Escribir sobre lo que escribe Virginia Woolf es arriesgarse a la vergüenza. Abarcar en un texto la medida de sus textos es una misión a la altura de la búsqueda del alma. De una prueba de su existencia. Es posible en la medida en que no hay seguridad de lo contrario, pero lo seguro del todo es que no la hemos encontrado. Virginia Woolf pudo ser la primera entrada de este blog. Tal vez incluso debió serlo. Pero no tuve valor.
De todo lo que pude escoger de Woolf preferí Las olas. El motivo es la consternación que provoca una forma narrativa extraña, imposible hasta ahora. Hasta entonces. Las olas se publicó en 1931 y resulta transgresora incluso hoy. Una constante presencia del yo en seis “yoes” distintos: Neville, Susan, Bernard, Jinny, Louis y Rhoda. Seis amigos desde la infancia cuyas vidas transcurren en direcciones opuestas, la de cada cual a su manera, y a través de los que se da a conocer a un séptimo ser ausente, pero constantemente presente en sus mentes: Percival.
No hay más conexión entre ellos que un punto de inicio, un primer encuentro en los escalones más bajos de su formación y desarrollo, tan fundamentales precisamente por ser los primeros: los años de colegio. Después, tal como van creciendo, cada uno sigue a lo suyo y todos a lo de uno, a la ausencia de Percival que, por no estar, es susceptible de acaparar todo lo que un personaje puede tener de ideal.
De todos ellos Percival se muestra como el menos profundo, el menos complejo, el más físico de los amigos. Percival no está en sus reuniones de jóvenes y adultos porque murió pronto. En la India, en misión heroica, al caer de un caballo. El resto lo tendrá presente como a alguien más o menos imprescindible, más o menos reflejo de lo que ellos no fueron. Porque todos quieren ser ellos y los demás. Un poco de cada uno. Deseando la fortaleza del otro mientras se esfuerzan en valorar lo propio, aquello a lo que no tuvieron más remedio que atenerse porque así les vino dado, porque ese era su fuerte, porque es lo que tenían a mano. Así expresado no parece más que la vida tal cual. Pero en Woolf nada es tal cual sin más. No es que sea difícil su lectura, porque no hay lectura difícil si tropieza con una lectora de voluntad. Lo difícil es explicarlo.
En cuanto a los vivos, cumplen con las características más dispares que uno pueda encontrar. Neville es delicado, profundamente intelectual y complejo, difícil de situarse en la cotidianeidad. Susan es una mujer cuya estabilidad parece estar en la sencillez, en la naturaleza y, sobre todo, en la maternidad. Bernard se expresa a través de su capacidad narrativa, esclavo de su necesidad de contar historias, abocado a la angustia por el juicio de los demás. Jinny es una mujer que hace de su belleza su mayor valor y lo explota a conciencia siempre que tiene oportunidad en su ambiente natural, el evento social. Louis se debate entre lo que es, un hijo de banquero empujado a un trabajo de rutina diaria, y aspirante a, como mucho, un éxito demasiado prosaico; y Rhoda es rara. Una rara de verdad, siempre observando desde la distancia a los demás.
De los siete, seis vivos y un muerto, sabemos en un compendio de líneas de conciencia que se cruzan las unas con las otras sin aparente orden establecido ni distinción formal. Un pensamiento tras otro pensamiento tras otro pensamiento que construyen una amalgama de ideas que desembocan en una imagen completa de lo que estos seres sufrientes de una vida sin más sienten, quieren, esperan, temen de su paso por el mundo y de la huella que dejen en los demás. Porque todos se ven a ellos mismos doblados: en ello, y en referencia a quienes les observan. Una vida cuestionada por todos sus amigos, apurando su existencia a través de su línea vital y la de quienes les rodean. Como nosotros. Como en los años treinta. Como ahora. Un juego de espejos que proyecta el análisis de cada personaje hacia el interior y hacia fuera. Un juego peligrosamente inquisitorial que no acaba bien para casi ninguno, pues cuando uno se pregunta mucho, repetidamente y con interés cierto, suele responderse con sinceridad. Y pocas almas se reponen a eso.
Empezábamos diciendo que escribir sobre Woolf era como buscar una prueba de la existencia del alma, ¿verdad? Pues ahí está.
En esa estructura de forma aparentemente igual destaca, como división entre estadios, como separador entre épocas, como aviso previo del paso del tiempo y de la transformación de los cuerpos, expectativas y emociones de los seis amigos que, vivos, siguen sufriendo las consecuencias de una transformación sin posible vuelta atrás, Virginia Woolf intercala breves descripciones del transcurso de un día en el mar. Del viaje del sol sobre el mar. Del reflejo de la luz sobre las olas. De su movimiento. De su estatismo. De su renovación y permanencia a ojos de un narrador omnisciente que, en una imponente tercera persona, expone con clara vocación poética el tránsito desde el amanecer hasta el ocaso, sobre el horizonte, en la vertiginosa inmensidad del océano.
Las olas se ha considerado una de las novelas fundamentales del siglo XX. Y una de las creaciones más rompedoras e influyentes de la historia de la literatura occidental.
Virginia Woolf mostró aquí gran parte de lo que era capaz, abandonándose a sus letras.
Y el sol cae inevitablemente al mar. La vida se dirige, inexorable, a su final. Y mientras tanto, ellos. Todos. Cada uno batallando por distinguirse, como cualquier alma.
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Autor: Virginia Woolf. Título: Las olas. Editorial: Lumen. Venta: Amazon, Fnac y Casa del libro
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