A veces esta página se convierte en ejercicio de nostalgia. Eso no es malo, pues a unos puede traerles recuerdos agradables y apuntar a otros cosas que tal vez no conocieron. Pensaba en eso hace unos días, cuando al hilo de la espléndida edición de El prisionero de Zenda que acaba de publicar la editorial Zenda Aventuras –título ineludible en ese contexto– pasé una tarde en el bar de Lola de Twitter charlando con los interesados en el asunto, que fueron muchos. Todo acabó derivando hacia los personajes malvados de la literatura y el cine: los villanos clásicos. Empezamos hablando del extraordinario Rupert de Hentzau zendiano, encarnado en tres versiones cinematográficas por Ramón Novarro, Douglas Fairbanks Jr. y James Mason, y nos fuimos enredando con duelos a espada o pistola y enfrentamientos entre el bueno y el malo de cada historia. La mayor parte eran villanos de cine de aventuras, aunque al fin acabaron saliendo desde el Bela Lugosi de Drácula hasta el último Joker, pasando por el Harvey Keitel de Los duelistas o ese inmortal Me llamo Íñigo Montoya. Tú mataste a mi padre. Prepárate a morir.
Fue una tarde agradable, y mientras conversábamos acabé por darme cuenta de algo que hasta ese momento me había pasado inadvertido: para la mayor parte de los jóvenes, hablar de villanos del cine, hombres o mujeres, supone hacerlo de personajes de reciente factura. A menos que estén reactivados por remakes o mantenidos vivos por aficionados de culto, como ocurre con Moriarty, Darth Vader, Freddy Krueger o los Skeksis de Cristal Oscuro, hasta malvados míticos de hace veinte o treinta años se apagan en el recuerdo. Muchos jóvenes desconocen ya a la Annie Wilkes de Misery, al Jack Torrance de El resplandor, a la Alex Forrest de Atracción fatal e incluso al Roy Batty de Blade Runner o al mismísimo e impresionante Hannibal Lecter. Y para qué hablar del Large de La naranja mecánica, el Frank Booth de Terciopelo azul, o incluso el capitán Garfio de Peter Pan, la Cruella de Vil de 101 dálmatas o el gran Pierre Nodoyuna de Los autos locos.
En ese panorama, los villanos clásicos de toda la vida, los que solían tenernos toda la película esperando que el protagonista los despachase de un disparo o una estocada, son cada vez más lejanos y desconocidos. Ahora los malos se mueven en zonas ambiguas que hasta acaban poniendo al espectador de su parte. Es una visión acorde con los tiempos y tal vez más real: pero también una pena, porque pocos malvados modernos tienen la personalidad y prestancia de sus malignos abuelos. Era gente de la que incluso se podía aprender. Fue Raymond Chandler quien dijo que en la ficción los buenos modales debían dejarse a cargo del villano, y eso fue muy cierto cuando la ficción alumbraba malos estupendos, canallas ejemplares, hombres y mujeres que, encarnados por actores extraordinarios, salpimentaban esas historias de modo fascinante, pues nada era tan eficaz como un buen malo de toda la vida: Fantomas, Fumanchú, el malvado Zaroff… Actores enormes como Robert Mitchum, Joan Crawford, Boris Karlof, Edward G. Robinson, James Cagney, Wallace Beery, Lee Marvin, Peter Lorre y muchos otros lograron creaciones perfectas que hoy jalonan la gran historia del cine.
Naturalmente, sean clásicos, antiguos o modernos, cada cual tiene sus villanos predilectos. En lo que a mí se refiere, cuando me preguntan qué malos recomiendo entre los mejores de la historia del cine, de una muy larga lista menciono al menos una docena: el capitán Bligh de Rebelión a bordo (Charles Laughton), el despiadado seductor de Foolish wives (Erich von Stroheim), la Phyllis Dietrichson de Perdición(Barbara Stanwyck), el Noel de Maynes de Scaramouche (Mel Ferrer), el ambiguo Portugués de El mundo en sus manos(Anthony Quinn), el Rupert de Hentzau de El prisionero de Zenda (Douglas Fairbanks Jr.), el Auric Goldfinger de Goldfinger o el asesino de niñas de El cebo (Gert Froebe), el siniestro pistolero de Raíces profundas (Jack Palance), el Bois-Gilbert de Ivanhoe (George Sanders), el Nerón de Quo Vadis (Peter Ustinov), el Harry Lime de El tercer hombre (Orson Welles), el Jamesy MacArdle de Mares de China (Wallace Beery), el Chauvelin de La Pimpinela Escarlata (Raymond Massey) y, naturalmente, el mejor espadachín de la pantalla, mi malo favorito entre todos los malos que en el cine han sido: el gran Basil Rathbone cuando no hace de Sherlock Holmes sino todo lo contrario: Levasseur en El capitán Blood, capitán Pasquale en El signo del Zorro o sir Guy de Gisbourne en Robin de los bosques… Villanos legendarios, todos ellos, de cuando el cine era cine de verdad porque sólo pretendía ser mentira.
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Publicado el 24 de noviembre de 2019 en XL Semanal.
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