§ Écr. l’Inf. Voltaire llegó a identificarse tanto con su cruzada contra el fanatismo que llegó a firmar algunas de sus cartas con la rúbrica “Écr. l’Inf”, abreviatura del célebre “Écrasez l’infâme”, “aplastad al infame”. Como dios, el infame posee muchos nombres. Y como el demonio, cada uno ve en él lo que más le conviene para atacar a los demás y justificarse a sí mismo. Así, el “infame” es el fanatismo para aquellos cristianos que no quieren renunciar a Voltaire y sostienen, con él, que es una actitud contraria a su religión. Mientras que el “infame” es el catolicismo para aquellos protestantes que, en virtud de que Voltaire se mostró, como suele decirse, dispuesto a morir por que ellos pudiesen afirmar aquello en lo que quizá él no creía, lo consideraron afín a su religión y contrario a la de sus enemigos. Para otros, el “infame” sería el cristianismo, en general, por ser totalmente incompatible con su deísmo, que conciben como la religión de la humanidad, basada en la creencia racional en un Dios arquitecto del mundo y garante de la moral. Finalmente, el “infame” también puede ser la religión en todas sus formas, de modo que su deísmo no sería más que una de tantas máscaras para evitarse problemas, al más puro estilo del larvatus prodeo de Descartes o del caute de Spinoza.
El debate está servido y el destino de esta nota no es cerrarlo. Baste señalar que, a pesar de que, desde un primer momento, Voltaire hizo de la crítica religiosa uno de sus rasgos más característicos, no será hasta la década de 1760, cercano ya a los setenta años, cuando este radicalizará sus posiciones. La verdad es que resulta impresionante la cantidad, la calidad y la radicalidad de los textos que irá publicando en estos años desde su casa de Ferney, a las afueras de Ginebra. Y son, precisamente, once de esas obras del Voltaire más radical las que la editorial Laetoli recoge, en traducción de Bernat Castany Prado, en este contundente volumen de Escritos anticristianos.
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§ Sermón de los cincuenta (1762). La primera de estas obras es el Sermón de los cincuenta (1762), que, a pesar de su tono deísta, reúne el argumentario básico de todo el resto del libro: básicamente que la Biblia, incluido el Nuevo Testamento, es un amasijo de fábulas absurdas, que no sólo atentan contra la razón, sino que también promueven una moral enferma:
“¡Dios mío! Si tú mismo bajases a la tierra, si me pidieras que creyera esa sarta de asesinatos, robos, homicidios e incestos cometidos por orden tuya y en tu nombre, te diría: «No, tu santidad no puede querer que esté conforme con esas horribles cosas que te ultrajan. Sin duda, quieres probarme».”
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§ Catecismo del hombre de bien (1763). La segunda obra es un delicioso Catecismo del hombre de bien (1763), en el que un monje cristiano recién llegado a la ciudad de Alepo, caracterizada en aquel momento por su diversidad religiosa, le pregunta a un hombre acerca de sus creencias religiosas. Éste le responde, en la línea de El filósofo ignorante (1766): “Temo no tener bastantes luces para juzgar bien los libros, y siento que tengo las necesarias para ver en el gran libro de la naturaleza que hay que adorar y amar al Señor”. Tras lo cual se queja de las divisiones violentas que provoca el fanatismo religioso:
“Me hallo, aquí, con cristianos armenios que dicen que no está permitido comer liebre; con griegos que aseguran que el Espíritu Santo no procede del Hijo; con nestorianos que niegan que María sea la madre de Dios; con algunos latinos que se jactan de que en el extremo de Occidente los cristianos de Europa piensan de otro modo que los de Asia y de África. Sé que, en Europa, diez o doce sectas se anatemizaban las unas a las otras; los musulmanes que me rodean miran con desprecio a todos esos cristianos que, no obstante, toleran. Los judíos también execran a los cristianos y a los musulmanes; los parsis los desprecian a todos; y los pocos sabeos que quedan no querrían comer con ninguno de aquellos que os he nombrado: el brahmán no puede soportar ni a los sabeos, ni a los parsis, ni a los cristianos, ni a los musulmanes, ni a los judíos”.
