Todo el mundo habla de Venezuela, pocos saben lo que dicen. Como podemos leer en la contra de este libro: “Venezuela es como una ballena que encalló en la playa, rodeada de gente atónita. Nadie sabe cómo llegó ahí, pero todos quieren explicarnos las causas”. En esta lección de anatomía, Rafael Osío trata de desmontar mitos y mostrar la verdad sobre un país lleno de estigmas.
En Zenda reproducimos las primeras páginas de la Introducción de Venezuela: Memorias de un futuro perdido (Catarata), de Rafael Osío Cabrices.
***
INTRODUCCIÓN
Venezuela. Termina en a, como Ucrania, y además tiene una zeta, como Gaza; lleva la fonética de las malas noticias en la tercera década del siglo XXI. La versión que enseñan en la escuela es que el topónimo surgió del comentario despectivo de un cartógrafo de principios del siglo XVI, cuando supo de las chozas indígenas levantadas sobre pilotes en el lago de Maracaibo y le parecieron una pobre caricatura de Venecia; la teoría que manejan algunos historiadores es que es la degradación de una palabra indígena. A muchos estadounidenses les suena igual que Minnesota. Los franceses le meten tres acentos. Y los editores de medios y de libros, en medio mundo, lidian desde hace años con el problema de lo largo que es el nombre de este país, lo que complica refinar o diseñar tantos titulares de noticias y tantos títulos de libros.
Hablamos tanto de ella, se escribe tanto sobre ella, se dicen tantas mentiras sobre ella… Éramos una nación desconocida, oculta en la abigarrada fronda de lo latinoamericano, entre los colores de Brasil, los dolores de Cuba, los horrores de Colombia; en el mejor de los casos nos asociaban con reinas de belleza, petróleo y béisbol. Ahora, en cambio, somos un tropo y un arma arrojadiza. Nos han descrito como la nueva tumba del imperialismo y el experimento socialista que desmentía el fin de la historia de Fukuyama, pero en los últimos años, y cada vez más, como el ejemplo de lo que no se debe hacer con un país. Venezuela es un coco que se usa para espantar a los electores. “Si votan por _______ nos convertirá en Venezuela” ha sido un insistente argumento de campaña en Argentina, Colombia, España, Chile, Perú, Ecuador, México y, en 2024, hasta en Estados Unidos.
Sí, nuestro país tiene un nombre peculiar, sin resonancias clásicas ni heroicas, sino con esa epistemología que no es demasiado grata de recordar: uno puede perfectamente imaginar a Felipe II diciendo “Venezuela” con el mismo tono con que podía decir “mujerzuela” o “ladronzuelo”. Pese a eso, ha invadido noticieros, parlamentos, cancillerías, librerías y salones de clase. Mucha gente debe estar harta de la palabra.
Pero si tú has tomado este libro en tus manos, es porque tiene que ver contigo. Leerla o pronunciarla también pulsa una cuerda dentro de ti. Al menos tienes curiosidad. O un amor cuya historia quieres entender. O intereses en ese país. O eres de allá, o lo es tu familia, y todavía albergas preguntas sin respuesta.
Empezando por esta: ¿cómo adquirió Venezuela todos estos significados?
UNA HILERA DE ROCAS PARA ATRAVESAR EL PANTANO DE PROPAGANDA
Hay varias maneras de intentar responder esa pregunta. La más sensata, la que siempre debería ser el primer paso, consiste en fijarse en los eventos y los hechos en que los académicos y los periodistas solemos invitar a concentrar la atención. Los facts, que son muy elocuentes, antes que las innumerables, agobiantes opiniones. Porque te habrás dado cuenta de que hay mucha manipulación, desde todos los lados, sobre la realidad venezolana, así que lo mejor es centrarse en fuentes que no tienen vínculos con el chavismo o con la oposición.
Empecemos con esta paradoja, que es cierta: Venezuela tiene las mayores reservas probadas de petróleo del planeta —según la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP), poco más de 300 mil millones de barriles—, pero en los últimos diez años perdió a cerca de una cuarta parte de su población a través de la migración masiva. Lo sabemos porque la Plataforma R4V, que cruza los datos oficiales de los países receptores, estima que en el mundo hay al menos 7,7 millones de migrantes y refugiados venezolanos en junio de 2024, y el último censo nacional que se hizo en Venezuela contó 27 millones, de lo que se estimaba entonces que era un total real de 32 millones.
