El viaje comienza donde en realidad todo comenzó. También para el propio autor. En Atapuerca, la cuna donde duermen los orígenes de la humanidad europea, muchos todavía esperando que les vengan a despertar. Habrán de hacerlo generaciones de científicos que un día vayan prolongando la labor de estos Arsuaga, Bermudez y Carbonell que han puesto a la paleoantropología española a la cabeza mundial. En esa Sierra está todo, desde hace dos millones de años en que el primer erectus africano debió de asomar por allí, luego el Antecesor de la Gran Dolina, después los heidelbergensis de la Sima de los Huesos, el neanderthal de la Galería de las Estatuas y nosotros, los cromañón, en el Portalón de la Cueva Mayor, en el Paleolítico y en la Galería del Sílex, ya en el Neolítico, una modernidad para el lugar de hace tan solo un puñadito de miles de años.
Fue a ese santuario, a esa catedral de columnas de estalactitas y estalagmitas donde logré bajar, reptando por gateras bajo tierra, guiado por los espeleólogos del grupo Edelweiss, en compañía de Arsuaga y Pimentel, que entonces era ministro y sigue siendo amigo hoy, y contemplar las tumbas, las vasijas y los grabados, las pinturas de soles, espigas, perros y arqueros de un Miró primigenio mientras nuestros frontales iluminaban las bóvedas, la pileta de recoger agua, el sendero, el contrafuerte para no caer en una sima y, al final, la mina donde sacaban los riñones de pedernal. Pimentel lo contó en “Peña Laja”. Yo aporté una petaca de coñac que tintineaba en mi bolsillo al arrastrarme y que descubrí en el recoveco final a modo de celebración. Alguien dijo: “Esto es como la catedral de Burgos”, que esta bien cerca por cierto, y yo contesté: “En todo caso será al revés”. Vamos, como cuando decimos que Altamira es la “Capilla Sixtina del Arte Paleolítico” como si el “Miguel Ángel” magdaleniense no hubiera vivido miles de años antes y no fuera a él a quien primero se le ocurrió pintar sus bisontes y caballos en el techo de su templo ancestral.
Aquel viaje a Atapuerca fue justo antes de doblar el siglo, en 1999. Había escrito ya Nublares y Juan Luis —ambos nos habíamos reconocido en La conquista del fuego de los hermanos Rosny, como lectura iniciática después llevado a la pantalla, y muy bien, por Jean-Jacques Annaud— me había animado a soñar. Yo lo había arriesgado dando vida literaria a un híbrido de cromañón y neanderthal, Cara Ancha, que luego el ADN iba a decir que sí, que algo del viejo y por muchos compartido sueño de que algo de los “otros” humanos hubiera quedado en nosotros, tenía evidencia de realidad. Sus genes están presentes en una proporción de un 3% en la actual población euroasiática, que es donde convivimos durante no poco tiempo, pues parece que llegamos hace bastante más de 100.000 años y no extinguimos a los neanderthales, porque algo en eso tuvimos que ver, hasta hace unos 28.000-30.000 precisamente aquí, en la Península Ibérica, empujándolos contra los mares del sur. Sus últimos vestigios, Gibraltar y Zamaraya (Málaga) lo proclaman así.
De Nublares nació una saga: El Hijo de la Garza, El último cazador, y en la segunda quise recrear un entierro en aquel primer santuario del Sílex que había tenido el privilegio de contemplar. También escribí La mirada del lobo, para dar cuenta de mi cariño y respeto por el perro, descendientes todas sus razas sin excepción del cánido salvaje, que anudó con nosotros el más inaudito y ancestral vínculo. Que no era estabulación para tener su carne a mano sino de alianza y colaboración. Hasta hoy.
