Hipnos (siglo IV a.C.).
Al contrario que los héroes de las entradas anteriores de esta serie de viajes al más allá, los hombres corrientes sólo pueden acceder a los secretos del inframundo a través de los sueños. De la mano de Platón y de Cicerón descubriremos a dos soñadores ilustres pero mortales, cuyos sueños autoconscientes han revelado a la humanidad las distintas topografías del Hades. El de un guerrero armenio llamado Er y el de un tribuno romano llamado Publio Cornelio Escipión.
Pero hablemos primero de Sueño, Hipnos, el decimoséptimo hijo de Érebo, que engendró con la Noche, Nix, que según el tercer Himno Órfico es la diosa de las apariciones y de los ocultos trabajos. Por Ovidio sabemos que su morada está cerca del país de los Cimerios y que es una cueva profunda, un monte cóncavo, adonde nunca puede dirigirse con sus rayos Febo. Nieblas mezcladas con tinieblas y crepúsculos de luz dudosa salen del suelo. Allí el gallo no llama a la aurora ni rompen el silencio los ladridos de los perros ni el ganso de más aguda percepción; ni las fieras, ni las bestias, ni las ramas movidas por la brisa, ni los gritos de los hombres producen sonido alguno. A la entrada de la caverna florecen fecundas adormideras y numerosas plantas. Tampoco rechina la puerta al girar el quicio, ninguna hay en la mansión, ningún guardián en el umbral. [1]
Macrobio distingue cinco tipos de sueños según los griegos, el óneiros, el sueño, que los latinos llaman somnium; el hórama, que es denominado visión, uisio; el khrematismós, que identificamos con el oráculo, oraculum; el enypnion, que designamos por ensueño, insomnium; y el phántasma o aparición, uisum [2].
Tanto Homero como Virgilio nos alertan de que al sueño se puede entrar por dos puertas diferentes, las πύλαι ὀνείρων de Penélope (Canto XIX de la Odisea) o las Somni portae de Eneas (Canto VI de la Eneida), una hecha de cuerno, que conduce a los sueños veraces y otra de marfil resplandeciente que nos lleva a los sueños falaces y falsos ensueños.
Por una de esas puertas tuvo que entrar y salir Er, y en este caso todo parece apuntar que entró por la de cuerno a un sueño oracular de verdades inmutables que ha servido de guía a gran parte del pensamiento occidental sobre la condición transcendente del ser humano, pero Platón no nos instruye sobre cuál fue la puerta por donde accedió, y aunque describe el pasaje como un hecho verdadero, en estos tiempos de pesadillas y posverdades siempre nos quedará la incertidumbre.
Pero pasemos ya a la historia de Er y a la de su sueño. Tras ser dado por muerto en la batalla, cuando al decimo día fueron recogidos los cadáveres putrefactos, Er fue hallado en buen estado, y cuando sus familiares lo pusieron sobre la pira funeraria despertó de su khrematismós y contó lo que se le había revelado durante su muerte aparente. No es pues un sueño ortodoxo, más bien una resurrección. Sus efectos y alteración temporal propia del mundo onírico (vivió dieciséis días celestes en tan sólo diez días terrestres) nos permiten catalogarlo dentro de la historia de los sueños y su relato fue el siguiente:
Cuando su alma había dejado el cuerpo, se puso en camino junto con muchas otras almas, y llegaron a un lugar maravilloso, donde había en la tierra dos aberturas, una frente a la otra, y arriba, en el cielo, otras dos opuestas a las primeras. Entre ellas había jueces sentados que, una vez pronunciada su sentencia, ordenaban a los justos que caminaran a la derecha y hacia arriba, colgándoles por delante letreros indicativos de cómo habían sido juzgados, y a los injustos los hacían marchar a la izquierda y hacia abajo, portando por atrás carteles con lo que habían hecho. […] Una vez juzgadas, las almas pasaban por una de las aberturas del cielo y de la tierra, mientras que por las otras dos subían desde abajo de la tierra almas llenas de suciedad y de polvo, en tanto que por la restante descendían desde el ciclo otras, limpias. Y las que llegaban parecían volver de un largo viaje; marchaban gozosas a acampar en el prado, como en un festival [3].
Los guardianes del interior de la tierra eran hombres salvajes y de aspecto ígneo que mantenían a las almas arrojadas al Tártaro, encadenadas de pies y manos.
Después Er describe cómo las almas, una vez cumplido su castigo o recompensa de mil años de duración, se ponían de nuevo en marcha hasta los dominios de Ananké (la Necesidad), la inevitable diosa, anterior incluso a Cronos, que envolvía y contenía el universo entero. Una fuerza primordial y también nuestro destino.
La descripción de la estructura el universo ubica el trono de Ananké en el centro de un haz de luz pura que comunica y mantiene unidos cielo y tierra.
A modo de inventario, las Moiras tejen para la red de su madre Ananké todo lo que vemos, olemos, tocamos, pensamos, soñamos, leemos, escuchamos, sentimos, imaginamos o degustamos. Todo queda registrado. El olvido es lo que nos separa de la locura y el caos.
Allí las almas elegían por sorteo su nueva vida instadas por Láquesis. Almas efímeras, decía, éste es el comienzo, para vuestro género mortal, de otro ciclo anudado a la muerte. No os escogerá un destino, sino que vosotros escogeréis vuestra fortuna.
Las vidas futuras que les fueron presentadas ante ellos eran diversas. Er cuenta cómo Orfeo eligió reencarnarse en un cisne, Agamenón en un Águila, Epeo, el feacio hacedor del caballo de Troya, en una mujer artesana o Ulises, con la ambición abatida por el recuerdo de las fatigas pasadas, eligió el modo de vida de un particular ajeno a los cargos públicos.
Una vez que todas las almas hubieron escogido su modo de vida […] marcharon todos hacia la llanura del Leteo (el río del olvido que nace en la cueva de Hypnos), a través de un calor terrible y sofocante, por una planicie desierta de árboles y de cuanto crece de la tierra. Llegada Ia tarde, acamparon a la orilla del río cuyas aguas ninguna vasija puede retenerlas. Todas las almas estaban obligadas a beber una medida de agua y tras beber se olvidaban de todo. Luego se durmieron, y en medio de la noche hubo un trueno y un terremoto, y bruscamente las almas fueron lanzadas desde allí —unas a un lado, otras a otro— hacia arriba, como estrellas fugaces, para su nuevo nacimiento. A Er se le impidió beber el agua; por dónde y cómo regresó a su cuerpo no lo supo, sino que súbitamente levantó la vista, y al alba se vio tendido sobre la pira.
Oh, Ananké, tú que transformas lo literal en metafórico y lo sucesivo en simultáneo, acógeme en tus brazos y concédeme la doble visión para gozar como Er, del cosmos sin veladuras.
1 OVIDIO. Publio Nasón, Obras Completas. Metamorfosis. Trad. Antonio R. Verguer y Fernando Navarro. Madrid. Espasa. 2005 pp 1287-1289
2 MACROBIO. Comentario al Sueño de Escipión. Trad. Jorge Raventós Barlam. Madrid. Siruela 2005 Libro 1, 3 2-7
3 PLATÓN. Diálogos IV República. Trad. Conrado Eggers Lan. Madrid. Editorial Gredos. 1988 pp 486-497
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