“Literatura” y “navidades” son dos conceptos íntimamente relacionados (aunque quizá sería mejor decir “mercado editorial” y “navidades”), ya que, como es bien sabido, las navidades son de largo la época del año en que más libros se venden (de ahí que las editoriales lancen sus grandes apuestas de la temporada entre los meses de septiembre y noviembre). Y aunque a muchos, entre viajes y compromisos familiares, les resulte difícil sacar tiempo para la lectura en estas fechas, también somos bastantes los que aprovechamos esas dos semanas escasas para ponernos al día con nuestras lecturas.
El abanico de novedades literarias en España para las navidades de este año 2018 en el terreno de los superventas es más que amplio y conocido seguramente por el público: desde Arturo Pérez-Reverte a Stephen King pasando por Juan Gómez-Jurado o Eva García Sáenz de Urturi. Del mismo modo, son también numerosos los libros clásicos ambientados en navidades (o con un toque navideño) que el lector puede escoger si las luces de su ciudad, los villancicos, o los especiales de Raphael no le resultan ya suficientemente melindrosos, por ejemplo: Cuento de Navidad de Dickens, los relatos navideños de Dickens o Wilde, o incluso La Navidad de Hercules Poirot de Agatha Christie.
Pero la siguiente lista no está pensada precisamente para los followers de Rudolf o de sus Majestades de Oriente, sino para ese otro pequeño (o no tan pequeño) porcentaje de lectores que detestan estas fiestas. Esos misántropos adoradores del Grinch prefieren “amargarse” los dulces con una buena historia trágica, de dolor, que consiga que el inicio del nuevo año les sorprenda con el corazón ahíto de pesadumbre.
Los criterios para la confección de la presente lista son sencillos: la trama ha de estar repleta de personajes frustrados, deprimidos, que sean incapaces de enfrentarse a sus demonios o que salgan derrotados en dicha batalla. Los finales, por descontado, no podrán ser felices.
Se ha evitado, eso sí, incluir títulos que se adscriban al género de terror en cualquiera de sus formas (horror, suspense, thriller, etc.), ya que eso sería jugar con ventaja.
1.- El corazón de las tinieblas (Joseph Conrad, 1899)
Pocas dudas hay de que el clásico de Conrad es la crítica final contra el colonialismo y imperalismo anglosajones; alguna duda más podríamos tener a la hora de determinar qué es más oscuro, si el propio libro o la libre adaptación cinematográfica de Francis Ford Coppola, Apocalypse Now. En cualquier caso estamos, a pesar de su título, ante uno de los libros más descorazonadores de todos los tiempos. En sus escasas cien páginas, El corazón de las tinieblas nos cuenta el viaje de Charlie Marlow al interior del Congo Belga como empleado para una compañía de tráfico de marfil, durante el cual será testigo de las macabras prácticas con que los colonos someten a los nativos. El verdadero protagonista de la novela, sin embargo, no será Marlow, sino la presencia (o más bien la ausencia) de una desconcertante figura que conforme avance la historia irá haciéndose más y más siniestra: Kurtz, un tratadista de marfil instalado en lo más profundo de la selva que ha cortado todo contacto con la sociedad de la que procede. Este hombre, gravemente enfermo, física y mentalmente, y a pesar de ser idolatrado por los nativos como un semidiós, extraerá de su experiencia junto a estos una terrible conclusión sobre la mejor manera de civilizarlos: “Exterminad a todas esas bestias”. Kurtz morirá durante el viaje de vuelta a la civilización, y sus últimas palabras servirán de epitafio a todo el sistema colonial imperante en la época, fundamentado en el esclavismo y el sometimiento a los pueblos indígenas: “¡El horror! ¡El horror!”.
2.- Un día de cólera (Arturo Pérez-Reverte, 2007)
Lo más terrorífico de este relato es que no se trata de una obra de ficción, sino de una ficcionalización basada en documentos reales sobre los acontecimientos ocurridos en Madrid en la jornada del dos de mayo de 1808, cuando el pueblo madrileño, cansado de los abusos y la fanfarronería de los invasores franceses, se echó a las calles navaja en mano dispuesto a cobrarse una justa revancha. Ni que decir tiene que la jornada terminará convertida en una brutal carnicería donde, entre otros, perderán la vida dos de los oficiales más aguerridos (e inconscientes) de nuestra historia, Daoiz y Velarde. Y para mayor horror, el levantamiento iniciado ese día y que concluirá en 1814 con la victoria española sobre los franceses conllevará la vuelta al trono del nunca suficientemente denostado Fernando VII. Auch.
