Foto de portada: Francisco J. Sánchez Montalbán.
Aunque llegarán nuevas ficciones, ensayos y poemas, siempre exigentes en el estilo y sin ignorar al lector, pocas veces como esta se puede certificar que un autor sabe que el libro que acaba de publicar es el de su vida. Circular 22, de Vicente Luis Mora, es la gran obra que ha estado escribiendo durante 25 años. Con dos versiones, de 2003 y 2007, ahora culmina en esta edición de Galaxia Gutenberg una novela que enhebra, vibra y cuestiona el mundo, nuestro mundo contemporáneo.
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—Circular 22 es un libro muy ambicioso y que refleja muy bien quién eres.
—Lo segundo no te lo puedo responder porque eso depende de quién me conozca. Sí que he pretendido que fuera ambicioso porque he volcado no solo 25 años de trabajo real, sino mucho pensamiento sobre lo que creo que debo hacer yo. Supongo que todos los escritores hacemos una reflexión sobre cuál es nuestro papel en este tiempo. Le he dado muchas vueltas a cuál debe ser el tipo de literatura que considero más interesante para este momento y para esta época. Y Circular 22 es un poco la respuesta a la pregunta que he formulado.
—La novela atesora una compleja arquitectura narrativa, pero al mismo tiempo atractiva al lector con una mezcla de diferentes géneros desde el falso diario del final a la poesía, fotografía, ensayo o aforismos. ¿Desde el principio del proyecto sabías que ibas a incluir distintos elementos?
—El libro ha ido cambiado. En 25 años da tiempo a ser muchas personas y a tener diferentes concepciones de la práctica literaria y artística. Al principio tenía una idea muy localizada en Madrid, una ciudad muy abierta y cosmopolita. Ya desde el inicio se define a Madrid como una imagen a escala del mundo, pero conforme ha ido avanzando el proyecto pensé que por qué había que trabajar con maquetas si podría trabajar a escala real.
El planeta, entendido como territorio narrativo y literario, comenzó a interesarme cada vez más y pensé que el libro debería internacionalizarse para hacerlo más universal.
Ahora refleja más mi idea de lo literario como un imaginario universal, de diferentes tradiciones, lenguas y perspectivas, que es mi especialidad y mi campo de trabajo profesional como profesor de Literatura Española. En realidad tampoco lo veo contradictorio porque nuestra literatura está hecha de influencias, de sustratos árabes en las jarchas, de la italiana en el Renacimiento, está impregnada de la francesa del siglo XIX e irradiada por la anglosajona del XX. Es decir, nuestra literatura es un crisol de culturas, de lenguas. Por eso creo que este libro también responde a ese principio acrisolador.
—El libro atesora una clara vocación nómada. Córdoba, de donde eres. Málaga, donde vives. Y otros lugares donde has residido como Marrakech, Alburquerque (Estados Unidos), Estocolmo o algunos de tus viajes a Asia. ¿Hasta qué punto ese nomadismo se complementa o se alimenta con tu estilo literario?
—El nomadismo, ya lo están apuntando algunos críticos, es una de las claves estructurales, y también estéticas, del libro. Mi periplo personal y nomadismo extraterritorial ha influido en la novela, pero también lo ha hecho a la inversa. Al darme cuenta que el marco madrileño se quedaba demasiado estrecho también me dejé permear por influencias más allá de lo europeo y occidental. El resultado es una interrelación de culturas, vertebrando o imbricando literaturas diferentes y aprendiendo un poco de ellas, como si tuviera autonomía respecto a mí como autor.
Circular 22 actúa como una especie de pulpo y sus tentáculos van adquiriendo géneros literarios, estilos y lenguajes que no son ni siquiera humanos. A veces son de la naturaleza y otras de la tecnología. Y con todo eso se construye una estructura nomádica que está atravesada de multitud de desplazamientos informativos, estéticos, literarios y cualquiera que se nos pueda ocurrir.
—¿Crees que esa acumulación de materiales puede crear una cierta sorpresa al lector y provocar incluso perplejidad? En alguna entrevista has animado a que no se haga incluso una lectura lineal.
—Ninguna de mis novelas es convencional, pero esta es lo menos que cualquier otra.
—Centroeuropa (Premio Málaga de Novela 2020) sí es la más convencional.
