Paloma Sánchez-Garnica se alzó con el Premio Planeta 2024 gracias a una novela ambientada en los años posteriores al fin de la Segunda Guerra Mundial. En esa época encontramos a la protagonista: una cantante que trata de sobrevivir en un Berlín lleno de ruinas y, después, en unos Estados Unidos plagados de racismo.
En Zenda ofrecemos las primeras páginas de Victoria (Planeta), de Paloma Sánchez-Garnica.
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CAPÍTULO 1
Berlín, sector norteamericano. 16 de octubre de 1946
Victoria subió el volumen del viejo aparato de radio que había conseguido a cambio de una maleta de piel y que, además de escuchar música, le permitía conocer las últimas noticias. Con voz grave y monótona, el locutor informaba de las ejecuciones que se habían llevado a cabo de madrugada. Se trataba de diez de los más estrechos colaboradores de Adolf Hitler, en cumplimiento de la sentencia del Tribunal Militar Inter nacional constituido por los cuatro países vencedores de la guerra. El tortuoso juicio se había llevado a cabo en la ciudad de Núremberg, lugar simbólico del Tercer Reich: veinticuatro oficiales nazis de alto rango acusados; doce condenados a muerte en la horca, uno de ellos in absentia. Hermann Göring había conseguido evitar la humillación de la soga ingiriendo, tres horas antes, una cápsula de cianuro, pero los otros diez pasaron por el cadalso. Los cadáveres de los sentenciados se rían incinerados, y sus cenizas arrojadas al río Isar para evitar futuros homenajes de sus vehementes partidarios, ahora callados, huidos y muchos de ellos ocultos bajo identidades falsas.
—¿Os he despertado? —Bajó el volumen de la radio.— Apenas hemos pegado ojo. —La voz de Rebecca sonaba ronca y débil—. No ha dejado de moverse en toda la noche.
—La he oído llorar.
La pequeña se desperezaba frotándose las manitas contra los ojos.
—Tiene un poco de fiebre.
Victoria se acercó a su hija y le tocó la frente unos segundos con expresión preocupada.
—Ven con mamá. —La cogió en sus brazos—. ¿Cómo está mi tesoro?
La acunó bajo la atenta mirada de su hermana.
—Estuviste trabajando hasta muy tarde. Te vas a dejar los ojos con tanta fórmula.
—Me recuerdas a mamá —dijo Victoria sonriendo a su hermana antes de volver la atención a la niña—. Tiene unas décimas. Debería verla el doctor Wolf. ¿No te importa llevar la? Esta mañana he quedado con el profesor Seegers y…
—Por supuesto que lo haré —atajó Rebecca sin dejarla terminar.
A continuación reclamó a la pequeña, que de inmediato se inclinó hacia ella. Victoria tuvo que ceder y sus brazos quedaron vacíos mientras miraba cómo su hija se acurrucaba en el regazo de su tía.
—¿Quieres un café? —preguntó amontonando a un lado de la mesa la libreta, los papeles y los lápices con los que esta ba trabajando—. Aún está caliente.
Su hermana aceptó y Victoria le sirvió una taza y puso a calentar algo de leche en el hornillo eléctrico.
—Hay que ir a por leche. Los cupones están en ese cajón. Tampoco hay mantequilla, y deberías ir a ver si han recibido carne. Llevamos dos semanas sin…
—Ya lo sé —la interrumpió de nuevo Rebecca, esta vez con un tono desabrido—. No me digas lo que tengo que hacer.
—No lo pretendía.
—Pues lo haces constantemente —replicó—. Me tratas como a tu sirvienta.
Victoria la miró unos segundos. Se dio cuenta de que su hermana apenas había dormido porque la niña había estado quejándose toda la noche; prefería que volcase su mal hu mor contra ella.
—Lo siento, tienes razón —se disculpó mientras ponía una caja de galletas encima de la mesa—. Están como una piedra, pero empapadas en la leche se pueden comer. Pro curaré traer alguna cosa más, se lo pediré a Charlotte.