3.- Trilogía berlinesa (Philip Kerr, 1989-1991)
El gran Philip Kerr nos dejó el 18 de marzo de este 2018, pero en su extensa bibliografía destacarán siempre los tres primeros volúmenes de su serie de novelas protagonizadas por el cínico Bernie Gunther, antiguo policía alemán reconvertido en detective privado en la Alemania nazi de los años 30 y luego en la Alemania ocupada por aliados y soviéticos de los 40. Ni que decir tiene que la realidad que Kerr tan fielmente nos muestra está poblada de seres despreciables y situaciones tan aberrantes (desde los campos de concentración a la pobreza extrema de los años de posguerra) que la única luz que hallaremos en la lectura será la del humor a veces negrísimo y casi siempre retorcido del propio Gunther, quien si bien vivirá para contarlo (y continuar sus aventuras en títulos posteriores), no saldrá ni mucho menos indemne de su tránsito por la época más oscura de la historia reciente de la humanidad.
4.- Estrella distante y Nocturno de Chile (Roberto Bolaño, 1996 y 2000)
Vamos a hacer aquí la vista gorda y a colar dos títulos en una sola entrada, ya que resultaría complicado decidir cuál de estas dos obras del chileno merece más estar en esta lista. Por supuesto, lo lógico sería haber incluido la monumental 2666, pero en mi humilde opinión estas dos obritas son las grandes olvidadas de la bibliografía de Bolaño, a pesar de ser posiblemente lo mejor de su producción. Ambas tienen en común con 2666 el tratamiento del Mal (así, en mayúsculas) desde una perspectiva puramente “bolañesca”, es decir, no apta para todos los paladares. En Estrella distante asistimos a la creación de un personaje in absentia, el infame Carlos Wieder, asesino y poeta a partes iguales, militar prófugo tras la caída de la dictadura de Pinochet en Chile y refugiado posteriormente en España. Nocturno de Chile recoge varias historias breves contadas por un sacerdote postrado en cama, que de algún modo, sumadas, suponen una crónica (oscura) de la realidad chilena de la segunda mitad del siglo XX. Baste decir, para quien pueda dudar de cuál es el tono general de la narración, que el título que el autor quiso poner a la novela fue “tormenta de mierda”, siendo esta la última línea del texto y la única que se escapa al párrafo único que comprende el conjunto de la novela (toda una proeza lingüística, por otra parte). Ustedes mismos.
5.- Frankenstein o el moderno Prometeo (Mary Shelley, 1818)
Dijimos que no íbamos a incluir en esta lista ningún título abiertamente de terror. Y cumplimos, pues como bien es sabido, la novela original de Shelley tiene poco de terrorífica, y poca relación con las versiones cinematográficas posteriores. Más allá de los aspectos más macabros del relato (el Monstruo creado a partir de trozos de cadáveres), y de las circunstancias que rodearon a la creación de la obra (el concurso de historias de terror organizado por Byron en el verano de 1816, el “año sin verano”, en una mansión suiza), la obra en sí se escapa del puro Romanticismo y el relato de terror tan típicos de la época (Poe, Stoker, Bécquer) para caer en el terreno de la Bildungsroman o “novela de aprendizaje”, en la que un personaje al principio inocente (normalmente un niño, aquí un Monstruo creado artificialmente) aprende poco a poco cuál es la mejor manera de adaptarse a su sociedad. Ni que decir tiene que el Monstruo nunca logrará adaptarse, y que, henchido de resentimiento, terminará por traer la desgracia a la vida de su creador (el verdadero monstruo) antes de acabar con su propia y dolorosa existencia en mitad del océano Ártico.