—Lo parece. Está escrita con un modelo experimental y matemático. Circular 22 ni lo es, ni intenta parecerlo. Es una novela que persigue la participación activa del lector, que no sea acomodado. Eso le puede dar una mayor satisfacción porque cree que puede estar construyendo su propia lectura. Yo le animo a que lo haga en dos sentidos. En primer lugar, dándole la libertad para que lea la novela como quiera. Y segundo: la libertad total de saltarse aquellas piezas que empiece a leer y no le convenzan, con las que no se sienta cómodo y las aparte, o las posponga para después.
Me gustaría que el lector tomara el libro como una especie de guía o itinerario, como si estuviera visitando una ciudad extranjera dijera: “Por esta calle iré hoy; y mañana por otra y voy casi azarosamente a la aventura”. No me gustaría un libro en el que el lector tuviera que ir recorriendo, de modo agotador, en el orden que he propuesto. El orden es uno y luego el lector será quien decida por dónde empieza y por dónde acaba, si se guarda alguna pieza para después y como me dicen algunos amigos, que no quieren que termine. Han leído una parte y quizá en las vacaciones relean o lean otras cosas. Eso me gusta: que sea un libro que acompaña en vez de una lectura obligatoria.
—Circular 22 me recuerda también a un capítulo de la serie Black Mirror en el que el espectador puede elegir cómo quiere que se desarrolle o termine el episodio.
—Ese episodio no lo he visto. En realidad el libro no tiene un final per se porque tampoco tiene un argumento. No hay un cierre de la historia porque tampoco en ningún momento se abre. Es un recorrido por el que uno entra, que se puede cerrar por la última página, pero también por cualquier otra. Esa idea también me interesa: una idea que no tiene final. Luego me he dado cuenta que eso se puede hacer de dos formas: escribiéndolo toda mi vida o generando una estructura no cerrada y que sea el lector el que le dé el término que estime conveniente.
—¿Podría la novela llevar una vida paralela, no digo un hipotético Circular 32, sino con una web o una app gracias al hipervínculo, las citas y las fotografías y que te vayas a todas las ciudades que aparecen?
—Estuve explorando con una amiga editora la posibilidad de crear un libro geoposicional en Internet. El problema es que la inversión es muy cara si se quiere hacer bien. Se puede hacer mal y barato, pero para hacer una edición digital a la altura de la que ha hecho Galaxia Gutenberg estamos hablando de una cuantía muy importante de diseño gráfico y soporte tecnológico. Habría que contratar a una empresa especializada y, por desgracia, no dispongo de ese dinero. Sí que me gustaría intentarlo en futuro si hubiera posibilidad o se abaratase la tecnología. Siempre he pensado que esa vertiente en la Red me permitiría hacer cosas que el formato libro no puedo hacer, como aportar vídeo y desarrollar piezas grabadas. Eso requeriría una actitud perfomática por parte del lector, pero ahora mismo carezco de los medios.
—Quizá con algún patrocinador o algún mecenas sí sería factible.
—Ahí lo dejamos por si hay alguien interesado.
—Has comentado que Circular 22 no tiene argumento. ¿Hay que abominar de los escritores que dicen “yo cuento historias” y en realidad no escriben literatura?
—Creo que no hay abominar de nada, salvo de aquello que está hecho sin cuidado, sin conocimiento y sin cariño. Con cuidado me refiero a esmero en la realización de la obra, formación a la hora de escribir de lo que estás hablando. Y luego cariño en el sentido de que el lector aprecie que de verdad el autor ha puesto lo mejor de sí con el máximo afecto para culminar la obra. Esto se nota mucho cuando uno lee la novela de otra persona. Hay espacio en nuestro tiempo y en nuestro mercado para cualquier tipo de novela: las convencionales, las comerciales, aunque a mí no me interesen nada.
Si hay novelas para lectores que lo único que quieren es ser entretenidos, eso me parece muy bien. Me alegro de que existan, porque algunas editoriales obtienen beneficios con ese tipo de libros que luego permiten publicar a otro tipo de autores. Lo que sí me gustaría es que de verdad hubiera espacio para todos, incluyendo obras y líneas de trabajo menos convencionales, arriesgadas y más innovadoras o experimentales. Habiendo espacio para todos, yo creo que no sobra ninguna.
—Quizá no hay tantas editoriales que estén en esa línea en medio de un océano de novedad que apabulla.
