Cuando Vatio irrumpió en el mercado editorial no pasó desapercibida. Decenas de reseñas y comentarios en la red se detenían a comentar una novela que a priori muy poco —o nada— tenía a su favor: un sello desconocido, un título potente pero algo abstracto y escrita por un autor casi novel. A. J. Ussía arrastraba además un “lastre”: ser hijo y bisnieto de extraordinarios creadores literarios. Por lógica, un ADN ventajoso, pero que resultaba incómodo en estos tiempos de “corrección”.
Pero envenenado. ¿Por qué? Porque la potencia mediática del protagonista ha oscurecido en buena medida el valor literario de Vatio. Extraordinaria no solo por lo que cuenta, sino por cómo lo cuenta y en qué época lo ambienta. Un novelón de estos que dejan knockeado y que sería igual de bueno si los personajes fueran inventados. Es más, posiblemente se valoraría en mayor y mejor medida su vibrante pulso narrativo, la precisión léxica en la descripción de contextos y caracteres y la capacidad de enganchar al lector que cristaliza en una obra de altura moderna y clásica a la vez. Afortunadamente, el tirón inicial del personaje conocido acaba diluyéndose en la fascinación por un relato que anima a ir viviendo con el protagonista unos capítulos que saben mantenernos en vilo hasta el final de sus páginas. Por todo ello no podemos dilucidar si Vatio es la novela del año por o pese a Antonio Vega.
Una industria y un Madrid etnoantropológico
Argumento: En el Madrid de fines de los 90 un joven veinteañero con ilusiones de ser músico trabaja acompañando un tiempo a un famoso cantante. Ello le permitirá compartir por igual su genio creativo y sus viajes al peligroso mundo de la droga. El relato consigue que empaticemos desde el primer instante con el chico “normal”, y que pasemos toda la novela sufriendo por su ingenuidad y una imprudencia temeraria que le llevará a vivir —por cierto— los capítulos más brillantes del libro.
Distintas crónicas han definido esta obra como “existencial”, porque se basa en una experiencia autobiográfica que ha dejado una huella indeleble, un antes y un después, en la vida en el autor. “A Pérez-Reverte la guerra le ensució la mirada. Lo que cuento fue mi guerra”. “Vatio consigue trasladar la emoción de lo vivido […], tiene la esencia de las buenas novelas de tránsito a la madurez, de iniciación, o como dicen los norteamericanos, de pérdida de la inocencia”, afirma el gran Ray Loriga en el prólogo de Vatio.
Epidérmicamente parece que ambos protagonistas son el centro de la trama, pero no dejan de ser una pieza más del deslumbrante engranaje literario con el que Vatio reconstruye un Madrid de ingente valor etnoantropológico, hasta la fecha solo esbozado por algún historiador y tratado muy tangencialmente en la Literatura reciente.
Porque el Madrid de la movida sí ha sido plasmado con profusión, pero el de la postmovida asoma en Vatio cual urbe ignota. Desde calles, plazas, ambientes y “garitos” de una capital cercana y reconocible, A. J. Ussía nos arrastra a un inframundo por muchos jamás imaginado. Un relato bifronte con dos caras a través de dos madrides y dos protagonistas contrapuestos. En clave musical, ambos take a walk on the wilde side a la dark side of the moon de la ciudad. Atmósferas de peligrosa marginalidad de fin de milenio, finiquitadas y sepultadas, y dos décadas se revelan en las páginas del libro con una crudeza y realismo extraordinarios.
En la serie de culto The Wire, un jefe de policía hace el polémico experimento de permitir en un ghetto de Baltimore el tráfico y consumo de drogas a cambio de dejar “limpia” el resto de la ciudad. Tal cual, exactamente, sucedió en el Madrid que Ussía retrata, aunque lo inverosímil resulta que no estamos ante una ficción, y desconcierta a un lector que se plantea cómo es posible que coexistiera con semejante impunidad con el Madrid “normal”.