6.- La voz dormida (Dulce Chacón, 2002)
Independientemente de que usted como lector (o espectador de cine) pueda estar un poco hasta el gorro de historias “humanas” sobre la Guerra Civil española, y de que no quiera ni oír hablar de “memoria histórica” u otros conceptos aledaños, merece la pena pese a todo abandonar los prejuicios y asomarse a esta novela genial sobre las penalidades de un grupo de mujeres republicanas internas en una cárcel franquista con que la desaparecida Dulce Chacón removiera conciencias allá por el comienzo de este siglo XXI. La voz dormida no solo da voz a esa mitad casi siempre olvidada y tan castigada como la otra mitad en cualquier guerra (la mitad femenina), sino que lo hace, como dice el propio título, con una “voz dormida”, o más bien “adormecida” (que no “adormecedora”), que consigue que cada línea y casi cada palabra se deslice con suavidad, sin hacer ruido, a través de los ojos directamente a nuestra alma, donde abrirá una herida profunda y sangrante difícil de cicatrizar.
7.- Diario de Ana Frank (Ana Frank, 1947)
No creo que sea necesario justificar el porqué de incluir este título en la presente lista. Quizá se trate de la historia más triste de todo el siglo XX, por las circunstancias en que fue escrita, por la corta edad de su autora, por su terrible final, y por el hecho de que no se trate de una obra de ficción con un giro sensiblero dirigida a un público más o menos juvenil (como serían La ladrona de libros o El niño con el pijama de rayas) sino del diario real de una niña de trece años que hubo de vivir en carne propia una de las mayores atrocidades de la historia de la humanidad.
8.- Plenilunio (Antonio Muñoz Molina, 1997)
Como ocurre con otro de los autores de esta lista (como Roberto Bolaño o Jean Genet) Antonio Muñoz Molina, por su estilo personal de escritura, no es un autor asequible a todos los públicos. Y menos aún lo es en esta historia sobre un oscuro inspector de policía que persigue a un asesino violador de menores que actúa en una pequeña ciudad de provincias española. Las descripciones de los crímenes (detalladas hasta la náusea), de la personalidad enferma y enfermiza del asesino (un tipo vulgar aquejado de diversos complejos sexuales), o de la propia cotidianidad deprimente del inspector (amenazado por ETA, con su mujer internada en un psiquiátrico, y enamorado de una profesora de vida aún más amargada de la suya) harán que el lector se suma en un estado de abatimiento y melancolía difícilmente superables mediante la ingesta de turrones, bombones o champán.
9.- Tiempo de silencio (Luis Martín-Santos, 1962)
Esta novela, considerada como la más representativa de la renovación narrativa de los años 60 en España, en contraposición con la novela realista de la década anterior, no es solo un ejercicio lingüístico encomiable (por su barroquismo léxico y sintáctico), sino una obra en la que, sin necesidad de caer en el cajón del compromiso político o social de otros títulos, Luis Martín-Santos nos muestra (de forma más cruda si cabe gracias a la poesía de su prosa) las miserias de las décadas centrales de la dictadura: la triste realidad de la investigación científica y la medicina en España, los poblados chabolistas en las afueras de Madrid, los abortos clandestinos practicados entre inmundicias, o la rutina gris de las pensiones mugrientas donde habitan seres desnaturalizados y sin esperanzas. Una joya literaria tan amarga como el propio tiempo representado en ella.
10.- El coronel no tiene quien le escriba (Gabriel García Márquez, 1961)
La novelita que precedió el éxito de Cien años de soledad guarda pocas semejanzas con esta última. El coronel es una obra breve y de trama sencilla (casi inexistente) que narra cómo un viejo oficial del ejército espera la llegada de una carta que le comunique la pensión que recibirá como veterano de guerra. Durante años, baja cada día a la oficina de correos con la esperanza de que la misiva haya arribado al fin. Mientras, ocupa el tiempo cuidando de su mujer, gravemente enferma de asma, y de su gallo de peleas, el único bien que, con el paso del tiempo, quedará por empeñar al matrimonio. La miseria, el hambre, así como la honra o la dignidad personal, son los conceptos que García Márquez pone en juego en esta obra, cuya última línea quedará resonando largo tiempo en la mente del lector.
