Veo la barca de doble remo en la laguna, y allí a Caronte, barquero de los muertos, que me llama: ¿qué estás esperando? ¡Date prisa, es tarde! Me apremia a que vaya con él.
Eurípides, Alcestis, 251
No sabemos si el amable lector de esta famosa, y dicen que muy seguida, sección de los viajes literarios de Zenda tiene pensado morirse alguna vez. Si es así, lo que viene a continuación le interesa.
Se trata, si no resulta demasiado pretencioso, de elaborar una guía de viaje al más allá. Puntualicemos un poco: el inframundo al que aquí nos vamos a referir es el que nos describe la tradición clásica, ya que, según las últimas encuestas, los lectores de Ulises Adrados son, en un 89 %, paganos y adoran a los dioses olímpicos. No obstante, si usted es partidario de presentarse ante san Pedro, pasar la eternidad retozando con las huríes, pedir plaza en el Valhalla o reencarnarse en un lama, algo de provecho también le sacará, pues siempre conviene conocer a la competencia.
El tema es largo y, qué remedio, merecerá de la paciencia del lector aguantar tres entregas. Esta primera nos introducirá en la geografía del inframundo, en sus parajes, ríos, umbrales y recintos. La segunda se ocupará de sus habitantes; los habituales y los pasajeros. En la tercera y última conoceremos las experiencias de quienes por allí se han aventurado en vida, tal y como lo cuentan los textos antiguos: Orfeo, Hércules, Teseo, Psique, Ulises, Eneas, Dante. Y, si nos da tiempo y mantenemos las ganas, hasta describiremos un funeral griego, para el que quiera apuntarse, detallando las instrucciones que han de dejarse por escrito a los deudos, y cuyo cumplimiento asegurará la perfecta transición de la vida a la muerte y el derecho a solicitar pasaje a Caronte. Vamos, pues, con la parte geodésica y topográfica de ese territorio inaprensible.
Denominaciones
Al recinto donde van a parar los muertos se le conoce por distintos nombres:
- Inframundo, pues la tradición lo sitúa debajo de la superficie de la Tierra
- Infierno, del latín infernum, inferior.
- Hades, ᾍδης, por extensión del nombre del dios que lo gobierna
- Érebo (de Ἔρεϐος, oscuridad, en latín Erebus), por extensión del nombre de un dios primordial, hijo del Caos y hermano de Nix, la noche.
- Orco (Orcus), por extensión de un dios infernal de la mitología romana, sinónimo de inframundo.
- Averno (Avernus), por extensión del nombre del lago que ocupa el cráter de un volcán apagado cerca de Miseno, en la Campania, y que se pensaba era una boca de acceso al inframundo. El nombre proviene de aornos, ‘sin pájaros’, unde locum Grai dixerunt nomine Aornum (Virgilio, Eneida, VI, 242).
Tras la muerte
Los griegos creían que, en el momento de la muerte, el alma o espíritu (psique) abandonaba el cuerpo como un aliento o soplo que se eleva. El encargado de acompañar a esa alma desprendida hasta el Hades es Hermes Psicopompo (Έρμῆς ψυχοπομπóς, Hermes guía del alma).
Hermes llamaba a las almas de los pretendientes, sosteniendo en su mano la dorada vara con la que adormece los ojos de cuantos quiere o despierta a los que duermen. La utilizaba para mover y guiar las almas, y éstas le seguían, profiriendo chillidos estridentes. (Homero, Odisea, XXIV, 1-10).
El acceso exterior
Se conocían varias entradas al Hades desde la superficie. La más célebre de todas es una gruta situada en el Ténaro (Ταίναρον, el central de los tres cabos del sur del Peloponeso, hoy conocido como cabo Matapán, que constituye el punto más meridional de la Grecia continental). La sima, situada en la misma punta que entra en el mar, se encuentra bajo una colina donde se erigió un templo consagrado a Poseidón.
Otro acceso era la Aquerusia, nombre aplicable a diversos lagos o pantanos de la geografía griega asociados a ríos de nombre Aqueronte; tales los existentes en la Tesprótida (al noroeste, cerca de la actual Albania) o la Argólide, como nos cuenta Pausanias:
Tras el templo de Ctonia hay tres lugares que los de Hermíone llaman de Climeno, de Plutón y la laguna Aquerusia. Todos están rodeados por muros de piedra y en el de Climeno hay una abertura en la tierra. Fue a través de ésta que Hércules hizo salir al perro de Hades, según cuentan los de Hermíone. (Pausanias, Descripción de Grecia, libro II, 35-10).
Para los romanos, el acceso por excelencia era el utilizado por Eneas y la Sibila: lago Averno, cercano a la ciudad de Cumas.
