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Venturas y desventuras de un viajante de tren

Venturas y desventuras de un viajante de tren

En los 11 años que llevo viviendo en Madrid habré cogido cientos de trenes. En Chamartín me tienen más visto que al Talgo. Primero fue la universidad. Tuve una novia en Palencia a la que visitaba todos los fines de semana y claro, terminamos rompiendo. Verse tanto nunca ha sido bueno.

Luego hice un máster en Palencia, y los papeles tornaron. Cada fin de semana bajaba a Madrid para salir de fiesta, estar con los amigos o con alguna moza. A continuación hice un máster en Madrid y, de nuevo, el trayecto se invirtió, aunque de forma mucho más esporádica. Después llegó la etapa de becario, la de mileurista y, por fin, la de persona emancipada con un sueldo digno.

Este resumen bien podría valer para muchos nacidos entre finales de los 80 y principio de los 90. Viajé mucho en tren, muchísimo. Me gustaría ver a los de Pantomima Full en mis circunstancias. No solo viajaba a Palencia, también tengo familia en un pueblecito de Cáceres, y eso conllevaba subirse en el temible ‘tren de Extremadura’. La comilla simple está justificada porque eso, más que un tren, es una furgoneta grande y contaminan más o menos lo mismo.

"Terminamos llegando a las 4 de la madrugada a Atocha y, oh sorpresa, no había taxis para tanto pasajero. Renfe no avisó de lo ocurrido y no se había mandado ningún vehículo"

Una Nochevieja quedé atrapado en mitad de la nada en plena madrugada. Estábamos a algunos kilómetros de Navalmoral de la Mata y aquel trasto paró haciendo un extraño ruido, como de morsa agonizante. A continuación, la luz se fue, quedándonos completamente a oscuras. Serían las 11 de la noche, hacía frío y no me aguantaba las ganas de mear.

Hubo que esperar a que mandasen una máquina de no sé dónde que nos remolcase para atrás, de vuelta a Navalmoral de la Mata, donde, Dios mediante, nos estarían esperando los autobuses de la única compañía que consiguieron encontrar en kilómetros a la redonda dispuesta a prestar servicio un día como aquel.

Terminamos llegando a las 4 de la madrugada a Atocha y, oh sorpresa, no había taxis para tanto pasajero. Renfe no avisó de lo ocurrido y no se había mandado ningún vehículo. Aquello fue un sálvese quien pueda de Ubers, Cabifys y taxis.

"Aquellos viajes duraban tres horas o tres horas y media, según el trayecto. Pasabas por Ávila, Arévalo, Medina del Campo, Valladolid o Venta de Baños, entre otros enclaves de la España vaciada"

Se ha poetizado bastante sobre lo bonito que es viajar en tren. La alegría que da. Ese vaivén suculento que va meciendo el asiento como una cunita de bebé hasta que el paisaje se diluye y Morfeo te abraza en todo su esplendor. Esa forma de conocer España de verdad, con los pies en la tierra, viendo a cada «chú chú» cómo la piel de toro se arruga, se envellece o se reseca.

Pero para mí el tren es el vivo reflejo del paso del tiempo. Cuando era un universitario que iba a ver a su novia a Palencia, el presupuesto solo me permitía viajar en los Media Distancia, mucho más baratos que los Alvia o los AVE (en aquel momento inexistentes para dicho trayecto).

Aquellos viajes duraban tres horas o tres horas y media, según el trayecto. Pasabas por Ávila, Arévalo, Medina del Campo, Valladolid o Venta de Baños, entre otros enclaves de la España vaciada. Era tan largo el viaje que me daba tiempo (y no les exagero) a estudiar, preparar trabajos, ver películas, escribir infames entradas de blog, guiones para Destellos (mi programa para la radio universitaria) y leer. Intercalaba una actividad con otra y se me terminaba haciendo corto el viaje.

"En uno de esos viajes coincidí con el padre del director de cine Daniel Sánchez Arévalo, un excelente pintor que conocía bien mi Palencia natal"

En los MD también encuentra uno buena fauna. Desde gente que se colaba sin pagar hasta señores de furibunda ira que te acusaban de ocupar el asiento que ellos habían pagado (a pesar de que el tren fuera completamente vacío). Porque en aquellos momentos humildes, uno podía sentirse un auténtico señor cuando tenía un vagón para él solo, cosa que sucedía con no poca frecuencia.

En uno de esos viajes coincidí con el padre del director de cine Daniel Sánchez Arévalo, un excelente pintor que conocía bien mi Palencia natal. Él se encargó de pintar algunos de los carteles que anunciaban las películas en el Cine Avenida, todo un clásico. Guardo cariño a aquella conversación.

Con los años pude decir adiós a los MD y permitirme los Alvia y los AVE. Viajes a toda leche con cafetería y “¿auriculares?”. Los viajes pasan en un santiamén, y me da la impresión de que a eso de los trenes le pasa un poco como a la vida. Cuando eras un chaval, el tiempo pasa lento, monótono. Los años se hacen eternos, al igual que los veranos, los días de juerga o las relaciones. #Celebrando6MesesATuLadoAmor.

En cambio uno crece y aquello, de repente, deja de ser un MD y se convierte en un AVE que va a toda pastilla. “¿Ya llegó la primavera?”. “¿Ya estamos en verano?”. “¿Otra vez otoño?”. “¿Otra vez Navidad?”. “¿Un nuevo año?”. Y se te queda la misma cara de tonto después de cada pregunta.

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Bixen
Bixen
2 años hace

Siendo de Irún, conozco al Talgo de sobra y además, para mí sorpresa, conocía media España mi villa, por el tren. Al hacer la mili en Ceuta, nos hacían muy barato nuestro ‘único’ permiso el viaje en el Estrella Media Luna (×4). El más largo: Algeciras-Irún. Lejos de parecer contar penurias, nada comparable como viajar en tren… y de avión llevo casi 1000 horas.