¿Qué entendemos por violencia? De modo más concreto: ¿a qué llamamos violencia política? Formuladas así, sin más, tales preguntas podían causar estupefacción, por cuanto solemos dar por sobradamente conocido qué es la violencia y reconocer sus características y efectos. Es obvio que en sus manifestaciones más brutales todos sabemos distinguir la violencia, pero basta profundizar un poco para constatar que la gradación y abanico de los comportamientos violentos es tan amplio y variopinto que las contestaciones a las preguntas anteriores distan mucho de ser unívocas.
Hay otra variable nada insignificante: la evaluación de la violencia, en cualquiera de sus expresiones, dependerá mucho de la ideología y cosmovisión del observador. En nuestra sociedad y nuestro tiempo es mayoritaria la repulsa ética y política de la violencia (más teórica que real, todo hay que decirlo), pero hay que recordar que no siempre ha sido así ni aun lo es hoy en día en múltiples sectores. Por no remontarnos en exceso, desde Nieztsche a Sorel hay una poderosa corriente intelectual de exaltación de la violencia que luego será retomada y reelaborada por los fascismos. Pero no hace falta recurrir a interpretaciones radicales para adoptar posiciones de justificación y defensa de la violencia: de una u otra forma, todos los movimientos revolucionarios han admitido un uso de la violencia, que han llamado legítimo, como mal menor o necesario frente a una opresión o una situación insostenible.
Son inevitables esas mínimas consideraciones teóricas para entender la perspectiva que adopta el historiador Eduardo González Calleja en su enciclopédico estudio sobre la violencia política en la España contemporánea. De entrada, conviene poner el énfasis en el adjetivo antedicho, pues estamos, en efecto, ante un estudio ciclópeo, monumental, abrumador. Para que se hagan una idea, en términos cuantitativos y objetivables, el libro que enjuiciamos, que abarca el siglo XX completo y casi todo lo que llevamos del XXI, supera las 1100 páginas y, aun así, contiene al final un código QR remitiendo a unos apéndices que prolongan la extensión anterior. Añádase otro matiz: pese a que se puede leer como un volumen independiente, es la continuación o segunda parte de un proyecto más amplio, pues hace pocos años (2020) apareció con el mismo título general y en la misma editorial el primer tomo de este magno empeño, dedicado al siglo XIX.
Aunque ha abordado múltiples temas en los más diversos contextos y etapas históricas, una parte considerable de la amplísima producción historiográfica de González Calleja ha estado dedicada al análisis de la violencia política en todas sus formas, hasta el punto de que es reconocido unánimemente como uno de los grandes especialistas en esta cuestión. No es extraño por ello que el autor disponga de un deslumbrante utillaje conceptual y un conocimiento casi exhaustivo de las fuentes, elementos que le permiten elaborar un mapa de las agitaciones políticas en la España de los últimos siglos que atiende a los hechos y protagonistas concretos, pero al mismo tiempo proporciona una visión de conjunto, un panorama general de lo que ha supuesto o significado este factor de la violencia en la trayectoria de nuestro país.
Si trenzamos a continuación los dos hilos argumentales que nos han traído hasta aquí —las consideraciones teóricas sobre la violencia y la manifiesta solvencia del autor de esta obra—, se comprenderá mejor que González Calleja haya optado por una perspectiva omnicomprensiva en su acercamiento al fenómeno violento. Dicho de manera más clara, el historiador pretende abarcarlo todo, desde la violencia individual en el formato de atentado terrorista —la famosa «propaganda por el hecho» de los anarquistas— hasta las más diversas expresiones de violencia colectiva (insurrecciones, huelgas, motines); desde las manifestaciones políticas y acciones revolucionarias hasta la represión indiscriminada por parte de las fuerzas del Estado; desde los pronunciamientos y los golpes militares —exitosos o frustrados— hasta la «dialéctica de las pistolas»; desde la guerra civil hasta la paz de los cementerios instaurada por el franquismo; desde el maquis al terrorismo de ETA.
Eso no quiere decir, por supuesto, que se intenten igualar o equiparar fenómenos o acontecimientos que, por su propia naturaleza, precisan de tratamiento diferenciado. Pero sí hay en este punto una característica fundamental de este libro que no puede pasarse por alto: la voluntad manifiesta de González Calleja por abarcar las más variadas formas posibles de violencia le llevan a una descripción detallada, casi en forma de catálogo, de todas las tensiones, agresiones y coacciones políticas que se dan en el período. La determinación de registrar datos y hechos se impone a la interpretación. Entiéndase, no es que se hurte esta última sino que se ahorma al tratamiento empírico, que tiene prioridad. Dicho con otras palabras: no estamos ante lo que suele entenderse como un ensayo —la búsqueda de un sentido global— sino ante un libro de historia. Con todas las ventajas (y algunos inconvenientes) que ello supone.
Me refiero al rigor analítico y la precisión descriptiva por un lado pero, por otro, al tono prolijo de la obra. Pero, además, un libro serio de historia como este debe insertarse, como no podía ser menos, en el correspondiente corpus historiográfico. Esto significa que González Calleja, como historiador avezado, tiene especial interés en inscribir su análisis en el marco del conocimiento histórico comúnmente admitido. Ello lleva a rechazar cualquier atisbo de excepcionalidad hispana en este ámbito. La historia global y la historia comparativa, subraya el autor, sirven exactamente para todo lo contrario, es decir, situar la violencia política que tiene lugar en España en el espacio de las transformaciones y convulsiones que caracterizan la contemporaneidad en todo el continente europeo.
Ahora bien, eso no significa que no haya rasgos específicos en el caso español en la época considerada. Algunas muy llamativas: España es uno de los poquísimos países europeos —y el único de los grandes— que no participa ni en la Primera ni en la Segunda Guerra Mundial. La península Ibérica es también la excepción en el contexto de posguerra en el Occidente europeo en cuanto a la persistencia de una dictadura militar durante casi cuatro décadas. En otros aspectos, sin embargo, como subraya el autor, se produce una mayor sincronía con los países limítrofes. En este sentido, González Calleja se inserta de modo explícito en la sedicente perspectiva progresista que contempla las luchas populares de la edad contemporánea como una legítima aspiración de las clases subalternas que se ve sistemáticamente negada por unas estructuras de poder oligárquicas. Este esquema resulta esencial para entender adecuadamente la violencia de la época.
En suma, como ya apunté, el carácter minucioso del estudio de González Calleja, que se expresa además en un lenguaje preciso pero un tanto árido, no hace fácil la lectura. Estamos hablando de un libro exigente, que sortea con firmeza la superficialidad tan generalizada hoy día y que, por tanto, requiere también al lector —sobre todo al no especialista— un esfuerzo sostenido. Pero es un libro que no hace trampas: ofrece exactamente lo que promete. En este sentido, digámoslo sin ambages, el esfuerzo solicitado tendrá su recompensa: merece la pena, porque es la obra de conjunto más completa sobre la violencia política en la España contemporánea.
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Autor: Eduardo González Calleja. Título: Política y violencia en la España contemporánea II: Del Cu-Cut! al Procés (1902-2019). Editorial: Akal. Venta: Todos tus libros.
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