Más adelante, el “hombre de bien” condensa en un párrafo de antología la idea que el libertinismo, el spinozismo y la Ilustración poseían acerca del establecimiento de las religiones. Un eslabón a tener en cuenta entre el De los tres impostores anónimo y la Genealogía de la moral de Nietzsche:
“Un hombre con una imaginación fuerte se hace seguir por algunas personas con una imaginación débil. La muchedumbre aumenta; el fanatismo empieza; el engaño culmina. Un hombre poderoso llega; ve a una masa que se ha puesto una silla de montar sobre la espalda y un freno en la boca, así que monta sobre ella y la cabalga. Una vez que la nueva religión es recibida en el estado, el gobierno ya no está ocupado más que en proscribir todos los medios mediante los que ella se estableció. Ha empezado por asambleas secretas: se las prohíbe. Los primeros apóstoles han sido expresamente enviados para expulsar a los diablos: se prohíben los diablos. Los apóstoles se hacen traer dinero por sus prosélitos: aquél que se atreve a tomar dinero de ese modo es castigado. Dicen que vale más obedecer a Dios que a los hombres, y sobre este pretexto infligían las leyes: el gobierno mantiene que seguir las leyes es obedecer a Dios. En fin, la política intenta sin cesar conciliar el error recibido y el bien público”.
Pero lo más interesante de este Catecismo del hombre de bien son, quizá, las protestaciones de perplejidad en las que abunda el “hombre de bien”: “Sé que no soy nada; sé que en el fondo de mi nada no debo interrogar al Ser de los seres; pero me está permitido, como a Job, elevar mis respetuosas quejas desde el fondo de mi miseria”. “¡Cuántas incertidumbres me abruman en la importante investigación de qué es lo que debo adorar y en qué debo creer!” “Cuanto más leo, más confundido me siento. Busco prodigios dignos de un Dios, atestiguados por el universo”. “Torturo mi mente para comprender cómo un Dios pudo morir”.
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§ Las preguntas de Zapata (1766). En mi opinión, el tercer texto, titulado Las preguntas de Zapata (1766), es uno de los más interesantes de todo el volumen. Según Voltaire, se trata de las sesenta y siete preguntas que el licenciado Zapata había presentado, en 1729, ante la Junta de Doctores de la Universidad de Salamanca. Lo cierto es que, aunque todo el texto sea una invención, éste se inspira en la figura real de Diego Mateo Zapata, uno de los “novatores” españoles más importantes, que fue torturado y condenado a doscientos azotes por el Santo Oficio, ganándose el honor de que Goya le dedicase una acuarela en la que aparece en la prisión eclesiástica, acompañado por el lema: “Zapata, tu gloria será eterna”.
“4º. Si Dios es el Dios de Abraham, ¿por qué quemáis a los hijos de Abraham? ¿Y si los quemáis, por qué recitáis sus oraciones, incluso mientras los quemáis? ¿Cómo vosotros, que adoráis el libro de su ley, los matáis por haber seguido su ley?”
“11º. Desearía con todo mi corazón comer del fruto que pendía de las ramas del árbol de la ciencia, y me parece que la prohibición de comer de él es extraña, puesto que Dios, habiéndole dado al hombre la razón, debería haberle animado a que se instruyese. ¿Quería ser servido solamente por un necio? También querría hablarle a la serpiente, puesto que era tan inteligente, pero antes querría saber qué lengua hablaba. El emperador Juliano, ese gran filósofo, se lo preguntó al gran san Cirilo, que no pudo responderle, pero que le respondió a este sabio emperador: “La serpiente sois vos [1]”. San Cirilo no era muy educado, pero notaréis que no respondió esta impertinencia teológica más que después de la muerte de Juliano”.
“14º. ¿Cómo haré que parezca verosímil la historia de la torre de Babel? Dicha torre tuvo que ser más alta que las pirámides de Egipto, ya que Dios dejó que éstas se construyeran. ¿Llegaba hasta Venus, o al menos hasta la luna?”
