Bienvenido de nuevo a mi pequeño terreno, lector.
Ya me dejaste constancia de que mi anterior artículo, el dedicado al quizá peor asesino en serie de la historia de España: El Arropiero, te causó gran impacto. Así me lo hiciste saber a través de mis redes sociales y eso me hizo muy feliz. Ya sabes que el feedback es importante y, saber que no sólo me lees, sino que además te genero algún tipo de opinión es maravilloso.
Pero no, no estoy aquí para charlar sobre esto. Seguramente pensarás que tras el artículo anterior, nada te puede sorprender ya. Pues agárrate a la pantalla porque puede que te caigas.
Hoy te hablaré de otro elemento. Otro pieza. Hoy te hablaré de Francisco García Escalero: “El Matamendigos”.
Curioso nombre, ¿no? No deja mucho a la imaginación, la verdad. Pero no nos dejemos llevar por las apariencias y, mucho menos, por un apodo, porque Francisco era mucho más que un asesino de mendigos. Déjame que te cuente su historia.
Escalero nació en 1954. Lo hizo en medio de la inmundicia que le podía brindar un poblado chabolista situado a doscientos escasos metros del cementerio de la Almudena, en Madrid. Atribuir su lugar de nacimiento a su temprano interés por la muerte sería un error, pero saber que contribuyó esa cercanía a desarrollar su demencia no anda tan mal desencaminado. Y es que desde pequeño a Francisco le gustaba pasear por el cementerio y, de noche, acostarse dentro de los nichos y simular la posición típica de un cadáver. En más de una ocasión fue descubierto por vigilantes del cementerio y llevado ante su padre, que le propinaba soberanas palizas al no entender esa actitud de su hijo. Pero eso no hizo amedrentar la curiosidad del muchacho que, lejos de ese efecto, en su adolescencia, creció. Y lo hizo de la peor forma posible. Comenzaron las profanaciones a cadáveres y la práctica de necrofilia.
No deja de ser curioso cómo los peores asesinos en serie de España tenían un gusto parecido. No es un hecho que deban ser necrófilos para tener el grado de psicopatía que estos tenían, pero ya digo, como dato es curioso.
Además de eso, le gustaba ir a casas abandonadas donde iban parejas a realizar actos sexuales. Se escondía y los espiaba para después acabar masturbándose él de la propia excitación que aquello le provocaba.
Su padre, ante esa actitud optó por encerrar a su hijo en un psiquiátrico. Estaba claro que su cabeza no funcionaba de la misma manera que la del resto de chavales de su edad, por lo que pensó que lo mejor era eso. Una vez más, no disuadió a Francisco, que cuando pudo escapó y cometió varios delitos menores, como robos, pequeños hurtos y atracos. Ingresó en un reformatorio, lugar en el que se juntó con otros delincuentes de la zona. Aquello acabó siendo su perdición —y la de muchos—. A los veintiún años —cuando escapó del reformatorio— y, ayudado por unos “amigos”, violó a una joven en presencia de su novio después de atracarlos. Fue atrapado y condenado a doce años de prisión. Los que compartieron reclusión con Francisco cuentan que su carácter se fue endureciendo cada vez más y su forma de actuar cada vez era más rara. Seguía siendo un apasionado de la muerte, coleccionaba cadáveres de pájaros dentro de su celda. Algunos cuentan hasta que hablaba con ellos. Se tatuó por el cuerpo varias frases que decían cosas como: “naciste para sufrir” o “Las voces se ríen de mí, me dicen que quieren sangre”.
Cuando salió de prisión trató de buscar trabajo, pero su pasado pesaba demasiado y le fue imposible, así que optó por la única vida que se le presentaba delante de las narices: la mendicidad. La zona por la que se desenvolvía era los alrededores de la parroquia Nuestra Señora de Fátima, en Madrid. Lo que conseguía ganar pidiendo lo invertía en vino y drogas, para comer robaba. Su constante estado de embriaguez y drogadicción le hizo comenzar, según él, a escuchar voces. Éstas le decían que “tenía que matar y rápido”. No dudó en hacerles caso.
Para sus víctimas eligió prostitutas y vagabundos, quizá lo que para él era más accesible viviendo como vivía en la calle. Su primera víctima fue una prostituta, de nombre Paula M. A ésta la violó, le cortó la cabeza y después quemó el resto de su cuerpo. Tan solo un año después de ese macabro incidente, cometió su segundo asesinato. En esta ocasión fue con un mendigo, al que apuñaló varias veces por la espalda para luego golpear y reventar su cabeza con una piedra. Casi nada. Además de eso, volvió su indescriptible afición por saciar sus deseos sexuales con cadáveres. En una de sus confesiones posteriores contaría incluso que una vez llegó a parar con el acto porque el hedor a muerto era insoportable, más de lo que a él le gustaba. Escalofriante, por lo menos a mí me lo parece.
Siguió cometiendo crímenes a los que no se les prestó atención en su momento por ser hacia lo que la sociedad consideraba escoria social, hasta que en 1993 y considerar él mismo que su vida debía llegar a su fin, se arrojó sobre un coche. No murió, el vehículo sólo le proporcionó algunas magulladuras. Cuando fue preguntado por la policía por los motivos, se derrumbó y confesó todos sus crímenes. No fueron pocos, incluso algunos ni siquiera se sabe si se los inventó, lo que sí fue cierto es que la mayoría fueron probados por los investigadores y se descubrió en Francisco la figura de un asesino en serie despiadado —llegó a contar que arrancaba vísceras y órganos, llegando a morderlos una vez fuera del cuerpo—, frío, calculador y todo lo contrario a la condena que luego se le impuso. Destaca sobre esos crímenes —no es que los otros sean con flores y nubes de algodón de azúcar, pero…— cuando en mayo de 1989 mató a un mendigo a puñaladas, le cortó el pene y se lo metió en la boca. Lo dicho, una joya este Escalero.
Se le declaró como a un enfermo mental, lo que hizo que internara en la penitenciaría psiquiátrica de Fontcalent, en Alicante. Es cierto que eso le privó de la libertad, pero es indudable que queda ese dudoso regusto de que no se han hecho las cosas bien y que no se han llamado las cosas por su nombre. Está claro que Francisco, El Matamendigos, no tenía la cabeza en su sitio, pero una persona capaz de conseguir eludir a la justicia durante tanto tiempo, delinquiendo a sus anchas de esa manera, cortando las yemas de los dedos a sus víctimas para hacer más complicada su identificación y un largo etcétera de astucias para no ser descubierto, demuestra poseer una inteligencia superior a la de la media y, a su vez, demuestra que estaba perfectamente consciente de lo que hacía y de cómo lo hacía. Pero en fin, ya sabemos cómo funciona la justicia, no solo aquí, en España.
Murió el 19 de agosto de 2014, dentro del centro penitenciario psiquiátrico de Fontcalent.
Y, bueno, una vez más he tenido que reducir bastante la vida y milagros de este señor, más que nada porque tengo agujetas en los dedos de tanto darle a la tecla —estoy escribiendo ya la segunda parte de la trilogía de novela negra que pronto saldrá en librerías— y, por otro lado, no me apetece nada que esta noche sueñes con este elemento. O sí, no lo sé. Sea como fuere, el caso es que volveré pronto. Mientas puedes ir contándome lo que te apetezca en mi correo: BlasRuizGrau@hotmail.com o en mi Twitter: @BlasRGEscritor.
Nos vemos, nos leemos.
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