En el umbral
Llegada el alma al umbral del Inframundo, para penetrar propiamente en el recinto era preciso que se hubieran cumplido las exequias debidas: entierro o cremación. Las almas cuyo cuerpo no había sido debidamente honrado eran rechazadas por Caronte y permanecían en la orilla exterior del río. Así se queja Patroclo a Aquiles en el sueño que se narra en la Ilíada:
Entiérrame cuanto antes, que quiero traspasar el umbral del Hades. Fuera de él me retienen las almas, las sombras de los difuntos que no me permiten unirme a ellas al otro lado del río, y así vago en vano por la mansión de grandes puertas de Hades (Homero, Ilíada XXIII, 70-74)
Los ríos que circundan el Inframundo
- Aqueronte (Αχέρων), el río de la pena, era el primer curso de agua con el que las almas se encontraban. Por dar de beber a los Titanes durante su guerra contra Zeus, fue condenado por éste a fluir por el Inframundo. Según Platón (Fedón) era el río mayor del mundo, tras el Océano, y corría por debajo de la tierra en sentido opuesto a éste. En la Divina Comedia, constituía el borde superior del infierno, justo encima del primer círculo. Para atravesarlo, las almas contaban con la barca de Caronte, previo peaje. En el mapa del Inframundo, en el Aqueronte desembocaban el Flegetonte y el Cocito.
- Cocito (Κωκυτός, río de las lamentaciones), alimentado por las lágrimas de los muertos. Afluente o continuación del Aqueronte, excepto en la Eneida, donde hace el papel de río principal en el que Caronte boga. En la Divina Comedia, el Cocito es un inmenso lago de hielo situado en el noveno círculo del Infierno.
- Flegetonte (Φλεγέθων, ‘flamígero’) o Piriflegetonte (Πυριφλεγέθων, ‘llameante de fuego’). Su corriente era de fuego o, en la Divina Comedia, de sangre hirviente. Se suele considerar afluente del Aqueronte.
- Lete o Leteo (Λήθη, ‘olvido’). Beber de sus aguas provocaba el olvido de todo lo pasado, lo que era imprescindible para las almas que iban a rencarnarse en otros cuerpos. A veces se contrapone a otro río, el Mnemósine, cuyas aguas daban el conocimiento. Lethaei ad fluminis undam / securos latices et longa obliuia potant. (A orillas del Leteo beben el agua que libra de preocupaciones y otorga total olvido. Virgilio, Eneida, VI, 715).
- Estigia (Στύξ, ‘odio’). De aguas quietas, oscuras y fangosas, a veces sustituía al Aqueronte como límite entre el mundo de los vivos y el de los muertos, con Caronte de barquero; así en el cuadro de Patinir del Museo del Prado, o Flegias en la Divina Comedia. Otra leyenda atribuye a la Estigia el poder de volver invulnerable a quien en ella se sumergiera, como Tetis hizo con su hijo Aquiles, a excepción del talón por el que lo sujetaba. Pausanias describe una fuente de la Arcadia que se decía alimentaba a la Estigia, y las propiedades de su agua:
Yendo desde Pheneus a Occidente en dirección a la puesta de sol, a la izquierda el camino lleva a la ciudad de Cleitor, y a la derecha a Nonacris y el agua de la Estigia (…). No muy lejos hay una peña, ninguna otra se eleva a tanta altura. Los griegos dicen que lo que gotea por el precipicio es agua de la Estigia. (…)
El agua cae desde la altura a una roca que está por el lado de Nonacris, pasa a través de ella y luego desciende hacia el río Cratis. Esta agua trae la muerte a hombres y bestias por igual. (…) Tiempo después se conocieron sus maravillosas propiedades, así el vidrio, el cristal, la cerámica, todo lo que los hombres fabrican con piedra y arcilla lo rompe el agua de la laguna Estigia, y corroe lo que es de cuerno o de hueso, hierro, bronce, plomo, estaño, plata o ámbar. Al oro también le ocurre, al igual que todos los otros metales, y eso que el oro es inmune a la corrosión, como atestigua la poetisa lesbia (…). Lo único que resiste el agua de la laguna Estigia es la pezuña de caballo. Cuando se vierte, el agua se mantiene en ella y no rompe la pezuña. Alejandro, hijo de Filipo, murió por este veneno, según se cuenta. (Pausanias, Descripción de Grecia, libro VIII, 17, 6 y ss).
- Erídano (Ἠριδανός) también aparece a veces mencionado con los anteriores. Se identificaba con el Po, que tiene un tramo subterráneo. Virgilio lo menciona: inter odoratum lauris nemus, unde superne / plurimus Eridani per siluam uouitur amnis. (En un bosque fragante de lauros desde donde brota el Erídano caudaloso dando vueltas entre arboledas. Virgilio, Eneida XXIII, 70-74).
Los recintos del Inframundo
Una vez traspasado el umbral que da acceso al Inframundo, y aceptados en la barca por Caronte, las almas de los muertos cruzan el Aqueronte y, al desembarcar en la orilla opuesta, llegan propiamente al Hades. Aunque hay muchas variantes de sus distintas particiones, se suele considerar dividido en tres sub-zonas: la llanura de los Asfódelos, el Tártaro y los Campos Elíseos. La llanura de Asfódelos se extiende inmediatamente pasada la puerta. Más adelante, se encuentra el Erebo, donde sesiona el tribunal de las almas presidido por Eaco, Minos y Radamantis, y también el palacio de Hades y Perséfone. Finalmente, y según resulte el veredicto de los jueces, los malvados son enviados al Tártaro; los héroes a los Campos Elíseos y los que han pasado por la vida sin destacar en un sentido u otro, permanecen vagando en la llanura de los Asfódelos.
