Muy a las muy buenas, querido lector.
Estoy seguro de una cosa, pensarás que después de las entregas anteriores no puede ser que queden monstruos como los que te presenté por conocer, al menos en España, pero déjame decirte que no puedes estar más equivocado. Esto no ha hecho más que empezar. Parece mentira que un país como España pueda albergar tanto asesino en serie y tan macabros como los que te estoy presentando. Este país, por lo que estamos viendo día a día parece que ha sido diseñado expresamente para que el delito estrella nos haga recordar una y otra vez cierto embutido con un ligero aroma a ajo. Pero no. Hemos tenido una cantera de homicidas retorcidos que ríete tú de las superproducciones hollywoodienses. Y no, no es para estar orgulloso de ello.
Pero dejémonos de preliminares y pasemos directos a lo que aquí hemos venido. Hoy te presento a un malnacido de pro. Hoy te presento al Mataviejas.
Pensarás, sin duda, que no puedo sorprenderte ya pues esto es como cuando te cuentan el final de una película, conociendo el apodo te puedes figurar qué tipo de delitos cometió este prenda. Pero relájate y déjame que te cuente su historia.
José Antonio Rodríguez Vega, que así se llamaba, nació un 3 de diciembre de 1957. Lo hizo en Santander. Es curioso cómo este tipo de asesinos ya comienzan a mostrar desde muy bien pequeños su claro desorden emocional y, como no podía ser de otra forma, él no defraudó. Con un complejo de Edipo más que desarrollado, sentía deseo sexual hacia su propia madre cuando entró en la pubertad, algo que de por sí ya es bastante retorcido pero que se agrava si tenemos en cuenta que ella lo maltrataba hasta la saciedad. Es decir, que esa propia agresividad sufrida a través de su madre hacía que su deseo sexual hacia ella fuera en aumento. Enrevesado, ¿no?
Tanta crueldad vivida no pudo traer más que más violencia y él comenzó a mostrarla con todo y con todos muy pronto. Su padre estaba muy enfermo y un día José Antonio le agredió. Esto provocó la ira de su madre y, tras una soberana paliza, lo echó a la calle.
En esa situación comenzó su carrera criminal. Sin duda propiciado —y para nada justificable— por ese deseo frustrado hacia su madre, abusó y violó a muchas mujeres durante el último lustro de la década de los setenta. Las denuncias comenzaron a llegar y en 1978 fue arrestado. Tras un juicio, fue condenado a veintisiete años de prisión. Aquí ocurrió algo que te contaré tal y como se conoce pero que, sinceramente, me cuesta creer. Las mujeres —todas menos una—, tras la sentencia, comenzaron a retirar las denuncias porque dicen que era bastante guapo y hasta tenía un punto de seductor. Creo que sólo leyendo esto último comprenderás mi reticencia a creérmelo, aunque, bueno, yo te cuento lo que se dice y tú mismo puedes forjar tu propia opinión sobre el asunto. Sea verdad o no, lo que sí es cierto es que sólo pasó ocho años entre rejas, en parte por esto último, en parte por su buen comportamiento.
Esto se hace difícil de imaginar ahora ya que, gracias a una reforma del código penal en 1995, da igual que la víctima te perdone o no. Pero antes no era así, así que si obtenías el perdón de tus víctimas, la responsabilidad penal desaparecía. Tal cual.
No he mencionado que estuba casado y esto es importante, ya que nada más salir de la cárcel, en 1986, su mujer lo abandonó porque no quería estar casada con un monstruo así. Tras esto, él volvió a casarse de nuevo, se dice que su mujer era epiléptica. Esto último carecería de interés si no fuera porque sus constantes cuidados hacia ella le ayudaron a ganarse una imagen de buen vecino, buen marido y buena persona, algo muy alejado de su verdadera realidad.
En 1987, el monstruo que habitaba en su interior acabó por salir del todo y entró en la casa de la que sería su primera víctima mortal. De nombre Margarita González y con ochenta y dos años a sus espaldas, la asfixió de una manera muy cruel pues la obligó a tragarse su propia dentadura postiza. Un angelito el marido ejemplar.
Como era lógico, sus ansias de seguir matando no disminuyeron y dos meses más tarde asesinó a Carmen Martínez González. Tres meses pasaron hasta que mató a Natividad Robledo Espinosa, de sesenta y seis años. A esta última la encontraron desnuda y con evidentes signos de abuso por parte de su asesino.
En apenas un mes, este frío asesino cometió la friolera de diez asesinatos más. Las identidades de las víctimas se desconocen por expreso deseo de la familia. Fue detenido el 16 de mayo de 1988 cuando el cerco se estrechó lo suficiente y, aunque su detención fue relativamente rápida en comparación con lo que se puede llegar a tardar en otros casos de asesinos en serie, nos hace hacernos una idea de cómo hubiera sido si no lo hubieran detenido en tan poco tiempo. Hablaríamos, seguro, de muchas más víctimas, hasta alcanzar, posiblemente, un número mucho más terrorífico del que ya es.
En el juicio se le declaró como culpable y fue diagnosticado como un psicópata. Se demostró que todos los crímenes fueron estudiados y planeados minuciosamente. Identificaba, seguía y conocía las costumbres de sus víctimas para saber el momento idóneo de su abordaje. Para ello se hacía pasar por técnico de televisores en unos casos y albañil en otros para poder engañar y acceder al interior de la vivienda de las ancianas.
Cuando se le detuvo, se encontró en su casa una habitación toda pintada de color rojo —esto puede parecer increíble pero es cierto— con trofeos que se había llevado de sus víctimas. Esos iban desde pequeños televisores hasta rosarios. Esos trofeos ayudaron a relacionarlo con las víctimas gracias a la identificación de los familiares.
Fue condenado a cuatrocientos treinta y dos años años de cárcel. Con esperanzas de que ocurriera como la otra vez, cuando su buena conducta influyó para salir antes de prisión, comenzó a trabajar como chivato dentro de la prisión de Topas, en Salamanca, para los funcionarios. Eso, añadido a que los violadores no caían nada bien dentro de la cárcel, provocó que uno de los presos conocido como “El Zanahorio” le apuñalara por la espalda, provocándole la muerte.
Nadie reclamó su cuerpo y fue enterrado en una fosa común con la única presencia de los dos sepultureros. No seré quién para emitir un juicio sobre si su muerte fue merecida o no, tampoco justificaré que nadie fuera a despedirlo, pero es inevitable que, tras una vida como la suya, sí me cree una opinión propia que, como tal, me guarde para mí. Seguro que tú también la tienes.
Y creo que por hoy ya está bien, que sé que estos artículos muy buen cuerpo no dejan. Lo que sí me gustaría es que me contaras qué te ha parecido a través de mi correo blasruizgrau@hotmail.com o mi twitter: @BlasRGEscritor. Siempre contesto, por lo que no te cortes.
Y nada más, nos vemos pronto con un nuevo artículo. Espero que lo hayas disfrutado y, ahora, pajarillo: vuela, vuela, vuela, vuela…
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