Retomo la novela después de un paréntesis demasiado largo. Y siempre esa perplejidad ante lo escrito: ¿vale la pena? El desaliento de sentir más dudas que entusiasmo. Pienso que esa sensación debería disuadirme de seguir escribiéndola. ¿No debe la literatura nacer de la pasión por el texto? ¿No me he dicho siempre que no quiero escribir sin necesidad? Tengo que hacer un ejercicio de memoria para recordar que siempre es así: el desaliento y el entusiasmo se alternan durante toda la escritura. Sólo empezaré a sospechar si una de las dos emociones se imponen por completo. El desaliento continuo me haría sospechar del texto y el entusiasmo inagotable me haría sospechar de mí mismo.
El premio Juan Gil-Albert. Una sensación extraña por ahora. No pude ir a recogerlo, he tenido escaso contacto con la editorial. Sé que lo he ganado, pero no experimento la emoción que debería. Supongo que cuando se publique el libro será distinto. Espero. No quiero que publicar o ganar premios deje de ilusionarme. Sería una prueba de envejecimiento que prefiero ni imaginar.
Participo en el jurado del premio de cuentos de la Fundación Gabriel García Márquez (de Nariño, Colombia). Hacemos nuestras deliberaciones a distancia, gana el cuento por el que yo había votado. Cuando se descubre quién se encuentra tras el seudónimo aparece el nombre de Antonio Carballo, y se le anuncia como “conocido escritor cubano”. El nombre me suena. Busco en internet y descubro que fue el ganador del premio de novela Mario Lacruz, con Adiós, camaradas.
Y también descubro que yo era miembro de aquel jurado. Supongo que habrá gente que haga el mismo descubrimiento y quiera encontrar ahí un indicio de favoritismo, imaginando alguna amistad o deuda entre nosotros. Creo no haber visto a Carballo en mi vida, y estoy convencido de no tener con él ningún vínculo. Y por supuesto ignoraba que fuese el autor del cuento ganador. Me quedo perplejo por la inverosímil coincidencia. Como hoy ganar un premio parece siempre algo sospechoso, sentí enseguida el deseo de explicar en todos los foros posibles que es todo casualidad o una particular afinidad mía con su trabajo. Me limito a decirlo en estas líneas. Y que cada cual piense lo que quiera.
Al abrirse las plicas del ganador y los diez finalistas descubro también que hay dos hombres y nueve mujeres. Esas faltas de proporción me resultan siempre incómodas. Sospecho que algo está mal hecho. Pero los participantes concursaban bajo plica, y la mayoría no son autores conocidos de los que se pueda pensar que tienen relación con el jurado. ¿Entonces? ¿Se han presentado muchas menos mujeres que hombres? ¿O hay un sesgo en nuestro gusto? ¿Se debe a que los tres miembros del jurado somos hombres y tendemos a preferir lo escrito por hombres sin darnos cuenta? Pero eso significaría que sí hay una escritura femenina, cosa que siempre he negado, es decir, sí hay ciertos clichés que abundan en las malas escritoras, como los hay de escritura masculina en los malos escritores. Recuerdo otro premio en el que fui jurado hace unos años: los siete finalistas eran hombres, que habíamos propuesto cada uno de nosotros —era un premio a libros publicados—. Cuando hice notar la anomalía de nuestra elección, las mujeres que formaban parte del jurado dijeron, algo molestas, que se negaban a crear cuotas femeninas, cosa que yo no había propuesto, y me tomaron el pelo por mis comentarios. Lo dejamos así. Estas aplastantes mayorías masculinas en los premios me incomodan, pero no en todos los casos puedo entender la causa y por tanto desconozco la solución.
(Una escritora me comenta que un editor le dijo que se presentan muchos más hombres a los premios literarios que mujeres. Me propongo consultar con otros editores).
He atravesado más situaciones incómodas estos últimos días. Un periodista que me entrevista en la FIL sobre mi nuevo libro de cuentos me señala el parecido entre el título del cuento que abre mi libro —“Mamá eligió para suicidarse un veinticuatro de diciembre por la mañana”— y el de un relato del escritor mexicano Pedro de Isla: “Papá se pegó un tiro hoy a las 6:52 de la mañana”. El parecido es tan notable que intuyo haber leído ese título y haberlo imitado sin darme cuenta. Como conozco a Pedro, le escribo para decírselo; también le digo que no recuerdo haber leído su cuento, pero que de todas formas me disculpo por el posible plagio. Pedro me responde muy amablemente que no me preocupe, pero que sí leí su cuento e incluso lo prologué, y me envía un pantallazo con su cuento y mi prólogo. Noto que me sonrojo aunque estoy solo. No sé qué me preocupa más, si la mala impresión que pueda causar haber usado un título tan cercano al suyo o mi desastrosa memoria. Por suerte, los dos cuentos son muy distintos.
Ya se va acabando el año. No tengo propósitos para el año nuevo, pero sí expectativas. ¿Demasiadas? Ya lo iremos viendo.
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