Violeta, la novela de Isabel Allende que publica Plaza&Janés, narra la vida de una mujer que nace en 1920 —con la llamada «gripe española»— y muere con la pandemia de 2020. Violeta rememora devastadores desengaños amorosos y romances apasionados, momentos de pobreza y también de prosperidad, pérdidas terribles e inmensas alegrías. Moldearán su vida algunos de los grandes sucesos de la historia: desde el crack del 29 a la lucha por los derechos de la mujer, pasando por el auge y la caída de tiranos de las dictaduras latinoamericanas y, en última instancia, no una, sino dos pandemias. La novela se publica simultánea en inglés y en español, en Estados Unidos, América Latina y España.
Zenda adelanta un breve fragmento de esta obra.
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Para qué me voy a extender demasiado contándote de los largos años de la dictadura, Camilo, es historia antigua y bien conocida. Hace ya treinta años que tenemos democracia, y lo peor del pasado ha salido a la luz: los campos de concentración, la tortura, los asesinatos y la represión que padeció tanta gente. Nada de eso se puede negar, pero entonces no lo sabíamos, no había información, sólo rumores. Todavía hay gente que lo justifica, que cree que eran medidas necesarias para imponer orden y salvar al país del comunismo. Había dictaduras en muchos países de América Latina, no fuimos el único. Eran los tiempos de la Guerra Fría entre Estados Unidos y la Unión Soviética, y nosotros estábamos en el área de influencia de los norteamericanos, que no iban a permitir ideas de izquierda en el continente, tal como me había advertido Julián Bravo con una década de anterioridad. Los rusos también imponían su ideología en la parte del mundo que controlaban. En la superficie, el país nunca había estado mejor. Los visitantes quedaban maravillados de los rascacielos, las autopistas, la limpieza y la seguridad; nada de muros pintarrajeados, de disturbios callejeros o estudiantes atrincherados en los colegios, de mendigos pidiendo limosna o perros vagos, todo eso desapareció. Nadie hablaba de política, era peligroso. La gente aprendió a ser puntual, a respetar las jerarquías y la autoridad, a trabajar; quien no trabaja, no come, era la consigna. Con la mano dura del régimen se terminó la politiquería y avanzamos hacia el futuro, dejamos de ser un país pobretón y subdesarrollado, nos convertimos a golpes en uno próspero y disciplinado. Ese era el discurso oficial. Por dentro, sin embargo, éramos un país enfermo. Por dentro, Camilo, yo también estaba enferma de pena por el hijo fugitivo, por Torito desaparecido y porque habría tenido que ser ciega para desconocer la precaria situación de mis obreros y empleados, empobrecidos y con miedo.
Nos acostumbramos a ser prudentes en el lenguaje, a evitar ciertos temas, a no llamar la atención y obedecer las reglas. Incluso nos acostumbramos al toque de queda, que duró quince años, porque obligaba a los maridos mariposones y a los adolescentes rebeldes a llegar temprano a su casa. Bajó mucho la criminalidad. Los crímenes los cometía el Estado, pero se podía andar por la calle y dormir por la noche sin ser asaltados por delincuentes comunes. Fue una época muy dura para los trabajadores, que no tenían derechos y podían ser despedidos de la noche a la mañana; había mucho desempleo, era el paraíso de los empresarios. Esa prosperidad de algunos tenía un enorme costo social. El auge económico duró varios años, hasta que se vino al suelo con estrépito. Por un tiempo fuimos la envidia de los vecinos y los favoritos de Estados Unidos. Se habla de corrupción, que ahora la llaman «enriquecimiento ilícito», pero en la dictadura era legal. José Antonio y yo hicimos mucho dinero, y no me avergüenzo de eso porque no cometimos ningún delito, sólo aprovechamos las oportunidades que se presentaron. Los militares estaban en todo y cobraban sus comisiones; había que pagarles, era la norma.
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Autor: Isabel Allende. Título: Violeta. Editorial: Planeta. Venta: Todostuslibros y Amazon
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