También Vatio es un análisis de etnografía industrial… porque la industria discográfica que retrata ha desaparecido: la corrupción impuesta por el marketing, músicos dirigidos por compañías con empresas paralelas —y por tanto otros intereses—, royalties de cadenas, impactos en televisión y radio… Un mundo ya obsoleto, porque han cambiado sin vuelta atrás los canales de distribución. Las redes sociales han llegado para dominar y han impuesto que sean más importantes los likes que los compositores.
Lo que narra sucedió realmente en un tiempo y un espacio que jamás volverá. Por tanto, la condición de Vatio de novela de iniciación o novela de rock transmuta en una novela histórica finisecular.
Desembarcamos en el argumento
Las primeras páginas del libro nos conducen a una gasolinera de la M-40, por la salida de Mercamadrid. Aterrizamos conociendo a un joven incauto al que le encargan que sea conductor de un ídolo del pop. La presentación es casi cinematográfica… y dibujada de tal manera que el lector ya tiene la sensación de que “va a pasar algo”. No se imagina que está a escasa distancia de “el mayor hipermercado europeo de la droga”, Las Barranquillas, poblado chabolista del distrito de Vallecas. El joven ha sido elegido para el trabajo porque su educación y posición social “pijil” le hace menos proclive —al menos en teoría— a sacar partido económico de la situación e involucrarse con Antonio en adicciones compartidas.
Un Madrid tan siniestro como atractivo, en el que aspectos musicales y marginales se irán entrelazando en las trepidantes páginas de Vatio. Junto a los estudios de grabación, bares “normales” y conversaciones intrascendentes de veinteañeros emerge la fascinación por el escenario donde pululaban varios miles de toxicómanos al día en busca de su dosis. Drogadictos que cual figurantes de Walking Dead, de apocalipsis yonki, inician su funesta marcha hacia las chabolas en caminos sin asfaltar. Entes, individuos que arrastran un pasado, unas familias, y son captados por otros yonkis —machacas— que les azuzan para que elijan a uno u otro suministrador de una cocaína o heroína adulterada en desmedida proporción. Algunos ni siquiera buscan un lugar recogido para inyectarse y lo hacen en plena calle. Una goma o trapo atado al brazo, una cucharilla, un mechero y una jeringuilla son el kit para la felicidad. Mientras, a su lado pasan Kundas y coches de lujo que acuden a por la mejor droga del país 24 horas al día y 365 días al año. Y aunque ricos y miserables sean parados por la policía, nada pasará.
La novela también describe con precisión de cirujano la organización y distribución desde distintas chabolas, alguna bunkerizada con puestos de vigilancia. Unos narcos patrios —que dan más miedo que los colombianos tal vez por su escalofriante cercanía— a los que Ussía, valiente o imprudentemente, pone nombre. Clanes étnicos con beneficios diarios de decenas de miles de euros.
Antonio Vega, el mito
Vatio presenta a Andy y a Polo Targo. Antonio Vega y A. J. Ussía ¿tal y como eran? ¿O sigue sobrevolando en el relato la fascinación ciega por el ídolo?
Antonio Vega (Madrid 1957), de familia numerosa de clase media-alta, fue un adolescente de alto coeficiente intelectual que cultivaba facetas como la física, el alpinismo o la aeronaútica.
Dominando ya la guitarra e iniciándose en la composición, emergería en el crisol de la movida una simbiosis musical, genial y original, con su primo Nacho García Vega. Las baladas cósmicas de Antonio, el pulso rítmico de Nacho y unas guitarras potentes e identitarias consolidarían el sello Nacha Pop. La banda se integrará en este fenómeno de los 80 en la facción de nuevaoleros, que se distinguían, como Mamá o Los Secretos, por su calidad técnica y musical, una apariencia y letras menos transgresoras y paralelismos con la New Wave británica. Grabarían cinco discos que constituyen uno de los mejores legados de la movida a la historia del pop español. En el primero ya incluirían «La chica de ayer», himno generacional, aunque los ochenteros suelan detestarla por manida.