A Atapuerca he seguido volviendo siempre. Y ahora más. Hasta han llevado bisontes, caballos paleolíticos, Przewalski y tarpanes, y uros cerca de allí. Acudir a “Paleolítico Vivo” en Salgüero de Juarros tras recorrer de nuevo los yacimientos y el Museo de la Evolución Humana de Burgos, el mejor del Mundo sin exageración alguna, que guarda, exhibe y explica los descubrimientos, fue una obligación cuando escribía La Canción del Bisonte. La novela comenzó allí. No podía ser de otra manera. Máxime cuando Carbonell me contó además que su grupo de investigadores había dado con lo que había sido la primera gran cacería demostrada del poderoso animal al que los cazadores cromañones habían logrado despeñar en grupo por unos cantiles cercanos. Un capítulo de la novela se escribió en aquella conversación.
El viaje debía y debe seguir, porque de lo contrario de Atapuerca acaba uno por no salir. Con el Errante, el gran chamán, y el Autillo, el huérfano tomado bajo su protección, hay que llegarse sin salir de Burgos a Ojo Guareña, otro gran complejo kárstico de kilómetros de cuevas donde es la roca la que se traga un río y donde un grupo de humanos dejaron impresas sus huellas de ida y vuelta en el barro para la eternidad. Ellos supieron retornar a la luz. Menos suerte tuvo un guerrero de la edad de bronce que murió sin poder encontrar la ruta de salida. Y desde Guareña hay que remontar la Cordillera Cantábrica y pasar al otro lado.
El Manhattan del PaleolíticoDurante la glaciación sobrevivir era una heroicidad. De hecho la vida solo era posible en cotas muy bajas, a orillas del mar, que por cierto se había retraído unos cuantos kilómetros de donde ahora golpea los acantilados, o en los valles más protegidos del interior. La Cornisa Cantábrica se convirtió por ello en un lugar privilegiado, en el sitio de toda la Tierra donde más concentración humana había y donde más innovaciones y adelantos se produjeron, entre ellas la impresionante explosión artística que hoy nos sigue dejando perplejos y asombrados y que hasta en nuestra soberbia nos negábamos a reconocer suponiendo que tales obras de arte no las podían haber realizado nuestros ancestros sin entender que en realidad éramos nosotros mismos hacía tan solo un parpadeo pues eso es en realidad genética y evolutiva lo que dista de aquel ayer. Hoy afirmo yo que no es para nada desproporcionado decir que aquel territorio era equivalente a la concentración de la isla de Manhattan y que aquellos lugares, Monte Castillo, Altamira, Tito Bustillo, Candamo, Armintxe o Ekain son en eclosión vital y humana el equivalente a la Nueva York actual. O sea, la “capital” de toda una civilización.
El hecho, además, de que la retracción del mar, por la extensa ampliación y congelación del casquete polar, permitiera el paso mucho más franco por toda la plataforma literal hizo de la zona un corredor por el cual las poblaciones se comunicaban desde la Francia actual y no es casual que sea la ruta que en la novela eligen el Errante y el Autillo para retornar el primero a su lugar de origen, la mítica cueva de Chauvet, aunque para ello además hubieran de subir por el Garona y luego seguir hacia el este hasta ponerse a tiro de piedra del otro mar, el que ahora llamamos Mediterráneo.
Pero eso es mucho adelantar y vamos a quedarnos en nuestra Cornisa Cantábrica y los lugares de imprescindible visita. El primero al que los viajeros prehistóricos llegan y nosotros podemos elegir como destino es Monte Castillo en Puente el Viesgo, la Montaña Mamut de la novela, en el valle del Pas, al que se llega nada más remontar la cordillera por el Puerto de las Estacas.
Cinco cuevas, al menos, con arte parietal, se abren en las laderas del monte. En ellas están las primeras huellas artísticas de los cromañones, de hace más de 34.000 años y ahora sabemos desde hace unos meses que también de los neanderthal, de 40.000 hacia atrás, son algunos grabados de la Cueva del Castillo. Junto a ella la inquietante La Pasiega, Las Chimeneas, las Monedas y la Flecha. El viajero va a recibir en ese enclave un impacto emocional tras otro, contemplando las manos impresas de nuestros ancestros, sus grabados y dibujos, sus alusiones al misterio de la vida y la fertilidad junto a las figuras de los animales con quienes compartían el territorio: bisontes, uros, ciervos, íbices, rinocerontes y hasta el gigantesco mamut.
