Ahora que se acaba de celebrar en la Universidad de Murcia el I Coloquio Internacional “Pensar, sentir, imaginar: Experimentar una Edad Media Contemporánea (siglos XX y XXI)”, los pasados 8 y 9 de noviembre, organizado por Pilar Garrido Clemente y Jacobo Hernando Morejón, me ha parecido un buen momento para retrotraerme a la documentación y escritura de mi novela Cid Campeador (Imágica Histórica).
En el Cid por un lado está el personaje literario y por otro lo que entendemos por el personaje histórico. Después de leer La España del Cid, de Menéndez Pidal, el personaje histórico me parecía mucho más atractivo que el literario. Yo los estudié a los dos, pero en la novela me inspiré más en el personaje histórico, en lo que entendemos por tal. Mi fuente más importante fue La España del Cid, que llaman “monumental” y no exageran. Cuando vuelvo mi mirada a este libro entro verdaderamente en la Edad Media.
Me llevó mucho tiempo hacer la novela, años, sobre todo por la documentación, pero también porque no veía nunca el momento propicio para escribir. Para escribir o te lanzas en cualquier momento o necesitas una energía muy especial para hacerlo; tal vez a esta energía la llamamos inspiración. Son momentos en los que te encuentras “fuerte”. En su precioso libro El infinito en un junco, Irene Vallejo dice que se sentía incapaz antes de empezar a escribir después de todo el proceso de documentación, y que esto le ocurre con frecuencia. A mí me sucede lo mismo en ocasiones. Luis Alberto de Cuenca me dijo hace poco que eso nos ocurre a los que nos documentamos mucho.
Antes de la novela, durante la carrera, había escrito un cuento, un relato que valoro mucho, “El signo de interrogación”, sobre el mismo Cid, en clave experimental. Lo incluí en un libro de cuentos que ahora no encuentro por mi casa, algo que lamento mucho. Era una especie de prosa poética que yo creo que estaba influida, bien influida, por autores que leía mucho entonces, como José Saramago o Antonio Prieto, que por entonces era profesor mío.
Algo muy parecido a lo que me ocurrió con el Cid me ha vuelto a ocurrir con Carlos V. Estuve casi cinco años dándole vueltas a la novela (Carlos V: El viaje del emperador) hasta que por fin la escribí. Menos mal que, mientras tanto, escribir novelas históricas te permite vivir y hacer muchas otras cosas. También escribir muchos otros textos.
Cuando uno hace una novela histórica, a lo largo del tiempo, la época, los personajes, los lugares, los sucesos, son una compañía constante, más o menos intermitente en la cabeza, pero constante en los días, las horas, las semanas, los meses… Uno lee, estudia el tema, y el tema resuena en tu mente (me está sucediendo de nuevo con la novela histórica que estoy escribiendo ahora). Cada cierto tiempo vienen a la mente, como a ráfagas, los personajes y demás elementos de la obra. En el caso del Cid fueron cruciales los consejos de Alberto Vázquez-Figueroa, precisamente en la fase de escritura, como digo en la “nota final” de la novela.
Para mí Vázquez-Figueroa, durante muchos años, ha sido lo que imagino que es un entrenador para un deportista, y pienso que en esto he sido muy afortunado. Umbral decía de Cela que era su “profesor de energía”, y eso ha sido Vázquez-Figueroa para mí.
Después de tanto estudiar la época y el personaje del Cid, su literatura, tuve la sensación de que paría el libro, de que lo daba a la luz, porque esa fase de escritura fue relativamente rápida, aunque luego hubiera que revisar el libro y corregirlo varias veces. Vázquez-Figueroa me decía que tenía que escribir durante horas, “hasta que te duelan los riñones”. Y me dolieron.
Ahora miro la novela y trato de meterme en el tiempo del Cid, por lo menos tal y como lo capté yo, tal y como lo plasmé. Tal y como lo veo en el libro. Y ciertamente ahí hay una sensación de la Edad Media.
Acompañé al personaje recreándolo, narrándolo, dándole una nueva vida, y con él muchos otros personajes; di un ambiente, un mundo, un pedazo importante de la Historia de mi país.
Algo esencial al escribir esta novela es que iba imaginando todo lo que contaba. Pensaba entonces que mal se iba a imaginar el lector lo que yo escribía si no lo veía yo antes con los ojos de mi imaginación. Esto significa que la historia entera, sus personajes, sus escenarios, todo pasó antes por mi mente mientras lo escribía. Fui consciente de la capacidad creadora de imaginar.
Yo veo mi novela como una gran superproducción, quizá por el esfuerzo que me llevó escribirla, leyendo muchos libros, viajando a varios lugares y escribiendo muchos textos previos. Por otra parte aproveché mi conocimiento del tema plenamente. Antes de publicar mi Cid Campeador hice todo tipo de artículos, para la Universidad, para un periódico, para revistas. Incluso escribí artículos de viajes, sobre Oña y Medinaceli… Me ocurrió lo que me suele ocurrir cuando escribo un libro, que aprovecho, al final, todo el esfuerzo escribiendo muchos otros textos. Con el Cid me ocurrió esto de forma muy destacada, incluso presenté la novela dos veces, en Madrid y en Segovia, en Madrid en el Centro de Estudios Islámicos y en Segovia en IE University, donde yo era profesor entonces.
Sobre el Cid he hecho casi de todo. También he dado clases sobre el Cantar de Mío Cid en la Universidad, en la Complutense y en la Universidad de Mayores del Colegio de Doctores y Licenciados de la Comunidad de Madrid.
Me debía esta novela a mí mismo y pienso que el tiempo y el esfuerzo que me llevó están a la altura del personaje y de su tiempo. Es un libro, entre los míos, muy valorado y a mí me sirvió para conocer mejor a mi país, su alma, su pasado, su ayer y su hoy. Creo que igual que se dice que Don Quijote nos explica mucho a los españoles, también lo hace el Cid, su heroísmo humano, sus tribulaciones, su lucha y sus victorias. Hacer esta novela fue también reencontrarme con mi país y conmigo mismo. Sí, me sirvió también para conocerme a mí mismo, para ponerme en claro, que en el fondo es algo que hago con todo lo que escribo, aunque no lo pretenda, aunque ése no sea ni el objetivo ni el punto de partida.
Por último referiré que a menudo, cuando dedico esta novela en ferias del libro, escribo que hacerla fue una gran aventura. Y verdaderamente lo fue.
La España del Cid es un libro profundamente tramposo, en el cual Menéndez Pidal dio por ciertos todos los datos de la leyenda del Cid que en aquel momento no habían sido refutados absolutamente, hoy en día solo tiene sentido leerlo como muestra de los estragos del nacionalismo al escribir historia.