El gran artista mexicano que fue Vicente Rojo (1932-2021) es un ejemplo de eso que ahora llaman “transversalidad”: su obra y sus preocupaciones siempre fluyeron entre la pintura, el diseño y la edición, unificando el fenómeno plástico y la poética en el centro de cualquiera de las dimensiones en que se movió. Un reflejo de esa capacidad se encuentra en el libro de reciente publicación Vicente Rojo: Juego de letras (Inbal / Impronta Ediciones), el cual reseña la última etapa creativa de Rojo, entre 2014 y 2019, en la que el artista, según ha revelado su hijo, Vicente Rojo Cama, jugaba como un niño lanzando colores, polvos mágicos y pedazos de cartón. El trabajo creativo de Vicente Rojo es uno de los pilares del arte moderno mexicano y su dedicación al diseño y la edición de libros también ha dejado una huella muy importante, patente en un sinfín de maravillosas portadas de libros, donde establece un diálogo desde dentro entre las artes plásticas, el diseño y la edición, logrando un equilibrio magistral que deslumbra. Como dice la historiadora del arte Verana Codina, pese a que Rojo siempre tuvo claras las diferencias entre el sistema de trabajo del diseño y el de la pintura, éste último con trazo mucho más libre, su modo de proceder consistía en pintar múltiples cuadros y llevar a cabo diversos proyectos de diseño y edición simultáneamente, lo que dio como resultado un sistema serial único. Se espera que la exposición retrospectiva en homenaje a este artista, que se inaugurará el 2 de julio en el Museo de Arte Moderno (MAM), haga justicia a uno de los más grandes artistas del siglo XX mexicano.
El pasado jueves 7 de abril, en las oficinas del Fondo de Cultura Económica al sur de la Ciudad de México, la actividad de algunos empleados era frenética: trataban de embalar en cajas para su resguardo un pequeño lote de ejemplares del libro Paseo de la Reforma, de Elena Poniatowska, editado como parte de la colección 21 para el 21, que el sello estatal ha estado distribuyendo de forma gratuita entre los mexicanos, junto con ejemplares de otras obras, como Balún Canán, de Rosario Castellanos, Muerte en el bosque, de Amparo Dávila, Río subterráneo, de Inés Arredondo o Los de abajo, de Mariano Azuela. La cuestión es que un juez federal acababa de decretar “el depósito de todos los libros” del título de doña Elena, en tanto se toma una determinación en la demanda civil interpuesta contra el FCE por el grupo editorial Penguin Random House, titular exclusivo de los derechos del libro de la Poni, y que la editorial que dirige Paco Taibo II decidió saltarse a la torera, razón por la cual el grupo editorial decidió interponer una demanda que, tras la medida cautelar de resguardo de los ejemplares, deberá responder el FCE para posteriormente celebrar un juicio y esperar la determinación del juez para un posible acuerdo. Como ha señalado la abogada de PRH, Quetzalli de la Concha, se trata de un caso absolutamente atípico, ya que nunca hasta ahora una institución pública había ido “por libre”, en asuntos como éste. No obstante, sé de muy buena tinta que en el tema de publicaciones, los máximos responsables gubernamentales en la materia hacen y deshacen como les viene en gana: si hay que eliminar una colección para la que ya había un presupuesto aprobado y contemplado, la eliminan sin pestañear y sin considerar el trabajo que pudo haber costado llevar a cabo dichos proyectos; si hay que congelar obras para no seguir pagando derechos, se meten en la nevera, o si hay que publicar un libro de la Poni porque al presidente le gusta mucho y es amiga, se mandan imprimir los ejemplares sin importar quién ostenta los derechos. Como dicen en España: por sus cojones. Y se quedan tan panchos.
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