Si algo tiene la vieja Iberia, la disputada Hispania y, más concretamente, nuestra España, esa tan goda, tan medieval, tan cristiana y tan de imperio, es la huella memorable de sus grandes mujeres. Vivimos en una matria — como apunta no pocas veces mi buen amigo Javier Santamarta del Pozo—, y razón, desde luego, no le falta. Solo hay que mirar de reojo a la historia que hay tras cada recodo de nuestro presente para atisbar la poderosa naturaleza femenina que, desde la erudición del juego político, la expresión del pensamiento, el arte, la ciencia o el valor guerrero, hemos tenido en nuestro país. No por casualidad fue en el periodo de los “siglos de oro” —que no son dos sino tres, con un proemio brillante y una prolongada conclusión—, cuando se dan cita algunas de las mujeres cuya determinación podría estudiarse en cátedras a tal efecto. Y no, no es objeto de este artículo hablar de Isabel, influyente reina de Castilla, ni de Inés Suárez, ¡conquistadora de Chile, nada menos!, tampoco de Teresa de Jesús, o Catalina de Erauso. Pero sí de otra monja, tan culta y con tanto arrojo como las anteriores: sor Jerónima de la Fuente. ¿Conocéis su historia? A grandes rasgos, la protagonista de este artículo fue una religiosa de noble ascendencia toledana que, con 65 años del siglo XVII a sus espaldas, decidió embarcarse rumbo a Manila para fundar allí el primer convento de su orden, la franciscana. Se encontraba en Sevilla, la cuna de la Carrera de Indias, antes de embarcar hacia el otro lado del mundo, y allí se hizo retratar por Diego Velázquez.
Y de 1620 a 2025, año el que una joven promesa de la pintura de Historia, Vanesa Andrés Manzano, decide ampliar el universo de sor Jerónima lanzándose a documentar, en un gran lienzo, a nuestra protagonista y sus hermanas de fe a bordo de un Galeón de Manila. El pretexto se lo brinda la primera edición de los Premios de Pintura Histórica de Puy du Fou, cuya ceremonia de premiados fue el pasado 8 de marzo, momento en el que el óleo pudo ver la luz como cuadro finalista.
Quiere la casualidad que, precisamente, desde cuatro días antes tanto sor Jerónima como el ilustre y universal pintor hispalense estén en innumerables cabeceras y publicaciones de medios sociales. ¿La razón? La salida al mercado de la segunda copia que realizó Velázquez a la religiosa —hay tres en realidad—, ahora mismo en manos de la European Fine Art Foundation, para buscarle postor, y la inacción, en paralelo, del Ministerio de Cultura español para reclamar dicha obra y que recale como fondo del Museo de Bellas Artes de Sevilla. Es lo que debería hacerse. Y es lo que reclaman por unanimidad los historiadores del arte y otros expertos en cultura, toda vez que se pudiera resolver lo que apunta a contencioso entre la propia galería y el Ministerio del ramo. Porque sor Jerónima está atrapada entre permisos de exportación con tantos claroscuros como los que le aplicó en su retrato el joven Velázquez en su etapa de juventud. Caravaggio, efectivamente, pesaba mucho.
De las tres copias que el pintor realizó, la primus inter pares está en el Museo Nacional del Prado y la tercera en Reino Unido.
“Conocí la historia del viaje de sor Jerónima escuchando al autor de El galeón de Manila, Rafa Codes, y desde entonces quise imaginar cómo fue ese viaje de las religiosas en alta mar”. Para llevar a cabo el trabajo, Vanesa recibió la inestimable colaboración de las hermanas del convento Santa Isabel de los Reyes de Toledo, de donde había salido sin retorno sor Jerónima 400 años antes. El hecho de que las hermanas de nuestros tiempos posaran para la composición del cuadro constituía un homenaje a la venerable madre fundadora.
Se daba la circunstancia de que una sobrina de sor Montse, la madre abadesa, es archivera y tenía acceso a la copia digital de uno de los libros de viaje escrito a varias manos por las hermanas misioneras durante el viaje. Por otro lado, la publicación en tipos móviles en 1713 que salió sobre la crónica de la vida de sor Jerónima, escrita por su confesor, fray Ginés de Quesada, terminó de aclarar las dudas sobre las cuestiones para representar ese instante. Bien pudiera parecer que si hubo un milagro durante la travesía, la sombra del mismo ha mecido al óleo de esta gran pintora. Una pintora de gran tesón, comprometida con el legado que recibimos de aquellos que se sacrificaron por una misión que merece ser recordada.
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