11.- Adiós a las armas (Ernest Hemingway, 1929)
Decir que la vida de Hemingway fue más novelesca que sus propias novelas sería un lugar común, además de una necedad y una falsedad manifiestas. Hemingway era un vividor y un bebedor, un prepotente y un pendenciero, el modelo de hombre-macho-conquistador interesado en la violencia en todas sus formas (la guerra, la caza, los toros). Eso es cierto. Pero si consiguió convertirse en el novelista (probablemente) más conocido de su tiempo no fue solo por su faceta de personaje público, o porque Hollywood diera vida a algunas de sus obras inmediatamente después de ser publicadas, sino porque sus historias (a pesar de algunos diálogos a veces hinchados, redundantes, y no siempre creíbles) van mucho más allá de la mera fachada folletinesca con que a veces se las representa. Así, Adiós a las armas, al contrario de lo que el título parece indicar, no es una novela histórica o de guerra al uso, sino una de las historias de amor más trágicas de la literatura universal. Un paramédico del ejército estadounidense desplegado en Italia durante la Primera Guerra Mundial mantiene un romance con una enfermera británica que quedará embarazada. El hijo nacerá muerto, y la madre morirá igualmente durante el parto. La conclusión de la novela, con Frederic saliendo del hospital y dirigiéndose en silencio bajo la lluvia a su hotel, es quizá el mejor retrato nunca hecho de la “generación perdida”, la de los jóvenes cuyas existencias dejaron de tener sentido a causa de la Gran Guerra. Además, claro, de un golpe bajo al estado de ánimo del lector.
12.- La casa de Bernarda Alba (Federico García Lorca, escrita en 1936, estrenada en 1945)
Esta tragedia lorquiana se torna aún más trágica si pensamos que fue escrita solo unos meses antes del fusilamiento del autor. El único brillo que se vislumbra brota de la blancura de los muros de la casa andaluza en que se desarrolla la trama, así como del propio nombre de la protagonista, Bernarda Alba, quien, tras la muerte de su esposo, impondrá a sus hijas (que poseen nombres tan evocadores como Dolores, Martirio o Angustias) un luto riguroso que las obligará a vestir de negro y vivir encerradas. Se trata de una obra protagonizada exclusivamente por mujeres, con la libertad femenina en el ambiente opresivo de un pequeño pueblo andaluz como tema principal. El único personaje masculino de la obra, Pepe el Romano, nunca aparecerá en escena, pero será el objeto de las pasiones de las jóvenes, quienes verán en él (o en el matrimonio, mejor dicho) la única vía de escape a la dictadura materna. Repleta de símbolos, y con un final que retumba en la sala del teatro y las conciencias de los lectores y espectadores durante mucho tiempo (ese “silencio” cargado de fuerza y significado que espeta Bernarda Alba antes de que caiga el telón), esta obra en prosa, seguramente la menos lírica del autor, supone el punto final a la carrera del que probablemente fuera el mejor poeta y dramaturgo español del siglo XX.
13.- Nada (Carmen Laforet, 1947)
Universitaria idealista en su juventud (escribió su primera novela, Nada, ganadora del premio Nadal, con apenas 25 años), Carmen Laforet no llegó a terminar sus estudios, y se recluyó en el matrimonio y la religión durante las décadas posteriores, sufriendo durante el resto de su vida distintos traumas y fobias, así como el rechazo o la indiferencia de casi todos los escritores de su generación y de las generaciones posteriores. Se podría pensar que fue una adelantada a su tiempo; que de haber nacido veinte años después estaríamos hablando de la mejor pluma española de todo el siglo XX. Nada, una novela en buena parte autobiográfica, nos narra las vivencias de una joven que se instala en casa de su tía en Barcelona para iniciar sus estudios universitarios en plena posguerra (en el nombre de la tía, Angustias, resuenan ecos lorquianos, así como en el de su tío Román, el centro de las pasiones e intrigas de la novela). La pobreza, el maltrato físico y psicológico a la mujer, o el suicidio, son algunos de los temas que trata la obra, plasmados desde la mirada de la joven Andrea, cuyo futuro incierto solo cabe desear que sea algo más luminoso que el de su creadora.