—No me importa ir a por leche y cuidar de Hedy —dijo Rebecca con un tono más suave.
Victoria asintió agradecida: sabía que su hermana haría lo que fuera por conseguir más comida para la niña. Con un suspiro cogió el cazo, vertió la leche caliente en un cuenco y lo puso en la mesa sobre un plato.
—No sé qué habría sido de mí sin ti, Rebecca —le aseguró mientras desmigaba dos galletas.
Su hermana le dedicó una mirada de desconcierto.
—Sé que soy un estorbo —dijo entre la queja y el reproche—. Estoy convencida de que si algún día tienes la oportunidad, te irás… —la miró con ojos desvalidos—, y si te llevas a mi niña… —Envolvió a Hedy en sus brazos estrujándola tanto que protestó, de modo que aflojó el abrazo y le acarició el pelo con ternura—. No podría soportarlo… Preferiría morirme a perderla.
—No digas eso. —Victoria restó importancia a las pala bras de su hermana. Con una cuchara, removió la leche con galletas—. Sabes que nunca te dejaría. Siempre juntas, ¿ver dad, Hedy? Las tres juntas.
—Mami, canta la canción de la luna —le pidió la niña con una sonrisa.
Victoria la miró enternecida. Cada vez se parecía más a ella; los mismos ojos, el pelo oscuro y abundante, sus cejas, la forma de la boca… Pensó que no había sacado nada de su padre.
Victoria cantó How High the Moon, una canción con la que Hedy siempre se quedaba embobada escuchándola, y que a Rebecca le gustaba especialmente. Su voz ocupó el aire, y por un momento desapareció toda preocupación.
Al acabar la melodía, Rebecca le habló sin apenas mirarla, pendiente de que la niña comiera.
—A ver si consigo unas manzanas y puedo hacer la ap felkuchen.
—Mmmm —musitó Victoria relamiéndose con los ojos cerrados—. Cuánto echo de menos esa tarta. Te sale tan bien…
Rebecca sonrió a su vez. Sabía que era la preferida de su hermana. Fue a poner la taza en la mesa y se fijó en el montón de papeles.
—Debes tener cuidado con tu trabajo: lo sueltas en cualquier sitio y un día la niña te va a hacer un estropicio. Esas hojas llenas de números y fórmulas la atraen como el mejor de los juguetes.
—No te preocupes —dijo haciendo una carantoña a la niña.
—¿Qué esperas conseguir? Llevas tanto tiempo con ese proyecto que parece el cuento de nunca acabar. —Victoria sonrió a su hermana y dejó la cuchara en el plato.— Estoy desarrollando un sistema de cifrado que será impenetrable. Un lenguaje en clave para salvaguardar la privacidad de las comunicaciones.
—¿Las comunicaciones de quién?
—De aquel a quien le interese transmitir algo en secreto. —Trataba de hablarle de tal forma que entendiera su trabajo, aunque sabía que era complicado—. Lo tengo muy adelanta do. Pronto lo podré presentar.
—¿Presentarlo a quién? —insistió Rebecca.
—Eso aún no está decidido. Es un asunto delicado. El profesor Seegers dice que si se enterasen de lo que tenemos entre manos, lo querrían a cualquier precio, y por eso insiste en que debemos mantenerlo en secreto hasta decidir lo que más nos conviene. Lo que sí te aseguro es que antes se lo entregaría al mismísimo diablo que a los soviéticos.
Rebecca cogió la cuchara y la llevó a la boca de la niña, pero esta la rechazó, volvió la cabeza y hundió la cara en su regazo, mimosa.
—Siempre has tenido una cabeza privilegiada —murmuró mientras arrullaba a la pequeña.
[…]
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Autora: Paloma Sánchez-Garnica. Título: Victoria. Editorial: Planeta. Venta: Todos tus libros.
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