—Creo que hay bastantes, pero es verdad que cuando empiezas a nombrar las que publican literatura digna del nombre, te das cuenta de que corres el peligro de olvidarte de bastantes. No de una o dos. Creo que es un buen ejercicio nombrarlas para darnos cuenta de la riqueza editorial que tenemos. El problema es otro: la visibilidad que tienen frente a otras que acaparan gran parte del espacio mediático y de las librerías y parte de la atención del público y de los lectores. Esa descompensación brutal que hay entre las editoriales que hacen literatura de calidad y las pocas, pero increíblemente potentes desde el punto de vista económico, que consiguen acaparar los canales de distribución, los espacios de exposición y sobre todo la cobertura mediática. Hay editoriales y escritores buenos, el problema es que muchísimos lectores no llegan a enterarse de que esas novedades valiosas existen y ese es un problema con el que no es nada fácil luchar.
—Volveremos luego a Circular 22, pero siguiendo el hilo de esta conversación, los prescriptores de los libros están cambiado: ni los suplementos culturales, tampoco los blogs (aunque el tuyo, Diario de lecturas, tiene un nicho de un lector fiel), ni siquiera las redes sociales, digamos clásicas, como Facebook o Twitter o la más reciente popular: Instagram. Ahora TikTok es lo fundamental. Con esos referentes, ¿cómo diferencia el público el mero entretenimiento de lo que tiene calidad?
—Aquí tengo que hacer una crítica. Cuando surgió Internet y empezamos a crear blogs de crítica literaria, pensamos que era un buen medio para crear espacios de prescripción alternativa, porque los suplementos culturales acaparaban demasiado atención con respecto al tipo de crítica literaria que se podría realizar. Vimos Internet como una saludable alternativa con formas más interesantes y más abiertas. Lo que no tuvimos en cuenta es que eso pudo propiciar la aparición de un infinito conjunto de cantamañanas que sin darse cuenta estaban y están reproduciendo, como la voz de su amo, el aparato publicitario y propagandístico de las grandes editoriales corporativas. Eso es lo que no vimos venir. Gente tan tonta que repitiera como un altavoz lo que la propaganda mediática ya estaba avanzando por su lado en vez de convertirse en una alternativa.
Ahora nos encontramos con una gran cantidad de influencers o personas con gran alcance cibernético que lo único que hacen es repetir lo que dicen las agencias de prensa de las grandes editoriales sobre los mismos libros que publican estas multinacionales, con lo que no solo consiguen tener los canales tradicionales: tienen la atención de los medios y ahora encima tienen a numerosos agentes libres trabajando para ellos gratis. Es un sueño perfecto. Su mensaje publicitario cala en el inconsciente de las personas que no tienen criterio literario propio y los acaban convirtiendo en agentes individuales que van repitiendo por doquier su mensaje: les envían los libros gratis, se sienten respaldados y se creen que es porque tienen una opinión cuando la opinión no tiene nada que ver con el hecho de tener una voz y un espacio para emitirla. El resultado es que la confusión se ha acrecentado todavía más y los espacios alternativos siguen siendo minoritarios en vez de haber encontrado un espacio donde tener campo.
—Faltan youtubers o tiktokers que radiografían libros de calidad. Entonces, existe un mercado.
—La cuestión es que no debería mirarse como un mercado, sino como un espacio libre de mercantilismo, que es algo muy distinto. Ya lo dije en mi ensayo La vida de la imaginación. Yo no estoy en contra del mercado. Publico mis libros en editoriales que están en el mercado. Si este mercado estuviera bien regulado y hubiera igualdad de condiciones para todos permitiría que los lectores tuvieran acceso a multitud de obras muy diferentes entre sí. El mercado editorial no es el problema. El problema es cómo se gestiona ese mercado. El problema es el mercantilismo que consigue que gran parte de ese espacio esté ocupado por novedades de tipo comercial hechas no para ser leídas, sino para ser consumidas, y escritas no para hacer arte además de entretenimiento, sino para hacerlo barato, intercambiable y, desde mi punto de vista, absolutamente insustancial.
—España no es una isla. ¿Hacia dónde está avanzado el mercado editorial en el resto de Europa o Estados Unidos?
—Es verdad que no es una isla, pero no se puede negar que en otros países la literatura de calidad está más respaldada y tiene más espacio mediático. El clásico ejemplo de Francia sigue siendo válido, pero igualmente, sin alejarnos de la literatura en español, países como México y Argentina sí saben respaldar, e incluso desde las estructuras oficiales saben distinguir perfectamente a quienes pueden ser escritores bestseller o superventas de aquellos autores que de verdad son la riqueza cultural de la nación.
