Conocí personalmente a Arturo Pérez-Reverte en 1996 cuando publicó El capitán Alatriste. Literariamente ya había tenido noticia de él diez años antes, con El húsar, pero le tenía “fichado” por sus apariciones como reportero de guerra en TVE, cuando lo veía dar las noticias apoyado contra unos sacos terreros mientras silbaban las balas por encima de su cabeza, o cuando sostenía en una mano un micro y en la otra levantaba una ametralladora diciendo: “Esto es un kalasnikov”. De Chipre a Bosnia, pasando por Eritrea, Nicaragua o Libia, Arturo contó los grandes conflictos bélicos de finales del siglo XX.
En el verano de 1993, le entrevistaban en la radio con motivo de El club Dumas, y la manera de contar aquel libro me atrapó, así que salí inmediatamente a comprarlo. De esa novela se enamoraría también Roman Polanski, que en 1999 la llevó al cine como La novena puerta. Cuando se presentó en el Festival de San Sebastián yo acababa de aterrizar en Santillana para hacerme cargo de la comunicación de las editoriales del Grupo. Fue a partir de ese año cuando empecé a compartir con Arturo la ilusión de promocionar sus libros: La carta esférica (2000), El oro del Rey (2000), La reina del Sur (2002)… Las presentaciones que preparaban desde la editorial Rosa Junquera y Gerardo Marín eran siempre multitudinarias y los medios de comunicación le ocupaban gran parte del día, pero por la noche nos íbamos a cenar con los escritores que habían compartido presentación con él. Todos magníficos contadores de historias y con gran sentido del humor: Juan Eslava Galán, jienense de verbo preciso y claro; Rafael de Cózar, sabio e irónico, que murió en 2014 “intentando salvar de las llamas su biblioteca”, o José Perona, maestro de gramática, que con su sorna habitual solía decir: “Café, tabaco, silencio y libros, todo prohibido hoy, o imposible”. Esa era la época gloriosa en la que yo me alié a la banda de Arturo mientras él conquistaba Sevilla, Cádiz, Cartagena, Valladolid…, como un Cid Campeador blandiendo las armas de la letras.
Pero volvamos al principio, a 1996, poco antes de publicar su primer Alatriste, el que firmaría junto a su hija Carlota. Yo acaba de comprometerme con Juan Carlos Laviana y con Pedro J. Ramírez para coordinar “La Esfera”, el suplemento de cultura de El Mundo, cuando me llamó Juan Cruz para invitarme a conocer a Arturo y que él mismo me contara su plan de escritura con uno de los héroes de capa y espada más influyentes de los últimos tiempos. Tuvimos un encuentro ilusionante. Arturo me contó el proyecto con entusiasmo, una novela que sería el comienzo de una saga y cuya primera entrega firmaría con su hija Carlota, decepcionado al comprobar el espacio que sus libros de bachillerato le dedicaban al Siglo de Oro.
Veinte años después de la investidura de Diego Alatriste, igual que ocurrió con la de D´Artagnan como mosquetero, Alfaguara, su editorial de siempre, publica Todo Alatriste y Arturo Pérez-Reverte se sienta en el sillón T en la RAE, donde ingresó el 12 de junio de 2003.
Antes de que lean la entrevista que le hice en 1998 con motivo de El sol de Breda, le he formulado a Arturo esta pregunta: “¿Cómo ves ahora a tu héroe, muchos años después, como diría García Márquez, desde que escribiste uno de los arranques de novela más interesantes?: «No era el hombre más honesto ni el más piadoso, pero era un hombre valiente”. ¿Sientes vértigo, satisfacción…, ha merecido la pena embarcarse en tamaña aventura?” , y él ha respondido:
ENTREVISTA. LA ESFERA DE EL MUNDO, 1998
El escritor que más vende en España va a pasear a cientos de miles de lectores por detrás de «La rendición de Breda». En la tercera entrega de las aventuras del Capitán Alatriste recupera la memoria barroca con los Tercios de Flandes
Arturo Pérez-Reverte: Me gusta ser un novelista profesional
Cuando llego al Café Gijón, en donde me ha citado, veo que está leyendo una novela de Dashiell Hammett. Pérez-Reverte está “en plena rotura de aguas”, preparando otra novela, interrumpida por El sol de Breda, y el libro de Hammett es una herramienta que usa para afilar las armas. La flecha de oro, de Conrad, es otro: “Son libros que releo como herramienta de trabajo”.
Al publicar esta tercera entrega de las andanzas de Alatriste e Íñigo Balboa, Arturo Pérez-Reverte (Cartagena, 1951) se encuentra en el ecuador de un proyecto narrativo que le va a permitir contar buena parte de cuanto sucedió en el siglo XVII español.
Pregunta: Hay quien dice que sus otras novelas son las serias y estas de Alatriste solo un divertimento.
Respuesta: Yo creo que una novela tiene siempre el mismo territorio narrativo, y responde a necesidades personales. Digamos que en Alatriste hay un concepto lúdico y un homenaje a las lecturas y a la infancia: es la travesura. Y las otras son las responsables.