Llanura de los Asfódelos:
Ámbito fantasmal, sombrío, crepuscular, repleto de asfódelos, que es la comida favorita de los muertos. Lugar de paso hacia los otros recintos y también de residencia definitiva de la inmensa mayoría de las almas, que no destacaron en vida ni en lo bueno ni en lo malo; las cuales, como tenues reflejos de lo que eran en vida, se quedan eternamente en estos campos dando vueltas sin sentido.
… y descendiendo enseguida llegaron a la pradera de los asfódelos, donde se refugian las almas, imágenes de hombres exhaustos (Homero, Odisea, XXIV, 12-14)
Érebo (Ἔρεβος):
Érebo, a veces sinónimo de Inframundo y, por lo tanto, de todo el recinto, suele más bien referirse a la parte que se encuentra tras dejar atrás la Llanura de los Asfódelos, y llegar al cruce de los tres caminos presidido por un trivio en honor a Hécate. Allí están el Leteo y el Mnemósine y el palacio de Hades y Perséfone, en cuyo patio se reune el Tribunal de las Almas con tres jueces: Radamantis, Minos y Éaco, ocupándose cada cual de diversas cuestiones, según el autor de referencia.
El Tártaro (Τάρταρος):
Es la región más recóndita del cosmos, creada, según Hesíodo, en el origen, junto con Caos y Gea. Conectado al Inframundo, no es físicamente parte de él, pues, según Homero, tan dentro del Hades está como lejano el cielo a la tierra (Ilíada, VIII, 16). Este agujero insondable, donde reinan eternas tinieblas, es accesible por una única puerta enorme de bronce y está circundado por la corriente en llamas del Flegetonte y rodeado de altos muros. Al principio, allí fueron a parar los que se rebelaron y fueron vencidos; así los Cíclopes, arrojados por Urano, y luego los Titanes, encerrados por Zeus. Más adelante, todos aquellos que merecieron castigo por sus faltas. Algunos reclusos famosos son: Ticio (Τιτυός), condenado por intentar forzar a Hera, al que dos águilas comen el hígado que se regenera con las fases de la luna; Tántalo (Τάνταλος), cuyo castigo es sufrir una insoportable sed estando sumergido en agua hasta el cuello; o Sísifo (Σίσυφος), que empuja eternamente una gran piedra, como Ulises explica en la Odisea:
Vi también a Sísifo, el cual padecía arduos trabajos empujando con las manos una enorme piedra. Esforzándose con pies y manos la subía hacia la cumbre de una montaña; pero cuando ya le faltaba poco para alcanzarla, su gran peso hacía caer la piedra, que bajaba rodando hasta la llanura. Volvía entonces a izarla con todas sus fuerzas, y el sudor le corría por los miembros y el polvo envolvía su cabeza. (Homero. Odisea, XI, 593-600).
Campos Elíseos ( Ἠλύσια πεδία):
En la versión más habitual, los Campos Elíseos (o Elísios, o Islas de los Bienaventurados) es el lugar donde las almas de los héroes y hombres virtuosos pasan la eternidad de manera dichosa, en medio de paisajes gratos con prados floridos, música y banquetes, en una mañana perpetua que no conocía las tinieblas de la noche. Sus habitantes tenían la posibilidad de regresar al mundo de los vivos, aunque no muchos lo llegaban a desear. Radamantis era quien gobernaba esta región:
(… sino que los inmortales te enviarán a los campos Elíseos, al extremo de la tierra, donde está Radamantis, de blondos cabellos: allí se vive dichosamente, allí nunca nieva ni llueve ni el invierno es largo, sino que Océano manda siempre las brisas del Céfiro, de sonoro soplo, que agradan y reconfortan (Homero, Odisea, IV, 563-569)
aunque otros (Píndaro) asignan a Cronos esta potestad:
… en idénticas noches y en idénticos días gozando del sol, los justos disfrutan de una existencia sin dolor. No remueven con la fuerza de sus brazos la tierra ni el agua del mar buscando un pobre sustento; antes bien, en presencia de los alabados de los dioses, los que mantuvieron sus juramentos disfrutan de una vida sin lágrimas, mientras los demás se someten a un suplicio insoportable de contemplar. Aquellos que han perseverado tres veces para mantener sus almas libres de la injusticia, siguen la senda de Zeus hasta el final, hasta la torre de Cronos, donde la brisa de Océano sopla alrededor de las Islas de los Bienaventurados y flores de oro brillan, algunas en árboles espléndidos en tierra, otras sobre el agua. Con estas coronas y guirnaldas de flores entrelazan sus manos siguiendo las enseñanzas de Radamantis, a quien tiene como consejero el Gran Padre, el marido de la Rea, cuyo trono es, sobre todos, el más alto. (Píndaro, Olímpicas II, 61-78).
Próximo capítulo: Viaje al Más Allá 2: Habitantes del Inframundo
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