La adicción de Antonio llevaría de forma irremediable a la disolución del grupo en 1988. Debutará en solitario en 1991 y grabará otros cinco discos más que dejarían ver su faceta más lírica e intimista. Trabajos desiguales con temas irregulares frente a composiciones épicas, como «El sitio de mi recreo» o versiones geniales cono «Romance de Curro», de Serrat, o «Me quedo contigo», de Los Chunguitos. En 2005 su voz, ya muy cascada y nasalizada, interpretaba su último disco, 3000 noches con Marga, y tras más idas que venidas en la cuerda floja fallecerá en 2009. Ello no lo llevó a la mitificación. Los últimos años de su vida había traspasado las fronteras de lo musical para convertirse en un icono vivo, un emblema del momento histórico y mágico de la movida de los 80. Lo mismo sucedería con su grupo, Nacha Pop, aunque fuera ninguneando ilógica e injustamente a la otra mitad del tándem, su primo Nacho García Vega. Es algo de lo que también peca nuestro A. J. Ussía cuando repasa parte del bagaje musical de Targo, y apenas le dedica un par de líneas.
El morbo
Incomprensiblemente, la canonización mediática de Antonio Vega fue paralela a su decrepitud in crescendo. Su mito se potenciaba por el magnetismo que despertaba una imagen que presagiaba un desenlace inminente a modo de novio de la muerte. Tanto es así, que cuando encargan la necrológica al gurú musical Diego Manrique, contesta algo hastiado “que llevan una década pidiéndole lo mismo”.
El morbo ha estado tan vinculado al artista que el propio documental que se le dedicó, Tu voz entre otras mil, se enganchó al carro de la truculencia y relegó datos fundamentales en su trayectoria musical primando el viaje a los infiernos de la droga con etéreas imágenes de astronautas y caballos —eso sí, preciosas— sobrevolando, a modo de símil con la heroína.
Con Vatio, los mitómanos y los fans de Antonio se han sentido ofendidos, pero tienen la piel muy fina. Con el documental también, pero hay una diferencia. El documental tiene carácter de documento, de ahí su nombre, y por tanto debe dar una información objetiva, pero un literato puede escribir lo que quiera, de forma subjetiva, y con más motivo cuando narra experiencias autobiográficas.
Pero es más: la acusación al autor de recrearse en la toxicomanía del cantante no solo es completamente infundada, sino que nos aventuraríamos a decir que peca de todo lo contrario.
No hay complacencia alguna en los mecanismos de consumición que retrata Ussía, ni en los procesos de abstinencia que literariamente hubieran dado mucho juego. De hecho, aparte de indefinidas notas ambientales, evita detenerse en la ceremonia de la adicción. Tanto, que un profano acaba preguntándose qué sustancias toma Antonio Vega y cómo. Parece como si el autor en muchos sentidos siguiera bajo el mismo síndrome de Estocolmo que padecía ese jovencito Andy, porque muchos de su entorno afirman que la situación de Vega era infinitamente peor que lo que retrata Ussía. Lo cierto es que Vatio dedica escasas palabras a su deterioro físico, artístico y moral. No ha querido contar que cuando su novia —a la que él había enganchado— agonizaba no pisó ni un día el hospital. Luego afirmaría que su muerte era “lo peor que le había pasado en la vida» y grabaría con una voz temblorosa las hermosísimas letras de 3000 noches con Marga. Tanto le afectó que se unió sentimentalmente a los dos días con la camella de la novela.
Es sabido que Vega hacía a todos bailarle el agua. Su fama le ayudaba en los bajos fondos, sabía cobrar en dinero líquido o, si estaba muy apurado, empeñaba sin titubear guitarras propias y ajenas.