En España hay una confusión absoluta en las personas que detentan cargos culturales, ya sean locales, provinciales, regionales, nacionales o internacionales. Prefieren hacerse la foto con un autor súperventas que con un autor de prestigio, porque piensan que así llegan a más gente. Y los organizadores culturales también utilizan a esas personas de los súperventas, bajo la creencia de que así se lleva gente a los actos, pensando que la cultura no es cualitativa. Como decía [el crítico literario] Eagleton, «el sarampión también le llega a mucha gente”, pero la finalidad de la cultura no es la de un virus. Debe ir creciendo, tejiendo conocimiento y creando un imaginario cultural realmente digno del nombre, y no tiene que ser una captadora de clientes que simplemente asistan a actos masivos porque sus protagonistas aparecen en las televisiones. Eso será espacio de otros entornos comunicativos, pero la literatura no debería ser así y desde las instituciones culturales no debería haber ese modelo cultural, porque no lo es. Es un modelo de celebridades, de famoseo literario que no corresponde a lo que secularmente ha propuesto la literatura y considera como valioso.
—Volvamos a Circular 22. ¿De verdad crees que si hubieras aprobado las oposiciones a juez en los 90 no podrías haber escrito esta novela?
—Si hubiera ido por ese camino quizá sí hubiera podido publicar el primer Circular, que escribí en las oposiciones, y quizá eso explique por qué no las aprobé. Pero este Circular 22 no es una cuestión de tiempo libre. Es una cuestión de mentalidad. Creo que si me hubiera metido con una vida funcionarial desde muy joven habría carecido de las vivencias y de la libertad personal y estética para hacer un libro como este. No quiere decir que cualquier trabajo lo impida. Quiero decir que el hecho de haber ido variando de trabajos durante mi vida, con cosas muy diversas y en países muy diversos, me ha hecho crecer como persona y ese incremento me ha permitido vislumbrar un tipo de creación como la de Circular 22. No es un determinismo profesional.
Claro que se puede escribir siendo juez, como hicieron Néstor Luján o Juan Perucho, pero si me hubiera involucrado en una lógica de no poder viajar ni poder moverme porque tener un trabajo fijo en una localidad española, no hubiera crecido en experiencias nómadas y extraterritoriales que me han dado otra visión del mundo, que me han hecho distanciarme de la literatura española y me han obligado a vivir en otras lenguas y otros países. Esas experiencias te dinamitan la cabeza, y una vez que las tienes no puedes ser ni la misma persona ni escribir igual que antes. Tienes una visión diferente, ni es mejor ni es peor; es distinta.
—Antonio Soler ha comentado varias veces que nunca quiso ser un escritor de fin de semana.
—Yo lo entiendo perfectamente. Hay veces que lo he intentado y ha habido épocas de mi vida que he conseguido tener varios años enteros dedicados a leer y a escribir. Tal y como están las cosas hoy, es una gran suerte. Espero en un futuro tener también épocas así. La cuestión es que la escritura debe ser una experiencia que atraviesa toda tu vida, y hay algunas profesiones en la que no solo por sus horas de trabajo al día, sino por la responsabilidad que conllevan, como ser juez, no sé hasta qué punto pueden acabar afectando o conformando incluso demasiado tu experiencia literaria. No tengo una conclusión clara, porque no lo he sido, pero quiero decir que el haber tenido esta libertad y este movimiento entre países y lenguas me ha permitido ser una persona diferente a la que hubiera sido de haber aprobado las oposiciones.
—Durante 25 años lo has apuntado absolutamente todo. ¿Cuántos meses llevas sin hacerlo?
—Desde el pasado mes de mayo, cuando puse el punto final a la novela.
—¿Y cómo han sido esos seis meses? ¿Te sientes extraño?
—Bueno… Circular siempre me ha dejado tiempo para otros proyectos literarios. Tampoco era una cuestión obsesiva. La obsesión llegaba cuando ya me ponía a trabajar en el libro, pero no era algo continuo. Sí es verdad que me siento un poco raro porque estoy teniendo ideas que estoy dejando pasar, ni siquiera las apunto por si acaso. Ahora voy por la calle y me fijo en cosas de las que, si siguiera en Circular 22, tomaría nota y al llegar a casa, por la noche o el fin de semana, escribiría sobre ellas.
