Terminando el año 1821, nacía en un pueblo de Francia Gustave Flaubert, el escritor obsesionado con la búsqueda de “le mot juste” (la palabra exacta). En este 2021 queremos celebrar su memoria con una faceta poco conocida; la del Flaubert viajero. ¡Felices 200 años, Monsieur!
Un chico de provincias
Más allá de Bovary y Salambó, Flaubert poseía una voz viajera. Su perfeccionismo rayano en la obsesión por buscar la palabra perfecta limitó su producción literaria (apenas ocho novelas, la última de ellas póstuma) en comparación con la intensidad novelística de sus compatriotas, como Julio Verne o Victor Hugo. Este último fue, además, contemporáneo y amigo de Gustave. Juntos viajaron a los Pirineos y Córcega a finales de 1840, justo el año en el que Flaubert supera el examen de baccalauréat (bachillerato). Fue ese viaje, tal vez, el causante del despertar de la inquietud por el exterior de un muchacho hasta entonces muy apegado a su madre y a la soledad del campo de su casa familiar de Croisset, donde vivirá soltero, cuidado por una sobrina, hasta su muerte.
Nacido y criado en Rouen, un pueblecito de carácter conservador del norte de Francia, hijo de un prestigioso cirujano y de una madre emparentada con una de las más antiguas familias de la Normandía, sus problemas de salud desde muy niño y su carácter tímido y distraído, cristalizaron en una forma de mirar el mundo muy característica, que volcaría posteriormente en el ambiente asfixiante y monótono de Yonville, el lugar en el que el marido de Emma Bovary ejercía (como el padre de Flaubert), la medicina.
Los ataques de epilepsia que sufría lo libraron de la obligación de realizar el servicio militar. También escudándose en ellos, el joven pudo interrumpir los estudios de Derecho que su padre le había obligado a cursar, para no retomarlos nunca más. Con la excusa de recuperarse de la epilepsia, retornó al campo, viviendo desde entonces acomodadamente de las rentas familiares. A veces escapaba a París, donde frecuentaba algunos de los salones literarios del momento, pero siempre regresaba al hogar. En el amor, Flaubert se mostraba igualmente huidizo y cambiante, pasando del burdel al salón; del muchacho enamorado de una mujer casada de provincias, a la aventura intelectual con una poetisa parisiense.
Las amistades peligrosas
En cuanto a las amistades, esas sí fueron más duraderas, marcando su trayectoria vital y literaria. Una de ellas fue la famosa amistad con el jovencísimo escritor René Albert Guy de Maupassant, cuya madre era íntima amiga de Flaubert desde la infancia. El muchacho estudió en el liceo del pueblo de Flaubert, Rouen, y pronto se convirtió en su discípulo y amigo. Flaubert, a instancias de la madre, lo tomó bajo su protección, le abrió la puerta de algunos periódicos, presentándole a algunos de sus amigos de entonces, nada menos que Iván Turguéniev, Émile Zola o los hermanos Goncourt. Tan presente estaba el novelista en la vida del joven escritor que incluso se llegó a decir en algunos mentideros parisinos que Flaubert era su padre biológico, cosa que él nunca se tomó la molestia de desmentir.
En el periodo de juventud su gran amigo fue Maxime du Camp, uno de los primeros fotógrafos de libros de viajes, quien había aprendido el oficio junto a Gustave Le Gray, precursor de la instantánea. Con Flaubert tenía en común una idéntica posición económica y familiar —ambos eran hijos de prestigiosos cirujanos—, así como la pasión por escribir. Viajero empedernido, convenció a su amigo para que lo acompañara durante unos meses a un singular viaje por Oriente. Gustave, enclaustrado voluntariamente en su pueblo de provincias, se aburría, exactamente igual que su Madame Bovary, que aún no había nacido de su pluma. Aquella mujer, con la libertad que da el ser un personaje de ficción, encontró salida en la fantasía romántica que inevitablemente derivó en el adulterio; el escritor, por su parte, con la angustia de una mente imaginativa obsesionada con cazar historias, decidió salir del pueblo y materializar en aquel viaje todos los mitos literarios que había forjado sobre Oriente, por entonces una difusa geografía hecha con fragmentos de lecturas, visitas al Louvre y Salones de Otoño perfumados con los exóticos olores de Lord Byron, Chateaubriand, Lamartine, Ingres o Delacroix.
El viaje a Oriente
El primer destino era Egipto, donde su compañero tenía que documentar gráficamente los vestigios faraónicos para la Académie des Inscriptions. Afortunadamente para los lectores, el viaje se prolongará en dos etapas más, que comprenderán Palestina, Líbano y finalmente Grecia. El resultado fueron casi nueve meses de viajes fotografiados por Maxime y anotados por Flaubert en unos diarios que vieron la luz hace unos años en la exquisita edición en tres tomos de la editorial Cabaret Voltarie.
La aventura comenzó en Marsella a bordo del buque Le Nil con parada en La Valletta. Desde casi el inicio del viaje, se desató en Flaubert una frenética actividad narrativa en dos vertientes igualmente privadas, y por tanto muy singulares para los lectores de hoy; por una parte, las cartas a su amante Louise Colet, a quien detalla lo cotidiano desgranando un relato introspectivo y emocional. Por otra parte los diarios, en los que el taciturno Gustave se revela como un joven curioso e inquieto, ávido en la descripción de las atmósferas extrañas, a veces violentas, cargadas de notas de emoción e ironía.
