Luis Muñoz (Granada, 1966) es autor de Septiembre (1991), Manzanas amarillas (1995) —premio Ciudad de Córdoba—, El apetito (1998), Correspondencias (2001) —premio Generación del 27 y Ojo Crítico—, y Querido silencio (2006). Su obra hasta 2005 está incluida en el volumen Limpiar pescado: Poesía reunida. Dirigió, entre 1992 y 2002, la revista Hélice. Ha editado el volumen El lugar de la poesía (1994), y ha traducido, entre otros autores, a Giuseppe Ungaretti y una selección de poetas británicos de la llamada New Generation. Desde 2012 es profesor en la Universidad de Iowa, Estados Unidos, y vive entre Iowa City y Madrid.
Su escritura explora lo irrepetible de cada cosa, la duración, el aislamiento, la falta, la transformación con los otros, la presión de la memoria, el origen como el lugar al que se vuelve y la potencialidad de las sensaciones que —por decirlo con palabras de André Gide— son de una “presencia infinita”. El intenso simbolismo de sus poemas se construye sobre una tupida red de conexiones horizontales y verticales. La poesía —ha señalado— “trapichea en esa frontera que puede separar lo lógico y lo realista de lo irracionalista y lo metafísico”.
Vecindad, editado por Visor, es su sexto libro de poemas. Zenda adelanta sus primeras páginas.
extraña que fui
cuando vecina de lejanas luces
Alejandra Pizarnik
Lo que pasó se muere en su muerte. Hay un silencio de
vecinos alrededor.
Juan Gelman
Ser poeta es no pertenecerse
ni a sí.
Alberto de Lacerda
UNO
TEMPORIZADOR
A Montse Lago
Voz de las bolsas de compra
revoloteadas en el viento,
como una pequeña presa
entre las garras
con que jugar.
Voz de las freidurías
temprano,
antes de que nadie venga,
recién fregada, fluorescente.
RACHID’S
Improvisadamente, nuestro daño saca jugo
no solo de las pausas blancas,
sino de los vectores repentinos
de la conversación.
Absorbemos el tiempo
a través de los poros.
Hablar aquí, ahora, de esto,
también es único.
Como la alegría a borbotones
de los viejos que lo llenan,
la cocina del minúsculo restaurante
marca un punto de inflexión:
a partir de ella,
de su fuego, su agua y su mano,
brota la floración de lo posible.
SORBIENDO LA INFANCIA
“¿Plantada de pie
como si un regalo”
“Sí, pero
había siempre un ruido
de fuelle de respiración,
como de esfuerzo del tiempo,
no solo por querer
sino por continuar,
un enlace agobiante,
como de fuente a presión
o eco roto,
que con sus figuraciones
y preguntas incómodas
nos entretuviera”.
DÁNDOLE VUELTAS
Nosotros fue vosotros.
Los peces, las sillas, las hojas
fueron vuestros.
El silencio del sol.
La lupa con orejas,
con lengua, con nariz.
La goma de borrar de la mañana.
El hola adiós.
El poco mucho fue vuestro.
Vosotros fue nosotros.
El régimen de compañía
y soledad.
El pasado futuro.
Los tendones del río.
El muchacho que resplandece
en el aire apagado.
El tubo que absorbe
sombras sin pausa.
La mochila llena de imágenes
por venir.
Los cuerpos disolventes fueron nuestros.
ES LUZ COMÚN
A Juan Antonio Sánchez Ortega
Feliz por quedarse.
Por no ser con el humo
sino afán del afán.
No solo cristalización
sino transparencia,
compartir posiciones.
Atravesada por mucha gente,
el mar, las costillas
del aire, el festival
de motores, el trompo
que los llama,
la inquieta macedonia.
LA GENTE ESTÁ DE VACACIONES
1
El mediodía lanza un sedal
con una piedra en un extremo.
Cardos a esta orilla del río.
Saboreas lo que hubo en lo que hay.
Lo que tal vez habrá.
A las oscilaciones de las cosas
que circulan con nosotros,
a la gana de alterar y explayarse,
regala un viento gráfico.
2
Troquel de mediodía al sol
y raspado de nubes
al encontrarse.
Reduplica, echa fuego
a la exploración
de cuanto ocurre.
Otras formas de ausencia.
3
Mediodía plato nunca quieto.
Mediodía trompa del sol
sobre el mantel con migas.
Mediodía raspa de los pasillos
abiertos al patio con macetas,
a la hélice de moscas.
Mediodía altavoz cascado
del tapicero ambulante.
Agua antigua, tan nueva.
UNA SEÑAL CON LA MANO
(Póster del “Paso de la Laguna Estigia” de Patinir)
No pueden distinguirse
la piel de gallina del agua,
ni el aro observante
alrededor del cisne,
ni las canciones glaciales
de la cúpula de hielo.
No pueden distinguirse
el olor a chamusquina y a sangre,
ni el escalonamiento depresivo,
por franjas,
en la oscuridad,
ni el frescor del tapete de hierba
frente a los ladridos del cancerbero.
No pueden distinguirse
la aridez del eco
en la humedad del túnel
bajo la torre,
ni el sudor compungido y ávido
en las rosquillas temblorosas
de las caderas del gigante,
ni el flamear del manto seco
contra la piel,
ni el silbido blanquecino,
como de goma despejada, del alma,
ni la ansiedad
de los saltos en ristra de las olas,
según se acercan
al límite inferior del cuadro.
No pueden distinguirse,
están como cubiertos
bajo una tapa de sombra,
pero gracias a eso,
a sus marcas de ausencia,
los convoca sin fin.
FOTOMATÓN
Habían amanecido juntos
él y él
sobre la colcha fina
de la noche anterior.
Un rayo naranja los tentaba,
como un niño con un palo
a una babosa marina en la arena
y los hacía girarse
levemente degradados.
Al tomarse la foto de prisa (muecas,
no cabían los dos en el taburete,
despeinándose, las caras abombadas
por pegarse al cristal),
sacaban las espinas secas del momento,
se desemejaban
cuanto más parecidos,
convertían las distancias en contacto,
la perspectiva en transformaciones,
nuevas inocencias.
CABEZA Y PIES
A Judith Nantell
Una oscuridad lechosa.
La humedad nos hace nadadores.
La lejanía,
accesible igual que un vaso,
una ventana.
No queremos salir del redondel
con olas
hasta desanudarlo juntos.
Emerger y sumergirnos
porque arriba arrasa.
Hablar y callarnos,
las dos cosas mucho.
CAMBIANDO DE NATURALEZA
Las condiciones en que se da la historia,
de mis amigos,
por ser tan malas son buenas.
Se revuelven, pero no
exactamente en contra,
sino a la búsqueda.
Los topes configuran disoluciones.
Los suelos son agentes de reparto
y requieren salidas.
Un mapa sobreimpresionado dice.
Los recorridos dicen.
Y el amor a través dice sin máximos.
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Autor: Luis Muñoz. Título: Vecindad. Editorial: Visor Libros. Venta: Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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