No existe, reitero, en ningún lugar del planeta algo ni siquiera similar a esa concentración ni a esa eclosión de vida y despertar humano en aquel momento de la humanidad. Que se manifiesta con igual fuerza y en ocasiones superior en todo el entorno cercano, ya en el esplendor magdaleniense, con la sola evocación de Altamira y aquel genio primigenio de la pintura mundial que pintó los bisonte y los caballos aprovechando las propias protuberancias de la roca para darle un relieve tridimensional. A él he querido rendir tributo de admiración eligiendo para la portada del libro uno de sus “frescos” más logrados. Porque han de saber que se ha demostrado, cuando se reprodujeron todos sus contenidos pictóricos a la “neocueva” que es lo que hoy se puede, y es lo prudente, visitar, que lo “mejor” de Altamira, es obra de una misma mano, de un mismo pintor, del mayor genio plástico de la antigüedad con permiso del otro, de su misma categoría, que milenios antes había creado el panel de los rinocerontes y los leones cavernarios en Chauvet. De parecido nivel y de retorno a España es el caballo Przewalski, emblema y tótem de la cueva de Candamo, en ese camarín en la altura de ese santuario sobre el valle del Nalón. El equino, su posición, su detalle, su precisión y la magia que irradia el lugar impregnará de emoción el ánimo de quien lo contemple con ojos limpios de prejuicios y vanidad
No se quedan atrás, en lo de emocionarnos y hacernos estremecer, muchas otras grutas que pespuntean todo el literal y se abren también a algunos valles asomados a las rías y ríos del interior. Les anoto de obligado cumplimiento Tito Bustillo en Asturias con un guiño a la narración que a una de sus figuras debe un largo pasaje. En sus paredes aparece grabada de una ballena. Quise imaginar que el hallazgo de un cetáceo varado pudo ser un acontecimiento de tal relevancia, entre otras cosas proteína para muchos y en inmensa cantidad, que decidieran plasmarlo en la roca.
Con esos guiños evocadores he querido jugar a lo largo de la narración, con las osamentas neanderthales aparecidas en la cueva del Sidrón, cuyo ADN nos ha permitido saber tantas cosas, entre ellas la ya contada de que algo del suyo ha quedado en el nuestro y que no todo lo de la vieja estirpe se extinguió, con el enclave del Cabo Peñas donde los chamanes acuden a conjurar un temido retorno de la especie a la que se consideraba ya desaparecida y que parece haber vuelto a los bosques. No encontré sitio mejor para un ritual de tierra, aire y mar que aquel y entiendo que a ustedes también les puede valer. Pero es lo dicho, que la Cornisa Cantábrica fue en aquel instante de la humanidad el territorio más luminoso, avanzado y revolucionario de la Tierra. Y lo tenemos ahí, deseando dejarse descubrir.
LOS LEONES VASCOSPudiera sonar a chiste de Bilbao y no deja desde luego de hacer aflorar una sonrisa, pero resulta que los leones cavernarios españoles donde los hemos ido a encontrar ha sido en el País Vasco. He dejado por ello a las cuevas vascas para el final de este recorrido por la Cornisa, siguiendo los pasos del Errante en su viaje de vuelta, mostrando ya su dimensión chamánica y su tótem, el del hombre-león, la fabulosa estatuilla de marfil, aparecida en Alemania y la más antigua escultura conocida del mundo. Estas grutas han conseguido un gran protagonismo, por los importantes descubrimientos de estos años de atrás, tienen al león como emblema. O sea que lo del Athletic y San Mamés va a tener un origen sorprendente, ya ven.