La primera parada fue Alejandría, y no podía haber un lugar que encajara mejor en el concepto decimonónico de “Oriente”, mitad mítico, mitad exótico: Encantadores de serpientes, harenes, minaretes, camellos, bazares, pachás, especias, derviches. Una fusión de tópicos hechos realidad que se acentuarán en la mirada de los jóvenes viajeros a medida que se prolonguen las semanas lejos de Francia.
Madame Bovary nace en Oriente
Ambos amigos eran jóvenes, inteligentes, burgueses, transgresores. Flaubert, además, se dejó llevar por aquel “orientalismo” y gustó de cruzar, en más de una ocasión, la línea de lo permitido, persiguiendo una dimensión humana distópica y sórdida. En sus diarios de viaje aparece un anecdotario que aún hoy resulta, cuando menos, perturbador. Visitó sanatorios mentales, un hospital de mamelucos sifilíticos, baños de masajes en barrios peligrosos, fumaderos de opio, prostíbulos… Todo ello quedará reflejado con tal intensidad explícita que, a la vuelta, el propio Flaubert eliminó, para una primera edición de sus viajes, los fragmentos más obscenos o duros.
Curiosamente, las ruinas de Grecia lo dejaron más bien frío, llegando a admitir que “los templos me aburren como las iglesias en Bretaña o las cascadas en los Pirineos. Frente a las ruinas, en contra de lo que se podría pensar, soy incapaz de pensar en nada”.
Al fin y al cabo, un escritor siente especial debilidad por las historias que son capaces de explicar su propia naturaleza. En el caso de Gustave Flaubert, los estímulos de creador partían de una agitación casi infantil, saturada y asfixiante y eso será precisamente lo que recogerá en su viaje a Oriente a manos llenas para luego volcarlo en su literatura, especialmente en su obra maestra, “Madame Bovary”, una tesis sobre la complejidad del alma humana que, probablemente, comenzó a forjarse durante aquel viaje oriental desbordado, oscuro, excitante y contradictorio.
Obras para viajar con Flaubert, editadas con elegancia por Editorial Cabaret Voltaire:
Egipto. Viaje a Oriente. Este volumen recoge la primera etapa del diario de su viaje a Oriente, Egipto, junto con las fotografías que tomó Maxime du Camp. Con las palabras de Flaubert y los ojos de Du Camp entraremos en Alejandría y El Cairo, y recorreremos el Nilo hasta la segunda catarata, visitando los principales templos, en una travesía que durará cuatro meses y medio. ISBN: 978-84-937643-2-6, 320 páginas
Líbano-Palestina. Viaje a Oriente. Este texto es un magnífico ejemplo del arte de ver y del arte de escribir de Flaubert. No cesa de pensar en la pintura, en el color, en la expresión de la impresión. Y él mismo se convierte en uno de los elementos pintorescos de sus cuadros: gran vividor, gozador, no se toma en serio, melancólico también, a veces amargo. ISBN: 978-84-938689-2-5, 288 páginas
Grecia-Italia. Viaje a Oriente. Procedentes de Constantinopla, Flaubert y su amigo Maxime du Camp emprenden en Atenas la tercera parte del Viaje a Oriente, una última etapa que, de diciembre de 1850 a junio de 1851, les llevará desde Grecia hasta Italia. La ciudad de Venecia pondrá fin a esta gran aventura de casi dos años de duración, en la que partiendo de París recorrieron Egipto, Líbano, Palestina, Siria y Asia Menor. El Peloponeso, Nápoles, Roma o Florencia forman parte del itinerario de Flaubert en esta etapa final de su viaje por Oriente. ISBN: 978-84938689-9-4, 312 páginas.
***** Artículo publicado en Publishers Weekly en español.
«sus compatriotas, como Julio Verne o Victor Hugo. Este último fue, además, contemporáneo y amigo de Gustave. Juntos viajaron a los Pirineos y Córcega a finales de 1840, justo el año en el que Flaubert supera el examen de baccalauréat (bachillerato).»
Pero ¿de dónde saca la autora del artículo que un muy célebre ya Victor Hugo de 38 años viajó con un Flaubert de 19 años totalmente desconocido a los Pirineos y Córcega a finales de 1840? Y Hugo y Flaubert no fueron amigos. Ambos se saludaron en casa de unos amigos comunes en 1843 y no volvieron a verse. E intercambiaron una sola carta, que yo sepa (Hugo le felicitó por Mme Bovary y Flaubert le respondió).
«Nacido y criado en Rouen, un pueblecito de carácter conservador del norte de Francia…»
El «pueblecito», que era desde hace siglos, una de las ciudades más importantes de Francia (como sabe quien ha visitado sus muchos monumentos en general y su gran catedral en particular), tenía cuando nació Flaubert 86 000 habitantes y 105 000 cuando murió.
«convenció a su amigo para que lo acompañara durante unos meses a un singular viaje por Oriente. […] El resultado fueron casi nueve meses de viajes».
El viaje de Flaubert y Maxime du Camp duró año y medio (de finales de 1849 a principios de 1852).
«En el caso de Gustave Flaubert, los estímulos de creador partían de una agitación casi infantil, saturada y asfixiante y eso será precisamente lo que recogerá en su viaje a Oriente a manos llenas para luego volcarlo en su literatura, especialmente en su obra maestra, “Madame Bovary”…»
Sin comentarios.