Esa captación la sigo teniendo porque yo creo que es constitutiva de los narradores y también de los periodistas, ese ojo avizor para captar detalles. Lo que sí ha desaparecido es esa obligatoriedad autoimpuesta de tener que verterlo en el papel. Eso es lo que me tiene un poco raro. No sé si con el tiempo acabará produciendo también una disminución de este tipo de observación.
—¿No tienes un diario?
—No, tengo cuadernos de escritura en los que caben notas del libro que voy leyendo. También poemas o aforismos. Va todo como una continuación. No descarto algún día publicar el cuaderno como muestra del proceso creativo de cómo me van sucediendo las cosas.
—¿Escribes el cuaderno todos los días?
—Por desgracia no. Ahora que estoy sobrecargado de trabajo se puede alimentar dos veces al mes. Antes se podría alimentar una vez cada dos o tres días, dependiendo de las épocas. Cuando viajo escribo varias veces al día.
—En la novela comentas una anécdota en el aeropuerto de Los Ángeles, cuando unos niños te ven raro escribiendo en un cuaderno en vez de con el portátil.
—Cuando escribo en un cuaderno sé que es para escribir literatura. En el portátil puedo estar contestando un correo electrónico, haciendo una búsqueda o con un artículo académico. De hecho, el ordenador lo identifico más con el trabajo, incluso cuando paso la escritura a limpio. Para mí la creación siempre va ligada a un cuaderno y a un bolígrafo, una pluma o un lápiz de punta fina que me lleve al movimiento y a la inscripción sobre el papel. Son como dos compartimentos mentales que me ayudan a distinguir muy claramente qué estoy haciendo en cada momento.
—¿Has apuntado cuántos yoes están en Circular 22? Hay algunos que están enmascarados dentro de otras voces. Incluso has eliminado, de manera deliberada, tus referencias autorreferenciales, huyendo de la autoficción. ¿Por qué los has suprimido?
—Por un hastío de ese género que no existía cuando empecé a escribirlo, que no es que fuera un género nuevo pero no estaba tan transitado, esta plaga autobiográfica y autoficcional me ha producido tanto cansancio lector que me aterraba producir ese mismo cansancio a mis lectores. Lo he desactivado por completo, salvo en el capítulo “Travesía de la Roca”, donde la Policía me detiene a mí o alguien con mis iniciales y con un síndrome de Diógenes, rodeado totalmente de basura. Esto es una metáfora de cómo está hecho el libro. Salvo esa autoficción que es fantástica, alocada o simplemente paródica, en realidad he pensado que tampoco le añadía sustancialmente nada al libro. Es mejor que las piezas de todos esos yoes no necesariamente tengan que identificarse con alguien.
—Dime una novela española en la que haya funcionado bien la autoficción.
—Negra espalda del tiempo, de Javier Marías. Abre un antes y un después en la narrativa española respecto a este género. Creo que Marías lo hace muy bien, pese a que haya algún rastro de exhibicionismo o egocentrismo, lo sublima y transciende; lo lleva a un territorio de búsqueda y experimentación que me parece muy interesante.
—¿Y en el plano internacional?
—Hay una obra de Peter Handke que se llama Desgracia empeorable. Es un viaje que hace a Estados Unidos relacionado con la muerte de su madre y hay parte de su padre como Paseo por la Sierra de Gredos que también está en esta línea. Al igual que Marías, transciende su experiencia personal para hacerla universal y para ofrecer algo al lector de cualquier realidad que pueda hacerla suya.
—¿Crees que el ego es imprescindible para escribir un libro?
—Ese es un mito del cual no estoy del todo seguro. ¿El cocinero hace su cocina por ego? ¿El carpintero hace sus muebles por ego? ¿La farmacéutica hace sus fórmulas por ego? No creo que tenga que estar tan vinculada la práctica, incluso la estética, con el exhibicionismo de un yo. Porque si ese yo no aparece en realidad no se está haciendo ningún ejercicio de egocentrismo. En una novela como Centroeuropa, donde no hay ni un solo rastro de mí, ¿dónde está el ego?
—En realidad se trata de estar seguro de uno mismo.