Uno, además, se crió de niño en esas tierras y por ello no ha tenido reparo en dejar en euskera el nombre de algunas de sus grutas, ni el de alguno de sus chamanes lo conservara también. Bela es en vascuence Cuervo y es Bela quien sale a recibir al Errante que ya descubierta su condición aparece ante ellos mostrando su rango y condición.
El león cavernario era el carnívoro más poderoso y temible al que aquellos humanos se enfrentaron. Con más de tres metros de largo y cerca de 1,5 de alzada, unas garras aterradoras y una potencia de mordisco y salto inigualable compitió por el territorio con el hombre. Pero los cromañones tenían el fuego y los venablos y podían matar a distancia. Cuando los dos clanes se topaban quien se hurtaba y procuraba evitar el choque era el de los felinos. Sabían de la mordedura de la llama y de la herida que llegaba por el aire y se clavaba en el costado antes de que su zarpa pudiera alcanzar a aquel ser en apariencia débil que, eso sí, una vez bajo el león ninguna resistencia podía oponer.
La piel de uno de esos impresionantes félidos ya había aparecido en una cueva cántabra, la de la Garma, conservada intacta, junto con los restos de sus tiendas clavadas en su vestíbulo, por un desprendimiento. Pues bien, una de esas tiendas había tenido como alfombra la piel completa de un cavernario. Pero donde se iba a encontrar su imagen presidiendo una gruta iba a ser en el País Vasco, en Armintxe, cerca del actual Lequeitio. Dos leones por falta de uno la señorean y es impresionante sobre todo la figura de uno de ellos, en posición de ataque, cola enhiesta y presto a atacar. Pero otro hallazgo nos ha permitido conocer aún más y mejor al animal. Se produjo en la gruta de Arrikuz. También a causa de un desplome que lo aplastó se tiene hoy su osamenta al completo. Reconstruida con todo detalle permite apreciar su porte, poderío y vigor y los investigadores le han puesto lo que según estudios pudo ser su piel con algún rayado característico. Ambas reconstrucciones, ósea y al completo pueden ahora admirarse en la exposición en el Museo de la Evolución Humana en Burgos, bajo el título “Leones en la nieve” donde le acompañan cráneos de otras especies que compitieron con el hombre entonces, como el oso cavernario, el leopardo, la hiena o el kuon, un gran perro salvaje. Por cierto el león cavernario hallado es en realidad una hembra, una leona. El macho, como sucede ahora en los actuales, era mucho mayor. Para hacernos una idea vendría a ser como uno y medio más que el más grande de los leones africanos. O sea que los 300 kilos los sobrepasaba con tranquilidad.
Junto al león, el MEH ha logrado traer y exponer también la singular pieza, una copia exacta, realizada con toda la precisión científica en Alemania del famoso Hombre-León, con el que el Errante muestra su rango en su paso por las cuevas vascas y cuando llega a la de Chauvet y a la de Trois Frères y reclama su condición de gran hombre espíritu de los primigenios hombres de los clanes del león.
Para el final de este viaje al paleolítico he querido dejar a los neanderthales, a los Primeros Hombres, a aquellos que, fiera y plenamente humanos, nos precedieron en la Tierra y con cuya estirpe acabamos nosotros, más tardíamente llegados de África y más “Oscuros” que así nombran a los cromañones en la novela mientras que estos llaman a los otros “Patas Cortas”, tenían menos alargada la tibia o “Jaros” por el color de su pelo. El lugar mejor para reencontrarnos con ellos es el propio Madrid. Es en el Alto Lozoya, cerca de Pinilla del Valle, donde se encuentra el yacimiento que va a trasformar, lo está haciendo ya, nuestra percepción de los neanderthales. En ese Valle Escondido rodeado por todos los lados de las montañas del Sistema Central, que preside la cima de Peñalara, y es recorrido transversalmente por el río Lozoya se encuentran los abrigos, las cuevas y el santuario, sí el santuario, pues esa condición tiene La Des-Cubierta, la gruta donde se han hallado las pruebas de los ritos, los enterramientos y las creencias de esa hasta ahora menospreciada especie humana a la que hasta se le negaba su plena humanidad. Los restos de una niña, a punto de cumplir los tres años, pelirroja, de un metro de altura, encontrada en una pequeña hornacina de piedra, cubierta de un fuego ritual sobre el que se había depositado como postrera ofrenda un cuerno de rinoceronte, han sido el descubrimiento más trascendental.
