«Todos los actos tienen consecuencias, y en esta era de las fieras no hay ni vida pequeña ni lugar pequeño», afirma el escritor Víctor del Árbol al hablar de su nuevo título, El tiempo de las fieras, con un antihéroe de protagonista, el Gordo Soria, un subinspector de policía a punto de jubilarse.
Publicado por Destino, como es marca de la casa, en El tiempo de las fieras nada es lo que parece, y lo que se inicia como una investigación rutinaria sobre el atropello de Vesna Gujic, una joven de diecinueve años en una desierta y lunar carretera de Lanzarote, acabará llevando al lector a otros lejanos parajes de una isla venezolana, a Texas, Bosnia o Milán.
No es casual que la omnipresente imagen de la portada del libro sea una ficha de dominó ensangrentada, porque, según destaca su autor, «a partir de un lugar pequeño como Lanzarote, aparentemente fuera del centro de las grandes decisiones mundiales, y a partir de un personaje aparentemente anodino como Soria se multiplica el efecto dominó. Un pequeño gesto, un pequeño detalle en un lugar insignificante, como se irá viendo en esta historia, puede tener incidencia en el resto del mundo».
Tampoco es casual que transcurra en el año de la quiebra de Lehman Brothers y de la posterior crisis bancaria internacional, cuando «las decisiones de unos cuantos llevaron a la miseria a millones de personas», cuando un suceso ocurrido en la Explanada de las Mezquitas «hace temblar a Wall Street y el trabajador de la SEAT de Martorell ve su puesto en riesgo».
Sin entrar en el detalle de la trama, Víctor del Árbol sí se explaya en que cada una de las muertes que aparecen en la obra —son unas cuantas, con sicarios incluidos— no es «banal», porque todas tienen «un por qué y una consecuencia importante en la historia. Yo no hago apología de la violencia como espectáculo literario, pero aquí estamos hablando de una cacería humana y de fieras de verdad. Creemos que las fieras son psicópatas, pero lo que intento explicar en la novela es que hay un tipo de doctrina de una gente para la que la vida humana carece de valor. Es lo que alguien bautizó como «daños colaterales». ¿Cómo que daños colaterales? En el momento en el que la vida humana no tiene importancia porque está supeditada a los objetivos de alguien hablamos de fieras, y no son anecdóticas».
Sabedor de que en «tiempo de fieras» la mayoría de la gente ya sabe cómo funciona el mundo, sus altas finanzas y el alto poder, considera que lo que hace como escritor es «bajarlo al terreno de la experiencia individual, que el lector se lo sienta propio y que vea que esas fieras nos pueden devorar, pero nosotros también podemos convertirnos en fieras y eso, igualmente, es de temer».
Por ello, le ha cogido tanto cariño al Gordo Soria, desterrado a Lanzarote desde Barcelona por lo que ocurrió tres años atrás. A su juicio se trata de un policía, un antihéroe español, un hombre al que no se puede amar, pero es «el héroe que necesitamos, un héroe a su pesar, alguien que, como Sancho Panza, al final es quien ve lo que hay que ver».
«Sin gente como Soria, con su intuición y con su inmunidad ante el poder, las fieras nos devorarían a todos. A él le importa todo un pepino. Sólo quiere jubilarse, irse a casa y hacer dioramas de la Primera Guerra Mundial. Es el personaje que va a la suya, pero que no tolera la injusticia. Ante ello, ¿cómo se puede enfrentar el poder a él, que no se deja comprar? Además es testarudo, como buen manchego».
El díptico que forman Nadie en esta tierra y El tiempo de las fieras, poblado de «personajes muy victorianos», según le ha comentado una muy fiel lectora, y también de otros con algún que otro parecido a Lisbeth Salander, podría convertirse en un tríptico en el futuro. Víctor del Árbol deja caer que muchos de sus personajes viven un destino trágico, pero «no se resignan, no se rinden. Esa es la marca de fondo de mi voz, de mi escritura en todas mis novelas: la rendición no es una opción», con lo que algunos de ellos pueden regresar para solucionar asuntos pendientes.
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