14.- La lluvia amarilla (Julio Llamazares, 1988)
El long seller por excelencia de la literatura española en las últimas décadas, La lluvia amarilla es la crónica poética del trauma que supone para algunos seres la modernidad y el cambio de los tiempos. El protagonista, Andrés, último habitante de un pueblo perdido de los Pirineos tras el suicidio de su mujer, desciende lentamente a la locura a causa de la soledad, convirtiéndose en una bestia incivilizada acosada por el recuerdo y el remordimiento. Las nieves y las alimañas, además de una pequeña perrita, serán sus únicas compañeras de viaje en esta historia cuyo final dejará al lector conmovido e invadido por sentimientos fúnebres y melancolía.
15.- 1984 (George Orwell, 1948)
Uno de los mejores libros del siglo XX, y el mayor canto contra el autoritarismo y las dictaduras jamás concebido, 1984 es una distopía que bajo el disfraz de una obra de ciencia ficción (con algunos toques de romance) sirve de vehículo para manifestar los temores de toda una sociedad durante una época, la Guerra Fría, en que el futuro no se miraba precisamente con esperanza. Conceptos como el “Gran Hermano”, el “Ministerio de la Verdad” o la “neolengua” han escapado del libro para instalarse en el imaginario colectivo. Y en la sociedad posmoderna en que vivimos hoy en día (la sociedad trumpiana e hiperglobalizada de las redes sociales y las fake news) se puede considerar el libro más un manual de uso que una advertencia. El protagonista, Winston Smith, terminará siendo doblegado y aceptando que la Verdad única que le es proporcionada por el Partido está por encima del amor o del sentido común. No me digan que no les resulta familiar.
16.- Cinco horas con Mario (Miguel Delibes, 1966)
El maestro Delibes fue capaz de crear una obra rabiosamente renovadora en la forma (el largo monólogo de una esposa junto al cadáver de su marido como única voz narrativa) que más allá del mero juego literario constituyera una agria crítica a la sociedad de su tiempo. Y es que solo un genio podría dar voz a un personaje, Menchu, durante varios centenares de páginas, y que el lector termine por considerar que hizo muy bien su marido en morirse, que donde quiera que esté estará mejor que al lado de la arpía materialista y desconsiderada de su mujer. El culto a la apariencia y el miedo al qué dirán son los motores de una Menchu que jamás podrá comprender la falta de ambición y el apocamiento del difunto Mario, un profesor y periodista que, además de lidiar con la férrea censura de la dictadura, tuvo que hacerlo con la incomprensión de quien más debía haberlo apoyarlo. Delibes, al menos, tiene la consideración de lanzarnos un hueso: los hijos de Mario, a quien Menchu considera “medio rojos”, serán los encargados de continuar la labor paterna, favoreciendo probablemente el advenimiento de una sociedad nueva, democrática, que todavía en el año 66 en que fue escrita la obra, costaría atisbar en el horizonte.
17.- Diario del ladrón (Jean Genet, 1949)
Jean Genet es una de las grandes figuras de la intelectualidad francesa del siglo XX. A partir de ahí, los adjetivos que se le pueden aplicar van al gusto del consumidor. Su faceta de activista de los últimos años oscureció (esto parece innegable) su faceta como creador, que queda además desdibujada por el hecho de que no sea fácil adscribirlo a un único género. Aun así, probablemente sea su ilustre Diario del ladrón, mezcla heterodoxa de poesía y novela picaresca y autobiográfica, su obra más representativa, al menos de su etapa de juventud. En el Diario del ladrón, Genet nos cuenta sus andanzas por la España de los años 30, desde el Barrio Chino de Barcelona hasta Cádiz, muy distintas estas de las de cualquier lazarillo o hispanista conocido hasta la fecha. La homosexualidad y la prostitución, así como el robo o la indigencia, son los temas tratados en este libro que nos muestra el rostro oculto de la luna, el reverso de una época desde una perspectiva (la del marginado, el inadaptado) prácticamente inédita hasta entonces.