Pero allí, bajo aquella plataforma rocosa que domina el centro del valle, hay mucho más. Por ejemplo otra treintena de fuegos y muchas otras cuernas de herbívoros, ciervos, uros, bisontes como ofrendas. O que sus puntas de lanza, al escasear en la zona el pedernal, eran de cristal de roca y brillarían al sol. O todo lo que Baquedano y Arsuaga, sus directores van a empezar a contarnos y he de agradecer de corazón que me adelantaran para documentar mi novela.
Allí trascurre buena parte de la acción narrativa de La canción del bisonte, y es donde se produce la confrontación y de invasión que hace huir a los neanderthales hacia el sur. En su periplo atravesarán otras sierras, primero la de Hontanares, la Negra o de Ayllón después, para llegar luego a los pies de Tamajón, a su Ciudad Encantada, ahora también en excavación y por ultimo llegarán las tierras del Alto Tajo, en su entrada, sobre el pequeño río Salado, donde se abre la boca de Los Casares, yacimiento emblemático también pues ahí hay constancia, primero del paso de los neanderthales, se ha hallado resto óseo, y luego de nosotros los cromañón pues allí están sus grabados, algunos de ellos intrigantes pues Los Casares contiene algunas de las escasas figuras antropomorfas que existen en todo el arte paleolítico. El lugar bien merecería un renombre que, por desdicha, solo alcanzó cuando se produjo a sus pies el terrible incendio que se llevó la vida de once de mis paisanos, algunos amigos personales, alcarreños y que arrasó 15.000 hectáreas por una negligencia criminal. Debían ser Los Casares de obligada visita para quien desee acercarse a los misterios prehistóricos. Hasta hace nada, y con el cuidado y gestión del Museo de Molina de Aragón, era posible la visita que contaba además con la buena explicación de un guía experto y competente. Pero ahora, tomado el control por la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha su primera actuación ha sido cerrarla sin más, impidiendo así contemplar el mayor referente arqueológico de esa época de toda la meseta sur.
Invitación al viajePero no quiero dejar como colofón de estas líneas esta amargura final. Lo que quiero es invitarles a ese viaje al paleolítico español, al que ningún país puede disputar, Francia solo puede aspirar a empatar, esa primacía mundial en yacimientos, riqueza y diversidad. Algunos consejos me atrevo a darles también. La pasión despertada y la demanda para acudir a las cuevas es cada vez mayor hasta que en determinadas épocas resulta complicado conseguir poder acceder a muchas de ellas, pues habrán de comprender que el numero de visitantes está, y esta bien que esté, muy restringido y las condiciones de la visita son muy estrictas para no deteriorar los yacimientos. Sería una atrocidad degradar por nuestra imprudencia, capricho o ansiedad lo que ha llegado hasta nosotros tras decenas de miles de años de haberse logrado preservar. Lo más aconsejable para conseguir el entrar es informarse, a través de las webs y teléfonos, reservar y luego una vez logrado el acceso mantener un respeto total. Es aconsejable también completar la jornada participando en actividades y talleres, por ejemplo de tallado del sílex o pintura mural que suelen ofrecer algunos de los más importantes yacimientos.
Y como postre una cosa más. En determinados lugares como Atapuerca o Teverga, Cabárceno o Boñar tienen también la ocasión de contemplar bisontes, caballos Przewalski, uros y tarpanes al natural que están siendo reintroducidos merced a la tenaz labor del veterinario Fernando Morán, nuestro hombre bisonte nacional, al que por tan loable labor e intención, y como es marca hispana, no pasa día sin que le pongan dos trabas y una zancadilla.
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