—Claro, en todas las profesiones uno tiene que estar seguro de uno mismo. Eso va de suyo. A eso aludía antes con la seriedad y el conocimiento y la formación a la hora de hacer tu trabajo. Parte del trabajo de la persona que escribe es que tiene que estar segura que es lo mejor que puede y sabe hacer. No lo considero como un acto de exhibición pública. Es algo que se hace para otras personas, en este caso para los lectores. Creo que lo actos de exhibicionismo son más bien para uno mismo. El ego no acabo de verlo. Es un mito tan extendido como apresurado el que se necesita un gran ego para escribir un libro, no más del que se necesita para construir un hospital o para fabricar un vehículo.
—En este cuarto de siglo, tú mismo has evolucionado. No eres el mismo Vicente Luis Mora que empezó Circular en 1994. Antes eras más introvertido o más localista, quizá. ¿En qué has cambiado?
—En varias cosas. La novela me ha hecho más observador, más abierto, más receptivo y en consecuencia más tolerante. Esa experiencia obsesiva de captación de los demás resulta un ejercicio de apertura, de entender, de empatía, de escucha y de comprensión del resto de las personas. Me ha hecho estar más atento, alerta e informado. También he tenido que estudiar más y volverme también más receptivo a otras formas de entender el mundo.
—Después de una obra tan capital como Circular 22, ¿cómo te planteas tus próximos proyectos? Has relatado antes el caso de Javier Marías. Él decía que no le servía la experiencia de sus anteriores novelas, que cada vez parecía que empezaba de cero.
—Ahora mismo estoy en una novela con la que siento gran inseguridad. A la debida distancia de la calidad de Marías, me siento afín a esa incertidumbre que él menciona. Hasta cierto punto, tampoco estaría cómodo si no estuviera incómodo. Es decir, si estuviera demasiado confiado de que lo que intento hacer lo puedo hacer sin dificultad creo que en realidad no estaría haciendo nada. Estaría repitiéndome o repitiendo lo que han hecho otras personas, y es algo que a mí como escritor no me interesa en absoluto. Necesito la desestabilización porque es mi único lugar estable de trabajo. Es el único sitio donde me acuerdo de que soy escritor y de que estoy obligado a sortear los obstáculos y encontrar una fórmula para salir adelante. Y si no es bajo la incertidumbre no me parece que me lleve a ningún sitio de interés.
—Hay que convivir con la incertidumbre, pero también que no haya un terremoto en tu vida.
—Si hiciera falta, no me importaría. Por hacer bien mi trabajo estaría dispuesto a cualquier precio personal que eso me conllevara. Hay que afrontar cualquier cosa que te puede llevar la experiencia adquirida. Ahora mismo no hay problema, pero no habría problema si hubiera un problema.
—Para ti el componente emocional siempre está subordinado a la razón en tu literatura. ¿Seguirás en esa línea?
—No lo sé. Me descoloca un poco la pregunta porque no pienso en esos términos. Que haya cierta ‘cerebralidad’ no creo que sea incompatible con bastante emotividad cuando considero que la obra lo está pidiendo. Es verdad que hay gente que me dice que soy bastante racional escribiendo. Si es un delito, que me detengan [risas]. Tampoco creo que sea un delito demasiado grave. Es que al final escribir siempre tiene un componente racional. Tú puedes hacerlo en un momento dado dejándote llevar por tus emociones, pero la escritura no termina así. La escritura empieza ahí. Y luego hay muchas revisiones, y en ese momento intervienes casi más como crítico literario que como autor.
—¿Eres el peor crítico de ti mismo?
—Soy bastante exigente. Parte de la exigencia es previa a la escritura. Es lo que te comentaba antes sobre descartar ideas. Ese es el primer ejercicio crítico y autocrítico. Decirte a ti mismo: oye, cualquier ocurrencia o chorrada que se te pase por la cabeza no tiene que llevarte a escribirla o conducir a una obra literaria… y mucho menos a un libro publicado con la cantidad de obra que ya hay. Sin exageración ninguna puedo escribir una de cada 1000 ideas. Y publicar muchas menos. Tengo varios libros escritor en mi ordenador que no van a ver la luz. De momento no funcionan o no están a la altura y estoy ahí esperando a ver si tienen salvación o le doy a suprimir.
—¿Has tirado a la papelera alguna obra inédita y sin publicar?
—Claro, libros enteros. Parte del proceso de escritura es ese: equivocarte y aceptar que te has equivocado. El reconocimiento del error es luego la única forma de distinguir del acierto.