Jamás fue lo que llaman un artista maldito. Era un gran mimado que sabía utilizar su atractivo con amigos, directivos, productores, periodistas, dueños de garitos, que caían en su red de araña dispuestos a facilitar el estilo de vida que había elegido. Era sorprendente la entrega incondicional de su público, que nunca le abandonó, ni en periodos de su máxima decadencia. Tragaban con todo, hiciera lo que hiciera. Un público fanático que moría por él, sabía de memoria sus canciones y que le relevaba en sus conciertos cuando Antonio apenas podía articular palabra. Como las corridas de Curro Romero, les compensaba el destello de genialidad de Vega. Como se decía de las grandes faenas del diestro de Camas, cuando hacía algo era tan deslumbrante que “se paraban los relojes”, casi un título de una canción de Antonio.
Un conjunto de ingredientes que harían un biopic visual extremadamente jugoso, y más cuando las nuevas plataformas apuestan por los biopics… ¿Vatio lo será? Ussía se muestra cauto: “Prefiero mantener los derechos de mis trabajos bajo mi control”.
La aparición de otros personajes como Enrique Urquijo en Vatio puede ser controvertida, pero supone uno de los elementos etnográficos, porque Malasaña o la Plaza de la Luna suponían el primer escalón, y uno de los tentáculos, del infierno de Las Barranquillas. El caso de Enrique estaba muy lejos del de Antonio, pero compartían paralelismos líricos. Sin embargo, jamás gozó de la protección discográfica, ni del aura mediática de Antonio. A Enrique Urquijo sólo su público le quería, a Antonio Vega lo idolatraban todos.
Sí que emerge el talento del músico
A Andy le apasiona el proceso de creación, tanto el estadio de maquetas como la grabación profesional, en la que sorprende un Vega tan exquisito… Pero Vatio no dice ni palabra de cómo la droga afectaba directamente a su obra y cómo disminuían las composiciones originales y sus álbumes aumentaban con temas instrumentales y de otros.
Entonces, Ussía ¿tiene mala conciencia por sacar a la luz —aunque descafeinada y sobradamente conocida— la toxicomanía del ídolo? No lo sabemos, lo que sí sabemos es que lo compensa con creces extasiándose en su espectacular talento para crear letras en canciones sublimes, peculiaridades de sus armonías, afinaciones únicas y su cualidad de intérprete con matices infinitos. Todo ello, por cierto, que lograba una vez estaba servido de lo suyo.
¿Dónde está la movida?
El autor afirma que la obra no tiene nada que ver con la movida y que hay mucho mito detrás de la palabra. Discrepamos, aunque nos parece normal. Era un infante cuando surgió y muchos de sus protagonistas se desvinculan u osan ingratamente repudiarla, cuando la cruda realidad es que no hubieran sido nadie sin ella. La perspectiva de la distancia permite el análisis. Y es que Vatio sería ininteligible sin la huella de la movida, porque fue parte ineludible de la formación y personalidad. Antonio le debe todo lo que fue después. En esos viajes de voltaje tan vertiginoso por ese Madrid que retrata Vatio, en los estudios de grabación, conciertos, procesos de composición, famosos, camerinos, garitos históricos, personajes en situaciones límite, y los secundarios “de lujo” que en una versión cinematográfica se llevarían los premios de reparto… serían inimaginables sin lo que representó la movida.
El bagaje del autor y Coba Fina
A Alfonso J. Ussía (Madrid, 1983) la afición por escribir le viene de niño, cuando creaba pequeñas obras de teatro y poemas que trataba de vender en el salón de sus padres. La pasión por la lectura y por las historias de la gente redondearán con el tiempo su destino como escritor. Sin embargo, no sería hasta la cuarentena cuando decide dar el salto a la Literatura.
Había intentado ser músico, para después trabajar como road manager de artistas como Antonio Vega, o en discos de Luz Casal, Bunbury, Macaco, Dover, El Arrebato o Falling Kids. Después pasó a la prensa y a publicar en medios y revistas sobre música, historia y literatura. Fundó dos empresas, una discográfica (U Bros Records) y otra editorial (Neupic), “para fracasar estrepitosamente en las dos”, confiesa.