18.- La regenta (Leopoldo Alas, 1885) y Madame Bovary (Gustave Flaubert, 1857)
Como en el caso de Bolaño, volvemos aquí a hacer trampa y a incluir dos novelas en una sola entrada. Y es que, como bien sabrá el lector más cultivado, nos hallamos ante poco menos que dos versiones distintas de una misma historia. La novela de Flaubert, epítome de la corriente naturalista del siglo XIX, trata de una mujer adúltera que, condicionada por sus lecturas y su educación, terminará quitándose la vida. Su marido, cornudo y arruinado económicamente, morirá poco después, dejando huérfana a la hija de ambos, Berthe. La revisión de Leopoldo Alas de la historia (que en modo alguno puede considerarse un plagio o adaptación, sino una obra original que recoge los puntos principales de la anterior) introduce nuevos elementos a la ecuación al concebir que uno de los amantes de la protagonista, Ana Ozores, sea un sacerdote, y que la cuestión de honor entre el marido y el otro de los amantes, el donjuán Álvaro Mesía, concluya con un duelo al amanecer entre ambos en el que el deshonrado marido perderá la vida. Vetusta, la levítica y ficticia ciudad de provincias donde se desarrolla la acción (y la verdadera protagonista de la historia) dará la espalda a la causante de tanta tragedia, y esta no buscará la salida fácil del suicidio (como su colega francesa), sino la del confesionario. Pero en lugar del descargo de sus pecados, Ana Ozores será de nuevo objeto de abuso cuando, desmayada por no haber podido soportar el rechazo de todos, sea besada sin consentimiento por un miembro de la Iglesia: “Había creído sentir sobre la boca el vientre viscoso y frío de un sapo”.
19.- Con el viento solano (Ignacio Aldecoa, 1956)
El vitoriano Ignacio Aldecoa murió a los cuarenta y cuatro años, dejando tras de sí una de las bibliografías más brillantes del siglo XX en español. Entre sus obras (y quizá sea la más célebre gracias a la adaptación cinematográfica de Mario Camus) está Con el viento solano, una novela que, por su agilidad, casi parece escrita a vuelapluma, y que podría englobarse dentro de la etiqueta de novela picaresca o incluso en la más moderna de road movie. La historia arranca con el absurdo homicidio de un feriante a manos de un gitano en una feria, y continúa con la huida del gitano a través del campo y la ciudad seguido de cerca por la Guardia Civil. Sebastián, con solo veintiocho años, es incapaz de comprender él mismo por qué cometió el crimen, y no se mostrará arrepentido hasta el último momento, cuando, abandonado de todos, incluso de su familia, y después de una noche de borrachera, decidirá afrontar su destino (posiblemente el garrote vil) entregándose a las autoridades.
20.- El día de difuntos de 1836 y La Nochebuena de 1836 (Mariano José de Larra, 1836)
Aquí volvemos a hacer trampa, esta vez por partida doble, ya que no solo incluimos dos textos sino que además no se trata de novelas sino de artículos literarios (o relatos breves, si es que hay distinción entre ambas cosas). Pero merece la pena saltarse cualquier norma por incluir estos dos artículos del que quizá haya sido el mejor cronista de la realidad española de todos los tiempos. En ellos, Larra da ya indicios del estado en que se encuentra su ánimo, y después de leerlos casi puede uno imaginárselo cargando el arma con la que solo unas semanas después se quitará la vida. La Nochebuena comprende un diálogo desolador entre el autor y su criado (en realidad un desdoblamiento del propio Larra) que echará por tierra cualquier indicio de alegría o vanidad que Larra, ya pluma célebre en su tiempo pero en el fondo un inadaptado en la España de su tiempo, pudiera sentir. Por su parte, el Día de difuntos, sin duda el texto más personal y deprimente del autor, nos pinta un Madrid convertido en cementerio y poblado por seres que se conducen por la vida como muertos vivientes, sin dignidad ni ambiciones. Que el final de este artículo (que además concluye con la palabra “silencio”, como La casa de Bernarda Alba) sirva también de final para el presente:
Una nube sombría lo envolvió todo. Era la noche. El frío de la noche helaba mis venas. Quise salir violentamente del horrible cementerio. Quise refugiarme en mi propio corazón, lleno no ha mucho de vida, de ilusiones, de deseos.
¡Santo cielo! También otro cementerio. Mi corazón no es más que otro sepulcro. ¿Qué dice? Leamos. ¿Quién ha muerto en él? ¡Espantoso letrero! «¡Aquí yace la esperanza!»
¡Silencio, silencio!
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