Hay en Barcelona un reportero acostumbrado a deambular por las vías secundarias de la ciudad, aquellas por las que pocos se atreven a transitar, quizá por temor a encontrarse consigo mismos. Dueño de un envidiable bagaje profesional, podría estar, sin ningún problema, en los salones donde las élites toman las decisiones que rigen el destino de las mayorías o en cualquiera de los sitios que acaparan la actualidad. Él, sin embargo, se aparta de la vorágine y se esfuerza por llevar lo marginal al centro. En 2003, por ejemplo, mientras la atención del mundo estaba en Irak, este redactor prefirió irse a cubrir el conflicto del Congo, una de las tantas guerras olvidadas. Se llama Bru Rovira, trabajó durante 25 años en La Vanguardia y ahora, en lugar de escribir lo que se esperaba de él (un libro sobre los países de la ex Yugoslavia, región de la que tiene mucho que contar, o un autobombo de sus años de enviado especial), prefirió estructurar las historias de un grupo de personas anónimas, dueñas de vidas accidentadas, que a diario muchos ven pero pocos se detienen a mirar.
En Solo pido un poco de belleza (Ediciones B) están las miserias y el esplendor de un italiano ex combatiente de las guerras africanas, una sirvienta que aprendió a leer después de que la familia para la que trabajó durante muchos años la echara a la calle, una anciana que toca el piano mientras la acechan un puñado de ratones, una drogadicta recolectora de chatarra que un día se encuentra 6.000 euros en un ascensor, “bichos” habitantes de pisos codiciados por los especuladores inmobiliarios, un “moro” apuñalado y una ecuatoriana piadosa que se escandaliza con la gente disoluta que a veces abunda en la playa. Solitarios y/o derrotados, violentos y/o violentados, abusadores y/o abusados, engañadores y/o engañados, este grupo de personas parecen haber perdido todo menos los recuerdos y la dignidad.
Fue una asistenta social la que un día invitó a Bru Rovira a las reuniones semanales de un grupo de exalcohólicos. Ahí, ellos le contaban sus vidas y él algunas anécdotas de sus viajes. Así, durante años, con la paciencia y la complicidad de ambas partes, sin fingir objetividad. Parece sencillo, pero saber escuchar y escribir la vida de los otros requiere de un esfuerzo considerable, así como una amplia capacidad de discernimiento. Quizá por eso, un día el periodista recuerda en un bar lo que dice J. M. Coetzee, citando a Platón, sobre la verdad y los poetas: “Platón acusaba a los poetas de preferir sacrificar la verdad antes que renunciar a la belleza. Pero si preferían sacrificar la verdad, argumenta Coetzee, es porque estaban convencidos de que la belleza constituye una verdad en sí misma. (…) Y a mí, como reportero, se me presentaba ahora, al contar todas estas historias, el dilema de tener que lidiar entre la verdad de sus vidas y unos relatos marcados por la deriva de una narración que falseaba los hechos para hacerlos soportables”, reflexiona ante la memoria selectiva de los personajes con los que convive.
“Hay que aceptar que aquello que desconocemos de nosotros mismos pero que a veces es capaz de liberar nuestra imaginación, suele ser, a menudo, lo único que tenemos para sostenernos con cierta dignidad y una pizca de belleza”, concluye.
Este libro sigue la estela de uno de los cánones del buen periodismo: El secreto de Joe Gould (Anagrama), escrito por Joseph Mitchell, quien un día se convirtió en la sombra de un vagabundo neoyorquino ignorado por el grueso de la población, pero dueño de una vida que contenía la mayoría de los rasgos comunes de cualquier ser humano. Mitchell supo reportear la historia con paciencia y dedicación para luego contarla de manera magistral. Rovira hace lo propio en su nuevo libro, de manera coral, pero igual de certera.
Hace una década, este especialista en información internacional publicó Áfricas (RBA), una crónica de cuatro conflictos (Sudán, Somalia, Liberia y Ruanda), donde se mezcla el dolor y la tragedia, pero también la dignidad y la esperanza, en la que hizo gala de su acostumbrada mirada detallista. Ahora repite el ejercicio, pero con las pequeñas historias que articulan la ciudad donde nació y creció. ¿Qué será más fácil?: ¿escribir sobre un sitio lejano o sobre el terruño? ¿Dónde se reconoce uno más?
Autor: Bru Rovira. Título: Solo pido un poco de belleza. Editorial: Ediciones B. Edición: Papel y kindle
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