como ésta, eso es esencial—. Julia, mentirosa compulsiva por aburrimiento, dice la verdad, pero no la creen ni su marido, Carlos, ni Lorenzo, el amigo de éste, a la vez que el cadáver de la cómplice de los ladrones, la criada Elisa, yace bajo el sofá del salón, un cadáver al que se unirá otro, el de Lorenzo, uno de los ladrones. Mientras éstos procuran ocultarse en el dormitorio con las joyas, Carlos y Lorenzo entran y salen del salón a la cocina para preparar la cena, entre la angustia y la estupefacción de la pobre Julia, amenazada por Juan-Bódalo, el ladrón pistola en mano, mientras el marido y su amigo se toman a broma cuanto dicen, a la vez que una vecina cotilla irrumpe una y otra vez en el chalet con cualquier pretexto, viendo traslados de cadáveres y cosas que toma como broma navideña. Cuando Lorenzo, el amigo de Juan, el marido de Julia, descubre la verdad, su alianza de temor con ésta indigna y desespera a Juan, multiplicando los efectos cómicos del equívoco y la situación.
Una comedia tiene siempre el riesgo de la flojedad del acto, pero Vamos a contar mentiras, tanto la obra de Paso como la película, triunfan también en ese terreno merced a que el guion y la impecable puesta en escena de Isasi-Isasmendi, que alcanza cotas de excelencia en un ritmo endiablado y que transforma todo en un genial pandemónium, con cita de todos los personajes —habrá pocas películas españolas con tantos actores extraordinarios juntos— en una divertidísima exposición de lo que es una screwball comedy con una suerte de hipercamarote de los Hermanos Marx gozoso y destructivo.
Si pueden revisar Vamos a contar mentiras, no se la pierdan, porque además es una ocasión para disfrutar de la actuación de algunos de los mejores actores y actrices del cine español, con sorpresas como la del gran Bódalo en un personaje cómico. Una delicia y una obra maestra.
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Vamos a contar mentiras (1962). Producida por Antonio Isasi-Isasmendi. Dirigida por Antonio Isasi-Isasmendi. Guion de Jorge Feliu, José María Font y Antonio Isasi-Isasmendi, adaptando la obra de teatro de Alfonso Paso. Fotografía de Francisco Marín, en blanco y negro. Dirección artística, Antonio Simont y Antonio Arias. Música, Juan Durán Alemany. Vestuario, Ilga Penezis. Montaje, Emilio Rodríguez. Interpretada por José Bódalo, José Isbert, José Luis López Vázquez, Juanjo Menéndez, Gracita Morales, Manolo Morán, Guadalupe Muñoz Sampedro, Laly Soldevila, Amparo Soler Leal y Lluís Torner. Duración: 85 minutos.
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