Hace varias décadas que se confundió el viaje con el viento en las sandalias, y el viento en las sandalias con la libertad. Aunque si eliminamos el factor intermedio, obtenemos que se siguen identificando viaje y libertad. Pero viajar puede ser una brutalidad: te aleja de los conocidos, te arroja a un mundo que puede ser ingrato o al menos incómodo, te deja sin el suelo familiar bajo los pies. Y no digamos nada si este viaje es por mar, como los de Melville, como los de Conrad, como alguno de los descritos en relatos de Poe. El mar, que desde la orilla es otro símbolo de vida, es otra expansión de la libertad, se convierte en las paredes de una cárcel si se convierte en lo único que te rodea. Es demasiado extenso y resulta imposible habitar en él. A uno no le queda más remedio que permanecer dentro del barco y aguantar los vaivenes que decida tener el mar, hasta que llega a tierra. Y entonces sí, entonces podrá emprender otro vuelo. Aun así, mantenemos el sueño del mar y de la armonía del mar porque sin él nos sentiríamos derrotados.
Gracias a esta idea de que el mar aísla, Roberto Arlt (Buenos Aires, 1900-1942) se permite construir un relato en el que no sabemos bien si se impone lo terrible o lo propio de las caricaturas. En un barco se reúnen una serie de personajes que a medida que se van desgranando nos remiten, casi sin darnos cuenta, a los que más adelante crearían Rafael Azcona o Berlanga. Cabe preguntarse cómo funciona la cabeza de alguien que construye a estos seres a partir, sin duda, de la observación a su alrededor, para luego idear exponerlos a una situación que debería ser angustiosa. En buena medida, el relato funciona como una obra teatral con un fondo en remolino. Podríamos haber dicho Maelström, pero hemos utilizado la palabra «remolino», porque el propio Arlt lo describe como una espiral mucho más grande que la que se produce en el mar noruego, pero comparándola con la que observamos en la bañera al levantar el tapón.
Con este fondo, asistimos al efecto acumulación que surge de encadenar la presentación de cada uno de los personajes, que apenas tienen tiempo de actuar, y que cuando lo hacen nos demuestran no haber madurado, ser infantiles. El tono en que se nos habla nos lleva a dudar si las impresiones que recibimos tienen, o deberían contener, algo de humor. Arlt siempre escribe de forma muy seria: «La música, el fraseo del estilo de Arlt está como condensado en su apellido: cargado de consonantes, difícil de pronunciar, inolvidable», nos recuerda el autor del prólogo, Antoni Martí Monterde, que esto dijo sobre Arlt el escritor Ricardo Piglia.
Viaje terrible pudo haber sido un relato fantástico, pero la inmadurez de los personajes y el estilo material de Arlt hacen de él una experiencia que nos recuerda lo que podría parecerse a la realidad, si dejamos que la realidad se deforme o la percibimos deformada. La realidad, pensamos, es lo que observamos en la vigilia. Y, sin embargo, las sensaciones de los sueños son tan intensas como las de la vigilia, tan contundentes como las que sufrimos despiertos. Los grandes narradores lo saben y se sirven de ello para reflejar que la fantasía, la imaginación, lo cotidiano, lo maravilloso, lo sucio, lo ingenuo, la denuncia, la psicología y tantas otras cosas, forman parte del humus sobre el que es posible relatar. Y Roberto Arlt pertenece a esa estirpe, a la de quienes nacieron con talento para contarnos historias.
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Autor: Roberto Arlt. Título: Viaje terrible. Editorial: Medusa. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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