—¿No salvas algún capítulo que te puede servir para otros libros?
—En rarísimas ocasiones, si consideraba que alguna parte pudiera funcionar aislada, esa parte al final ha acabado en Circular 22. Hay varias piezas o fragmentos de obras que provienen de obras fenecidas hace tiempo.
—Ahora se ha acabado el comodín de Circular.
—Sí, sí [risas].
—La poeta Virginia Aguilar, tu pareja, es tu primera lectora.
—La labor de Virginia es fundamental. No solo es la primera lectora, sino es una de las lectoras más inteligentes que me encuentro siempre. Lee muy bien y tiene otra virtud: el cariño no le impide ser crítica; todo lo contrario. Es consciente de que fuera hay muchos cuchillos esperando la salida de los libros y digamos que si tiene algo que decirme, me lo dice. Para mí es una opinión valiosísima. Y luego las opiniones de Joan Tarrida, el editor, y de los correctores de la novela a veces te ofrecen perspectivas y variantes que te pueden ayudar a repensar algunas cosas y me parecen fundamentales a la hora de escribir, por mucho conocimiento que se tenga del idioma español. Y de vez en cuando, si tengo algunas dudas con un libro, se lo doy a Javier Fernández, que es amigo mío y editor. Y si Javier y Virginia me dicen que el libro no está, o lo reescribo o no lo publico.
—¿Cuándo supiste que había acabado ya Circular 22? Cuenta tu reunión con Antonio Garrido Domínguez, catedrático de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada de la Universidad Complutense, en Madrid en 2018.
—Él me dijo que debería retomarlo. Su recomendación no cayó en saco corto. Habían pasado ya muchos años desde Circular 07 y era momento de tomárselo en serio y recuperarlo. También es verdad que me preocupaba mucho la dificultad para encontrar un editor valiente para este libro. Y cuando ya publiqué Centroeuropa en Galaxia me di cuenta que el editor sería Tarrida. Cuando él aceptó la novela para mí fue un día muy feliz. Me di cuenta de que estaba en el sitio correcto.
—¿Te dio alguna indicación el editor de Galaxia?
—No me ha dicho de quitar nada. Tarrida me ha dado siempre libertad absoluta para incluir en el libro lo que quisiera. Le pregunté que si algo sobraba y me preguntó si yo estaba contento y sí, lo estaba.
—¿Descartas por completo un Circular para dentro de una o dos décadas?
—A estas alturas uno no descarta nada, pero sí lo veo improbable. Llega un momento en el que piensas si estás enriqueciendo o engordando el libro. Y la segunda posibilidad me aterra. Es decir, a lo mejor en una reedición futura del libro, si se produce, quizá haya alguna pieza nueva que yo pueda considerar que es inexcusable que esté, pero seguramente se haría a costa de otra. Hay algunos fragmentos de la versión de 2003 y de la de 2007 que se han caído por el camino porque me he dado cuenta que no estaban a la altura. Lo que sí tengo claro es que el libro no va a seguir creciendo toda la vida, indefinidamente, como yo pensé en un principio. Es que ya ha pasado toda una vida.
—Explica la inclusión de un diario, llamado Derb, dentro de la novela.
—En realidad Derb es un falso diario, un proyecto de escritura en tiempo real que refleja la exhaustividad que no quiere reflejar la verdad exterior. Todo diarista está posando, al menos todo aquel que lo publique. Otra cosa es que exista algún escritor antiguo que escribiera solo para sí mismo, que prohibiera a sus familiares que lo publicaran y aún así al final se le haya traicionado. Yo creo que un escritor que muere dejando un diario escrito sin quemarlo en realidad contempla la posibilidad de que se vaya a publicar, pero en este caso, como he estudiado el género autobiográfico quería plantear, después de tantas páginas de ficción, qué podría ofrecer más al lector pero desde otra perspectiva diferente. Por eso ofrecí una falsa verosimilitud. El lector cree que va a cambiar de registro y cuando se quiere dar cuenta ya tiene otra vez la ficción y no sabe ni cómo ha llegado ahí.
—En Derb aparecen frases como esta: “La escritura como primer acto del día. Antes de cualquier acto de alimentación, higiene o trabajo. La literatura como lo primero, como aquello que harías si solo pudieses hacer una cosa”. ¿Ese eres tú?