Libre de deudas y lastres, debutó en serio con Cuento del Norte (Caligrama, 2020), que recibió excelentes críticas, y ahora con Vatio ha roto techo, cumpliendo su cuarta edición.
“He nacido entre libros”, afirma. Aclaramos que en una cuna literaria “de altura”. Ello explica que cite como referentes a monstruos como Cervantes, Dickens, Nabokov, Wilbur Smith, Joseph Conrad, Wodehouse, Umbral, Cela, Ray Loriga, Delibes o a su propio padre, Alfonso Ussía.
Pero es que este bagaje también explica la fluidez y naturalidad en la redacción, la pulcritud en el uso de los términos, la transmisión de sentimientos ante un escenario y un personaje. Asimismo, la verosimilitud tan escalofriante de su relato no tiene solo que ver con sus vivencias personales, o con un ajuste de cuentas con el pasado, sino con su soberbia capacidad de narrar. De poco vale lo extraordinario que hayas vivido si no sabes contarlo.
Coba Fina
El mercado editorial vive una transformación hacia una meta aún no definida. Por ello, Ussía se ha liado la manta a la cabeza y ha montado su propio sello, Coba Fina, nombre de una comedia de su bisabuelo, el gran Muñoz Seca, de la tríada de autores más representados de la literatura española.
Es un proyecto que no se ceñirá a sus obras, sino que intentará editar trabajos de su padre y “una literatura que case con los valores y formas desde las que entiendo contar una historia”.
Con Cuento del Norte avanzábamos en Zenda que A. J. Ussía era un escritor de solvencia que había llegado para quedarse. De Vatio pueden valorarse muchas cosas, pero los amantes de la música, los nostálgicos de la movida, fans de la novela existencial, urbana, biográfica, de aventuras, etnográfica e histórica, vivirán su pulso narrativo y se conmoverán con el talento de Ussía para engarzar palabras con vivencias, sentimientos y emociones poliédricas.
Comenzaba a tener una sensación salvaje, de inseguridad, de algo que no veía venir. No podía compararse con ningún otro problema de calle, que percibes débilmente, pero que ves aproximarse. En esta ocasión, el miedo llegaba por detrás, sin dejarse ver. Era el miedo, sí.
Difícil mejorar párrafos como este, de los que hay decenas en el libro, que redondean una novela tan sólida como atractiva.
Volvemos al título. El Vatio es la unidad con la que se transfiere la energía. De cualquier potencia. ¿Hace alusión entonces a la potencia creativa de Antonio Vega, o a la potencia de ese Madrid ignoto y de imposible retroacción? Lo que sí tenemos claro es que Vatio es santo y seña de la potencia literaria de un autor, A. J. Ussía, y de una obra, Vatio, que nos hace viajar por un singular cosmos, y que una vez leída, reposa y permanece vívida en el recuerdo. ¿Puede haber algo más valioso en la literatura?
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Autor: Alfonso J. Ussía. Título: Vatio. Editorial: Coba Fina. Venta: Web de la editorial.
Veinte páginas me quedan de Vatio y no quiero que termine. Qué inmenso Antonio Vega. Soy fan de este músico único. Una maravillosa oportunidad para viajar a su mundo, infernal muchas veces, como ya podíamos imaginar al ver su demacrada figura. En sus últimos años pude disfrutar de su música en un par de conciertos, y no sólo articulaba palabras, también articulaba emociones. Qué gran artista. Y siguiendo con el símil taurino usado en esta crítica, y ya que también he sido currista, que bajonazo con la palabra, grosero e innecesario, al querer medir su dolor con el olvido junto a la «camella» , o al llevarlo de artista maldito a gran mimado… No, no tragamos con todo sus fans.
¡Ya está bien de aprovecharse de Antonio! No se merece que se siga «ensuciando» su imagen con el morbo de la droga para obtener beneficios económicos. No, no ese no es el camino Sr. Ussía. Seguro que a Antonio no habría gustado nada todo este circo montado con la publicación de Vatio y el montón de artículos periodisticos para promocionar este libro