En 1848, Francia se vio envuelta en un proceso democrático que desembocó en la Constitución del 4 de noviembre y la victoria en las urnas de Luis Napoleón Bonaparte, elegido primer presidente de la II República. Uno de los diputados que apoyó la investidura respondía al nombre de Victor Hugo, quien aplaudió efusivamente la llegada del orden constitucional al país galo. Sin embargo, poco tardó en abolir la ley que obligaba a limitar el mandato de un presidente a una sola legislatura, y en erigirse como Napoleón III para dar paso al nuevo imperio, con golpe de Estado incluido. Victor Hugo luchó contra esta tiranía, capitaneando un comité de resistencia en las barricadas y pronunciando enfáticos discursos («¡Porque hayamos tenido a Napoleón el Grande, no tenemos que tener a Napoleón el Pequeño!»). Su lucha le valió un exilio a Bruselas primero y a Jersey después; no volvería a su querida Francia hasta una década más tarde, ya en la senectud. En algún momento de aquel exilio, alguien encontró un manuscrito en su casa de Jersey: se titulaba Los miserables.
La cultura de la cancelación es, cito traducido directamente de Dictionary.com, una práctica popular que consiste en retirar el apoyo a personajes públicos y compañías tras haber hecho o dicho algo considerado objetable u ofensivo. Dicho con palabras llanas: es la destrucción de un personaje público en aras de una moral dominante entre cuyas virtudes no se halla, por supuesto, la tolerancia o el respeto a las opiniones ajenas. Esta vez le ha tocado a Victor Hugo. Se ha hecho viral una imagen de dos personas de raza negra derribando una placa con su nombre en Francia, y ya son muchos los que piden que se retire su lectura de las clases y las bibliotecas. ¿El motivo? Un discurso pronunciado en 1879 donde insta a las potencias coloniales a hacer suya África, a instaurar su civilización en el continente.
Volviendo a ese libro que nació en el exilio, Los miserables, hablamos de un canto a la igualdad, donde la miseria, en cualquiera de sus formas, sólo puede ser combatida con educación y respeto al individuo, en plena lucha contra el sistema represivo —de fondo, la sombra de Napoleón III—. Lo peor de la teoría de la cancelación es que vive de episodios aislados, se ciega con la parte obviando el todo. ¿Qué importa la grandeza de uno de los más importantes autores en lengua francesa? ¿Qué importa que luchase contra las revoluciones absolutistas desde las barricadas? ¿Qué importa que su romántica obra entre en el imaginario como un canto a la libertad? Lo único importante para esta actitud infame es que en una charla con políticos pronunció palabras que hoy resultan chirriantes —pese a que entonces se vieron como un modelo de progreso—. No hay contrapeso en la balanza. Me pregunto cuántas conciencias juveniles habrá removido la lectura de Los miserables en los institutos franceses. Esto dejará de ocurrir si nadie impone algo de cordura en esta imparable ola de cancelaciones. El mundo, ahora, lo maneja la turba. Sálvese quien pueda.
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