—Sí. En otros momentos, no solamente en frases como esa, hay frases con las que me podría identificar, pero también hay otras ideas que son contrarias a las que yo pienso. La ficción no es contar tu verdad, sino contar cosas, con independencia de si son verdad o no. Tú lo has subrayado porque parece mío, y en realidad lo es, pero en esa misma página quizá haya dos o tres cosas que no se me pueden adjudicar.
—¿Hasta qué punto sigue siendo determinante tu vocación literaria?
—Es absoluta. Ahora, tras mucho esfuerzo, he conseguido un trabajo que no me impide recordar que soy escritor [acaba de lograr una plaza de profesor contratado doctor en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Málaga]. Doy mis clases de Filología y a veces tengo la tentación de explicarles a mis alumnos las posibles razones que han llevado a ese escritor a tomar esta decisión concreta porque conozco cómo funciona el mecanismo desde dentro. En mi trabajo no tengo que hacer del todo una disyuntiva ni olvidarme de que soy escritor para poder hacerlo, pero eso es estructural.
En mis sueños tengo ideas literarias y antes de salir de la cama pienso si tengo que escribirlas o no. A veces al acostarme, cuando ya estoy relajado, me vienen cosas y también tengo que elegir si descarto o no. Casi siempre las descarto, pero más de una noche me levanto y me pongo a escribirlas con el consiguiente déficit de sueño. Soy escritor todo el tiempo, incluso cuando sueño, y luego no dejo de fabular ni de producir historias. Lo único que pasa es que parte del trabajo como escritor es descartar aquellas que no merezcan la pena.
—¿Y necesitas horario y disciplina?
—Depende de lo que escriba. La poesía y el ensayo no necesitan mucha disciplina. En la novela sí. Escribir una novela es un problema. Hay veces que he cambiado de trabajo única y exclusivamente porque ese empleo no me permitía desarrollar mi trabajo de novelista. Ese fue uno de los motivos por los que abandoné la gestión cultural: es un trabajo muy exigente, donde no hay horas, y se introduce muchísimo en tu vida privada y en tu tranquilidad mental porque estás siempre disponible. Y la novela también te exige esta disponibilidad.
Tú no puedes tener dos trabajos de absoluta disponibilidad: se excluyen mutuamente. Y viendo que pasaban los años y no podía hacer el tipo de novela que quería hacer, abandoné la gestión cultural y busqué una alternativa profesional que me lo permitiera. Ahora me dejo espacios temporales para la escritura de la novela. Cuando veo que voy a tener un mes y medio o dos meses libres por algún motivo ahí lo preparo todo, voy tomando notas y pensando en la estructura para el día uno ponerme a muerte y de manera exclusiva aprovechar todo el tiempo libre porque en un mes y medio, escribiendo por la mañana y por la tarde, y si lo tienes todo bien organizado en la cabeza, puedes avanzar mucho, al menos en el primer borrador de la novela.
Soy fundamentalmente un escritor, pero necesito un trabajo alimenticio porque el tipo de literatura que hago no es comercial y no me va a dar de comer, necesito adaptar el trabajo a la literatura y no al revés. Me busco trabajos que me permiten escribir lo que yo quiero y hasta ese punto la literatura disciplina mi vida y mi mundo. La novela es tiránica porque no es solamente la obsesión del periodo de redacción. Porque acabas de terminar de escribir, estás comiendo, y durante esa pausa la novela está ahí omnipresente diciendo: “En esta escena debería tocar ese elemento”. O “en la siguiente escena no se me puede olvidar” y a veces en la comida me pongo al lado un cuaderno porque se me ocurren ideas para mejorar lo que acabo de escribir o lo que voy a hacer al día siguiente, y eso seguro que no se te puede olvidar porque es parte del proceso creativo.
Es muy difícil diferenciar los granos de las pepitas de oro en el momento en el que ocurre, y solo el trabajo obsesivo te permite diferenciarlo. Es muy diferente cuando no estás escribiendo novelas y se te ocurre una idea para un poema o un relato breve. Si la idea es buena, lo sabes porque permanece. No te hace falta ni apuntarla, pero cuando estás en la escritura de la novela lo necesitas todo. Y, aunque no me gusta la expresión, necesitas tiempo de calidad dedicado exclusivamente a la novela sin tener otra preocupación, porque la novela va a ser tu obsesión durante todo ese tiempo.
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Autor: Vicente Luis Mora. Título: Circular 22. Editorial: Galaxia Gutenberg. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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