Una aventura es un suceso extraño. Extraño por lo poco frecuente, y extraño por lo complejo que resulta salir de allí, terminar el suceso, liquidarlo para volver a lo normal. Extraño es que dos de tus mitos se encuentren. Por ejemplo, uno de los reyes de la comedia cinematográfica y uno de los reyes de la novela negra: Stan Laurel y Philip Marlowe. Osvaldo Soriano (Mar de Plata, 1943 – Buenos Aires, 1997) recurre a esta estrategia, la de reunir dos ideas casi imposibles de combinar, como principio creativo de Triste, solitario y final, la que fue su primera novela. Pero la dupla no responde del todo a sus pretensiones, por lo que elimina a uno como objeto activo, pasando a ser objetivo de la investigación, y se coloca a sí mismo como compañero del investigador, que no puede ser otro que Marlowe, quince años más tarde de que nuestros dos admirados héroes se conocieran. Hay que averiguar qué ha sido de Stan Laurel, de la persona que representa el mito del humor. No se trata tanto de un recurso metaliterario, que como tal funciona a modo de ironía al romper la cuarta pared, como de representarse a uno mismo en una situación soñada. Triste, solitario y final responde, en buena medida, a la forma de soñar de los adolescentes: Me gustaría verme involucrado en una aventura de acción, luchando por mi ideal a puñetazos, si es necesario, y teniendo siempre en boca una respuesta con el punto de cinismo exacto para dejar a los demás sin palabras; y, además, ir acompañado por el aventurero mítico en ese ambiente, por Tarzán, Flash Gordon o Philip Marlowe.
Junto a tu ídolo descubres que no siempre la aventura, la acción, será agradable, porque de serlo no habría nada por lo que actuar, pero que lo mejor será ir descubriendo que puedes igualarte a tu ideal. La estructura que Soriano idea es muy sencilla, y nos remite a un encadenamiento de sucesos. A ritmo de galope no se le permite al lector ningún descanso, ni siquiera entreteniéndose cuando otras estrellas de Hollywood aparecen por allí, y demuestran no ser nada encantadoras. No importa, Soriano nos demuestra que son asequibles mediante los sueños y nos advierte de lo que puede suceder, el desencanto, si saltaran de la pantalla del cine de verano a la realidad, si dejaran de ser publicidad y gloria. De lo que se trata es de demostrar que el aburrimiento se combate con la imaginación o que, de hecho, el aburrimiento es el mejor sustrato sobre el que hacer crecer la imaginación, es motivación, es chispa. Y lo que se prende es acción, es movimiento, aunque se limite a estar dentro de la cabeza, que es el lugar idóneo para permitirse rozar lo absurdo, saltarse las reglas de la verosimilitud, soñar lo prohibido, pensar contra corriente.
Aventura se llama a los avatares amorosos fuera del matrimonio, a los viajes improvisados, a la conquista de los polos, de los tres polos, el norte, el sur y el Everest. Aventura se llama a adentrarse en territorios no aptos para la vida humana o a convertirse en un justiciero nocturno disfrazado de murciélago. Pero la aventura, la que nos iguala, esa a la que todos tenemos derecho y que a todos nos es dado protagonizar, ese suceso extraño que nos saca de la rutina, tiene lugar dentro de la cabeza, con los engranajes de la imaginación. Ahí podemos no ser dueños de nuestro destino el tiempo que nos dé la gana, y terminar por dominarlo, por volver a tomar las riendas de nuestra vida. Esta aventura es descanso a la vez que acción. De esto trata esta novela de Osvaldo Soriano, de esta necesidad adolescente que permanece para siempre diluida en la materia de la que estamos hechos.
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Autor: Osvaldo Soriano. Título: Triste, solitario y final. Editorial: Altamarea. Venta: Todos tus libros.
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