P: Las novelas del capitán Alatriste están muy documentadas.
R: Quien diga que Alatriste es frívolo no sabe lo que dice. Yo hago un planteamiento clásico, de eficacia narrativa, y eso creo que es perfectamente compatible con profundidad y entretenimiento. El trabajo de investigación es tremendo, cada episodio es real: cada arma, cada presilla, cada charco, cada trinchera es real. Son un recorrido por la memoria, por el Barroco, por la tristísima condición de ser español y por la parte más miserable, puñetera y cainita de este país. Eso no excluye que haya peripecias.
P: Y poesía.
P: Ahora está en Flandes, la desconocida, dentro de la piel del cuadro de Las lanzas de Velázquez.
R: Ya no se estudia Flandes: por qué fue la guerra, cómo era la gente. En esta novela el lector se pasea por el cuadro, pero por detrás.
P: Se nota el oficio de reportero de guerra.
R: Yo he vivido la guerra 21 años. No me la han contado. Y escribir es como la guerra: tú estás en la trinchera -esto lo cuenta Alfonso Rojo muy bien-, estás viendo las bombas caer alrededor y no te enteras de nada. En los libros pasa lo mismo: conviene salir y volver de vez en cuando para verlo con más serenidad. Por eso, dedico una semana al mes a navegar.
P: Alguna vez dijo que no se consideraba escritor, que sólo era un lector. Eso suena a falsa modestia.
R: No es falsa modestia, cada uno en su sitio: yo me considero un novelista profesional, y además me gusta mucho serlo. Lo digo para diferenciarme de los artistas.
P: ¿Y cómo aborda una obra un novelista profesional?
R: Para mí una novela significa resolver un problema. Yo quiero contar, por ejemplo, que un camarero es infeliz y le aplico a eso unas técnicas para resolverlo: planteamiento, nudo, desenlace, estructura, lenguaje…, y me pongo a trabajar con esas herramientas, y eso no desvirtúa el hecho literario, que en este caso es el camarero. Así que leo sobre camareros, hablo con ellos, hago fotos, voy a distintos cafés de Europa, etc. Ese es mi planteamiento y lo hago de una forma metódica, sistemática y rigurosa, porque se trata de ser eficaz.
P: Se ha convertido en un tópico hablar de lo que vende.
R: He prohibido a mi editorial, por contrato, hablar de las cifras de venta. En este país todo el mundo miente y manipula esas cosas y yo no quiero que me mezclen con esas historias.
P: ¿No se queja demasiado?
R: Yo creo que no se me ha entendido bien. Durante mucho tiempo, a mí me han estado diciendo que Galdós estaba acabado o que Baroja era un garbancero, y yo, como lector, he estado aguantando esa canallada, y ahora que tengo ocasión de vengar esa memoria, lo hago. No es un asunto como escritor sino como lector. Yo no me quejo de otra cosa, no me importan lo que digan las revistas o los suplementos literarios, pero eso ha hecho mucho daño. Gracias a que Marsé, Sampedro, Torrente o Mendoza se han mantenido firmes, si no, hubiera pasado como en Francia donde se han cargado la novela.
P: ¿No tiene miedo a posibles represalias al poner, en boca de Quevedo, diatribas contra críticos conocidísimos de El País, como un tal Garciposadas, Echevarría o Enesto Ayala?
R: Y qué pueden hacer, ¿meterse conmigo en el periódico? Pues que lo hagan, ya les contestaré en la siguiente. Pero no es venganza ni nada, sólo es un toquecito al pasar…
P: Amorós ha dicho: “Se divierte escribiendo. Sus novelas transmiten valores. Nos ayuda a recuperar el sentido de lo sagrado. Escribe con libertad interior. Conecta con el lector”. Está hablando de José Luis Sampedro, pero podría hablar de usted.
P: ¿Qué fue a hacer Pérez-Reverte a Fráncfort con Ken Follett?
R: Fui a decir que no nos mezclaran. Y lo dejé claro. Yo fui a decir que no era lo mismo Umberto Eco que John Grisham, Peter Süsskind que Ken Follett, que Europa y América no son lo mismo. Mi respeto para todos, pero mi memoria cultural nace en la Biblia y en la ignorada Grecia y en Roma, viene por el Mediterráneo con el Islam, florece en el Renacimiento, va a América con las naves españolas para volver en forma de barroco y estalla en el siglo XVIII y XIX con la Enciclopedia… Y esa memoria está sosteniendo todas mis novelas, así que hagan el favor de no mezclarme con las novelas de Stephen King. Juntos, pero no revueltos. Además Ken Follett venderá mucho en América pero aquí vende menos que Delibes o Martín Gaite.
Todo Alatriste (Alfaguara, 2016), desde el lunes, 18, en librerías
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Más información:
- El Capitán Alatriste: los 20 años de un héroe con fisuras; un héroe cansado (Karina Sainz Borgo, Vozpópuli)
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