Algo tiene que haber pasado para que uno de cada cuatro venezolanos haya dejado el país en tan poco tiempo. No fue un huracán, ni un terremoto, ni que el petróleo dejó de valer, ni un conflicto armado. Para el economista Miguel Ángel Santos, lo que ocurrió es el mayor colapso económico que ha sufrido país alguno, en la historia contemporánea, sin haber pasado por una guerra civil: según los datos del Banco Central de Venezuela, solo entre 2013 y 2016 el producto interno bruto per cápita se redujo en un 29,2%. Es una caída de productividad solo comparable al “periodo especial en tiempo de paz” que vivió Cuba justo tras el fin de la ayuda soviética; en el siglo XXI, solo Libia, Irak, Sudán del Sur y República Centroafricana, cuatro países afectados por guerras civiles, han registrado mayores contracciones del PIB en tres años. El chavismo y sus aliados alegan que el derrumbe es en realidad “una guerra económica” cuyas armas son las sanciones de países como Estados Unidos, pero las primeras medidas de este tipo que afectaron, no a individuos sino a instituciones del Estado venezolano, se emitieron en 2017.
Las imágenes del derrumbe te sonarán, si es que no fuiste parte de esas escenas que nunca quisimos haber visto: supermercados desabastecidos, gente comiendo de la basura, quirófanos a oscuras, familias famélicas posando junto a sus refrigeradores vacíos. Como era fácil de ver en los puentes que separan Venezuela de Colombia, cientos de miles de personas empezaron a irse como podían, en avión, en bote o a pie, a otros países, para poder alimentarse a sí mismos o a sus familias, o conseguir tratamiento inaplazable para el cáncer o el sida. Uno de los esfuerzos que se hicieron para documentar lo que estaba ocurriendo en Venezuela, a cargo de Human Rights Watch y de expertos en salud pública de la Universidad Johns Hopkins, describió lo que se conoce como una emergencia humanitaria compleja: una combinación simultánea de escasez y carestía de alimentos, medicinas e insumos esenciales; colapso de todos los servicios que brinda un Estado; violencia y autoritarismo. Las plagas bíblicas pero con mosquitos transmisores de paludismo en vez de langostas, y redes sociales en el lugar de la voz retumbante de Yahvé.
Las hambrunas, como ha probado el gran economista indio Amartya Sen (2000), son más probables en las autocracias. En Venezuela no se ha declarado una hambruna, pero existe consenso entre los investigadores de que hay una relación entre la crisis humanitaria y el desmantelamiento de la democracia. ¿Es el Gobierno de Nicolás Maduro una dictadura? ¿Lo eran los Gobiernos de Chávez? Unos Gobiernos dicen que sí, otros que no, como pasa hasta con Cuba e incluso Arabia Saudí o Corea del Norte. Esta secuencia de hitos te permitirá responderte esas dos preguntas. Hugo Chávez y otros militares intentaron derrocar al Gobierno, sin éxito, mediante dos intentos de golpes de Estado. Al salir de la cárcel lanzaron un movimiento político que los llevó al poder mediante elecciones. A partir de allí, con un apoyo popular fuerte pero variable, usaron la riqueza petrolera para hacerse un Estado a su medida. Un Chávez que venía volviéndose cada vez más autoritario ganó su última elección a finales de 2012, enfermo de cáncer. Falleció pocos meses después y dejó tras de sí un petro-Estado en bancarrota. Su heredero político intensificó las peores prácticas de los Gobiernos de Chávez ante la realidad que le tocó: permanecer en el poder sin el dinero y la popularidad del líder muerto. Fue declarado ganador de las elecciones de 2013; aplastó una ola de protestas en 2014; cuando la oposición ganó la mayoría en el parlamento, la privó de sus atribuciones con un legislativo paralelo. Reprimió, con mucha más dureza, una gran revuelta popular en 2017. Se hizo reelegir de manera ilegítima en 2018, y ha sido capaz de mantener la alianza de militares, funcionarios y empresarios que lo sostienen. Para ello, su Gobierno ha practicado de manera sistemática la persecución judicial y política, la censura y la violencia extrema a cargo de fuerzas policiales, militares y paramilitares. Es lo que han dicho, entre muchos otros, la misión internacional independiente de determinación de hechos del Consejo de Derechos Humanos de la ONU, el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, Amnistía Internacional, Human Rights Watch y la Corte Penal Internacional, que inició una investigación sobre el régimen de Maduro por crímenes de lesa humanidad.
[…]
—————————————
Autor: Rafael Osío Cabrices. Título: Venezuela: Memorias de un futuro perdido. Editorial: Catarata. Venta: Todos tus libros.
Zenda es un territorio de libros y amigos, al que te puedes sumar transitando por la web y con tus comentarios aquí o en el foro. Para participar en esta sección de comentarios es preciso estar registrado. Normas: