El próximo 6 de agosto se cumplirán 78 años del lanzamiento sobre Hiroshima de la bomba atómica, la más devastadora de la historia arrojada sobre la población civil. El fatídico récord se pulverizó sólo tres días después, el 9, a poco más de 400 kilómetros, con el lanzamiento de una bomba de plutonio, aún mucho más potente, sobre la ciudad de Nagasaki. Pero Hiroshima fue la que se llevó la triste gloria —la imagen de su hongo nuclear es un icono de la capacidad destructiva del ser humano— de ser la primera víctima del armamento nuclear.
El periodista Agustín Rivera (Málaga, 1972) demuestra en su libro Hiroshima. Testimonios de los últimos supervivientes (Kailas) que ni mucho menos estaba todo contado. Quienes padecieron de forma directa y consciente las bombas, y aún viven, superan hoy los 90 años, lo que convierte los testimonios aquí recogidos probablemente en los últimos. Rivera ha hablado con ellos, y también con los descendientes (hijos y nietos) de los llamados hibakusha (víctimas) de segunda y tercera generación, que mantienen viva la memoria de sus padres y abuelos ya fallecidos.
El libro, en realidad un gran reportaje, no sólo aporta los estremecedores testimonios de los supervivientes a los que se refiere el título, sino también cómo afrontó y afronta aún hoy la sociedad japonesa el gran trauma que supuso semejante desastre, cuyas consecuencias, en forma de graves enfermedades físicas y psicológicas, se han extendido hasta el presente.
Rivera es un gran conocedor de Japón y su cultura. Primero, por haberse empapado de cuanta documentación ha caído en su mano. Y, sobre todo, es un experto en el país del lejano Oriente por sus estancias allí, que le permitieron conocer la realidad nipona sobre el terreno.
En realidad, empezó a fraguar este libro durante su primer viaje, en 1995. Continuó en sus dos estancias (2001 y 2012) como corresponsal de Diario 16, El Mundo y El Confidencial y en un último viaje en 2019, ya por su cuenta. Y acabó, por ahora, en Málaga en 2020 cuando localizó en un pueblo de Málaga a una superviviente, Takako Gokan, que había ocultado su condición de hibakusha hasta hace 20 años. Con sólo once, Takako fue la única de su clase que sobrevivió a la bomba de Hiroshima.
El libro está construido a base de los testimonios de las víctimas. Son ellos los que hablan, sin apenas interrupciones por parte de autor, que se limita a escuchar y a incluir pequeñas descripciones (diferenciadas en cursiva) que nos ayudan a conocer a los personajes: los adornos que decoran su casa, los gestos que afloran a su rostro, las fotos de sus familiares perdidos que van mostrando, sus evocadores silencios fruto de la emoción al rememorar la tragedia. De ahí que haya tomado prestado para este artículo el título de Svetlana Alexievich Voces de Chernobyl, el que mejor define el espíritu del libro de Rivera.
Si estremecedor resulta el relato del momento de la explosión —la piel colgando, los gusanos saliendo de las heridas, las balsas flotantes construidas con cadáveres, la tremenda oscuridad en que quedó sumida la ciudad,…—, aún más estremecedor resulta comprobar la serenidad de las víctimas, su ausencia de rencor hacia quienes arrojaron las bombas, su sentido de culpabilidad por haber sobrevivido y por las atrocidades cometidas por el ejército japonés. O su silencio durante años por miedo a ser estigmatizados por sus propios compatriotas, o, incluso, por sus penalidades burocráticas para recibir ayuda médica por parte del Gobierno.
En el relato de Agustín Rivera, van apareciendo otros muchos asuntos para la reflexión y que ayudan a entender el sinsentido de la tragedia. La inutilidad de las bombas cuando la guerra ya estaba prácticamente acabada. La elección de Hiroshima y Nagasaki, que no habían sido bombardeadas previamente, para comprobar con mayor exactitud la capacidad destructiva. El hecho de que Estados Unidos nunca haya perdido perdón. O, más recientemente, el debate sobre la abolición del artículo 9 de la Constitución, en el que Japón renuncia a cualquier acto bélico y a disponer de un ejército.
El periodista incluso va más allá de Hiroshima y Nagasaki. En 2012, un año después del triple desastre de Fukushima —terremoto, tsunami y accidente nuclear—, viajó a la ciudad para recabar testimonios de las víctimas y comprobar cómo la nueva catástrofe nuclear había despertado en la sociedad japonesa el fantasma de lo ocurrido en agosto de 1945.
Recoge interesantes puntos de vista de expertos. Como el del hispanista Takashi Sasaki, quien está convencido de que “los japoneses han perdido su fuerza espiritual y ahora su dios es la comodidad”. Y, se muestra, además, muy crítico con el tratamiento informativo del drama. “Ante todo estamos hablando de una historia de mentiras —asegura—. Porque en Fukushima, en Chernóbil, en Nagasaki y en Hiroshima hay mentiras”.
Incluso llega hasta el presente y explica cómo las noticias sobre la invasión de Ucrania y la amenaza de Putin de utilizar armamento nuclear han revivido los temores de los hibakusha a que su tragedia se vuelva a repetir. Ni siquiera hoy pueden abandonar su temor, después de su lucha por acabar con la amenaza de nuevo armamento atómico —desde 1945 se han producido más de dos mil ensayos nucleares en todo el mundo—, de que “algún dirigente mundial apriete el botón rojo de otra bomba atómica”.
Ni siquiera hoy podrán morir tranquilos. “No les queda mucho tiempo —escribe Agustín Rivera—. Muchos han perdido la capacidad de recordar, algunos ya no pueden hablar y la mayoría han fallecido. Son los últimos testimonios del apocalipsis nuclear”.
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Autor: Agustín Rivera. Título: Hiroshima. Testimonios de los últimos supervivientes. Editorial: Kailas. Venta: Todostuslibros
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