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Veranos, lecturas y escrituras

Veranos, lecturas y escrituras

Es temprano en Pontedeume, el pueblo en el que nació mi padre, provincia de A Coruña, Galicia, España. Es un precioso pueblo, que tiene río, Eume, de ensueño (Sánchez Dragó decía que era un antiguo río sagrado, y de algún modo lo sigue siendo para nosotros); tiene ría, la ría de Ares, y tiene de todo, mucho verde, mucha lluvia, y precioso sol, cuando asoma. Aquí veraneo todos los años, aquí soy feliz: a veces pienso que aquí lo hago todo mejor, entre otras cosas escribir. Tampoco estoy seguro.

Otras veces he escrito sobre “La biblioteca del verano”, aludiendo a los libros que tengo aquí y que prácticamente sólo veo en verano. Los disfruto mucho, quizá, pienso, porque son muchos menos que los que tengo en Madrid y al poder abarcarlos mejor los disfruto y aprovecho más. El reencuentro con mis libros de Pontedeume, todos los años, es muy agradable.

Hoy se me ha ocurrido con los libros que voy leyendo aquí, libros que en ocasiones son relecturas, o libros que me traigo de Madrid. Aquí he terminado el rico tomo de la Poesía de Luis García Montero (1980-2025), en Tusquets, que me ha encantado. Ahora estoy leyendo, o retomando, una antología de Ortega y Gasset en Alianza Editorial hecha por Paulino Garagorri, y Las inquietudes de Shanti Andía (Caro Raggio / Cátedra), libros ambos que los estoy gozando. El primero creo que lo terminaré aquí, y me gustaría escribir algo al respecto, y el segundo lo he leído antes varias veces, pero siempre es un placer volver a él. Puede que sea el mejor libro de Baroja, en mi opinión personal, de los que he leído, que son bastantes.

Apenas estoy escribiendo. Leer leo, pero escribir escribo mucho menos, teniendo como tengo ideas. Me estoy solazando en el descanso, en el deporte, en las vacaciones, y me gustaría mantener mis artículos de Zenda este verano, pero no es imprescindible.

Es curioso sin embargo la necesidad que parece que siento de descansar de la escritura, mas no de la lectura. Al dejar de escribir noto precisamente que escribir, para mí al menos, aun siendo una gran satisfacción, enorme, no deja de ser un trabajo, un trabajo intelectual, que me genera un peso interior y un esfuerzo, mientras que leer puedo hacerlo sin gran trabajo. Para mí escribir es una necesidad, y por eso seguramente estoy escribiendo este artículo, de madrugada, del tirón. Es una necesidad, sí, pero de la que puedo prescindir sin mayor problemas, notando un notable descanso. Leer en cambio es como repostar combustible. Combustible que necesito para vivir y, sí, para escribir.

Si echo la vista atrás veo, recuerdo, que yo siempre he leído en verano, y algunos de los libros con los que más he disfrutado los he leído en verano (los llamo “los libros del verano”), y escribir llevo escribiendo, todos los veranos, muchos, quizá la mitad de mi vida, o más, pero no toda mi vida. Ahora tengo el hábito tan metido de escribir, de leer y escribir, que ya me temo que no puedo prescindir de hacerlo, aunque sean unas notas, unas humildes notas, material que tal vez algún día dé algo valioso.

Y al dejar de escribir estos días he notado cómo se me abría el mundo, un tipo de mundo, o unos ángulos de éste que permanecían en penumbra. Yo creo que la escritura nos mantiene en contacto con la realidad de forma muy potente, como una potente antena, pero también creo, lo creo ahora, por la experiencia, que descansar de ésta nos puede hacer vivir, en cierto modo, con más intensidad, paradójicamente. O no tanto, no tan paradójicamente.

Acaso de ahí venga la distinción famosa, que a mí siempre me ha costado aceptar, entre escribir y vivir. Pues bien, estos días yo estoy viviendo más, y escribiendo mucho menos. De todo hay que descansar, y yo esto no lo he sabido hacer bien todos estos veranos. Éste parece que lo estoy haciendo y pienso tomarme mi trabajo literario un poco menos en serio.

Los libros que he citado son estupendos y los recomiendo fervientemente desde aquí. También vuelvo mucho a Madera de boj, de Cela, que es un libro que tardé en comprender pero que disfruto mucho ahora. Algunos amigos me decían que estaba escrito en gallego, y es verdad, lo está, en una muy creativa lengua sobre un mundo que aquí en Pontedeume puedo tocar, vivir. Cela lo escribió muy cerca, en la Costa de la Muerte, y habla en ocasiones de esta zona mía, como cuando se refiere a la Marola, aquí al lado, en la ría de Ares: “El que cruza la Marola cruza la mar toda”, se dice mucho en esta zona. Yo la he cruzado en barco y las olas son altas; verdaderamente le das la razón al dicho. El pueblo es sabio; para mí lo es, es muy creativo cuando habla y yo creo que no se da cuenta de su enorme talento. Como dicen algunos lingüistas, la lengua habla a través de nosotros.

Los libros nos acompañan, nos dan vida, vida de mayor calidad. No hay que ser Don Quijotes, no en el aspecto de volvernos locos leyendo, pero la lectura, a mi juicio, nos hace vivir con mayor profundidad. Nos hace vivir mucho mejor. También en verano, quizá sobre todo en verano, cuando las condiciones son óptimas para emprender lecturas de gran calado. Esas lecturas inolvidables que ya habitarán dentro de nosotros para siempre.

Leer nos hace por dentro, y escribir también. Asimismo nos lanza al exterior y nos pone en contacto, con suma intensidad, con el mundo, con los demás. Aunque quisiera dejarlo no sería capaz. Sería como abandonar lo que más amo, como abandonarme a mí mismo, también.

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