Fernando Gómez lleva cinco años inspeccionando los lugares más comunitarios del planeta: los cementerios, las cárceles y los manicomios. Desde 2018 hasta hoy, ha publicado un libro por cada uno de esos temas, siendo el último de ellos Viaje al centro de los manicomios, un conjunto de relatos en los que el autor rescata la historia —y las anécdotas— de quienes alguna vez fueron huéspedes de esas instituciones.
En este making of, Fernando Gómez explica el origen de Viaje al centro de los manicomios (Luciérnaga).
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Viaje al centro de los manicomios es la última entrega de una trilogía que comencé allá por el año 2018 con la publicación de La vuelta al mundo en 80 cementerios y a la que siguió dos años más tarde El mundo a través de sus cárceles. En la primera de las obras realicé un itinerario a través de los cinco continentes con el objetivo de buscar la belleza que encierran los camposantos al mismo tiempo que contaba la vida de algunas de las personas que descansaban en sus tumbas. Por su parte, en El mundo a través de sus cárceles, con similar planteamiento, utilicé el viaje para ser testigo del dolor que produce la ausencia de ese preciado bien que se llama libertad. Esos libros fueron el fértil germen para la realización de la obra que a continuación paso a explicar.
Sin pensamiento de convertir la bilogía en tetralogía, estaba dispuesto a despedirme para siempre de los protagonistas que me habían acompañado en los viajes por cementerios y cárceles cuando de pronto, del mismo modo que San Pablo vio la luz camino de Damasco, yo sentí algo parecido al recibir la revelación de que existía algo tan doloroso como puedan serlo la muerte o la ausencia de libertad, y ese drama era la pérdida de la razón. Sorprendido por el hallazgo, no pude evitar embarcarme en un nuevo itinerario, en esta ocasión de manicomio en manicomio.
Mis siguientes movimientos no podían ser otros que recurrir a recuerdos almacenados de antiguos viajes y recabar información de boca de especialistas en el escalofriante mundo de la locura. Las charlas con esos doctores y el contacto con sus pacientes me llevaron a la alarmante reflexión de lo fina que es la línea que separa al loco del cuerdo y lo fácil que es cruzarla.
Recabada una buena cantidad de información decidí que ya era hora de poner en orden mis notas y para tal fin no encontré mejor proceder que recluirme un largo verano en el pueblo riojano de Hornillos de Cameros. En ese idílico lugar no tardó en tomar forma Viaje al centro de los manicomios, que de ese modo pensé que debía titularse mi trabajo. Las historias iban fluyendo con rapidez, como si fueran los entrañables pacientes quienes con precisión fueran contándome sus vidas. Van Gogh, Camille Claudel o Rosemary Kennedy, entre otras decenas de personas famosas o desconocidas, me iban relatando sus dolorosas historias, que les habían conducido a pasar sus días en un sanatorio mental.
En ese lugar de la Sierra de Cameros, donde me hallaba uniendo ideas y letras —entre partidas a la brisca en el soportal de la ermita, mugidos de vacas separadas de sus terneros y la esperada berrea de los ciervos en septiembre—, tuve la certeza que lo menos importante era contar la arquitectura de los edificios que encerraban a los dementes, si no que lo realmente importante eran quienes los habitaron y vivencias. Esos entrañables seres eran lo fundamental, sin ellos no tenía sentido el libro que estaba por nacer. Ellos eran los auténticos héroes.
La estructura de mi nueva obra no debía diferenciarse en sustancia de las otras dos que la precedían, ya que al tener claro que era una trilogía lo oportuno era utilizar los mismos personajes que me habían acompañado en las entregas anteriores, y por los que tanto cariño había llegado a sentir. Desdeñé desde la primera línea emplear la morbosidad como recurso fácil, así como intenté evitar a toda costa la pedancia, que es siempre un pecado capital en la literatura. De lo que estaba seguro era de que el lenguaje debía ser sencillo y comprensible, intentando apartarme lo máximo posible de explicaciones académicas para describir tratamientos y enfermedades que llegaran a aburrir, cuando mi deseo era entretener. Lo que fue un feliz hallazgo, al menos así lo creo, fue adornar cada capítulo con la recomendación de una canción y una película relacionadas con lo escrito. Lamenté no haber descubierto ese recurso antes y haberlo incluido en mis cementerios y cárceles.
Ahora, con un ejemplar recién publicado de Viaje al centro de los manicomios en mis manos y dispuesto a despedirme de usted, apreciado lector, no puedo evitar recordar una frase de Calderón de la Barca: ¿Qué es la vida? Una locura.
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Autor: Fernando Gómez. Título: Viaje al centro de los manicomios. Editorial: Luciérnaga. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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