“45º. Cuando veo a ese pequeño pueblo, casi siempre esclavo bajo los fenicios, bajo los babilonios, bajo los persas, bajo los sirios, bajo los romanos, tengo la sensación de que me va a costar conciliar tantas miserias con las magníficas promesas de sus profetas”.
Resulta especialmente interesante la pregunta, o conjunto de preguntas, número 66, donde Voltaire expresa su deseo de instaurar lo que Holbach no dudaría en llamar “una moral natural”:
“¿No les prestaré mejor servicio a los hombres no hablándoles más que de moral? Esta moral es tan pura, tan santa, tan universal, tan clara, tan antigua, que parece venir de Dios mismo, como la luz que pasa entre nosotros como su primera obra (Gn 1, 3). ¿No le dio a los hombres el amor propio para velar por su conservación, la benevolencia, la beneficencia y la virtud para velar sobre el amor propio, las necesidades mutuas para formar la sociedad, el placer para disfrutarlo, el dolor que nos advierte de gozar con moderación, las pasiones que nos dirigen hacia las grandes cosas, y la sabiduría que le impone un freno a esas pasiones?”
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§ La cena del conde de Boulainvilliers (1767). El cuarto texto, titulado La cena del conde de Boulainvilliers (1767), es una desenfadada conversación de sobremesa entre un abate, que representaría la ortodoxia católica, y un conjunto de personas, entre las que no sólo se halla el conde de Boulainvilliers, el primer traductor de Spinoza al francés y autor de unas Dudas sobre la religión, sino también la condesa de Boulainvilliers y Nicolas Fréret, autor de una deliciosa Carta de Trasíbulo a Leucipa de próxima aparición en esta misma colección. Los condes y el señor Fréret le plantearán al abate una serie de dificultades que éste irá encajando, cabe decirlo, con una entereza que no se decide entre la buena fe y la hipocresía.
El diálogo tiene momentos muy potentes, como cuando Fréret le responde al abate, quien acaba de citar el “Creo porque es absurdo” de Tertuliano (que atribuye erróneamente a Agustín de Hipona): “Mas ¿qué nos importan las ensoñaciones de un africano, unas veces maniqueo, otras cristiano, otras libertino, otras devoto, otras tolerante y otras perseguidor? ¿Qué nos importa su galimatías teológico?” El texto se cierra con la visita del abate de Saint-Pierre, que leerá algunos pensamientos sueltos: “La teología es a la religión lo que los venenos a los alimentos”. “¿No es vergonzoso que los fanáticos tengan fervor y los sabios no? Debemos ser prudentes, pero no apocados”.
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§ Examen importante de lord Bolingbroke (1767). El quinto texto, mucho más extenso, es el célebre Examen importante de lord Bolingbroke (1767), que responde, según Voltaire, al deber de luchar contra el fanatismo “multiplicando las armas contra el monstruo que devora la sustancia de una parte del género humano”. En poco más de cien páginas, se exponen, entre muchas otras cuestiones, las principales contradicciones que contienen los libros de Moisés (§ 1), la refutación de su presunto carácter divino (§ 3), una crítica burlesca del Génesis (§ 6), una crítica de las costumbres religiosas de los judíos (§ 7 y 8) y de los profetas (§ 9), una deconstrucción de la biografía de Jesús (§ 10), una crítica de la figura de Pablo de Tarso (§ 12), una enumeración de las principales imposturas de los primeros teólogos cristianos (§ 19-25), una denuncia de la falsa historia de los mártires (§ 26) y de los milagros (§ 27), una historia de las principales divisiones teológicas entre los primeros cristianos (§ 28-32) y una reflexión acerca de los excesos de la Iglesia romana una vez adquirió el poder (§ 32-38).
El texto se cierra con una cita extraída de una carta que el emperador Adriano le envió a Serviano desde Alejandría: “Todo el mundo tiene un solo Dios. Los cristianos, los judíos y todos los demás lo adoran con el mismo ardor: es el dinero”. Añade un Voltaire ecuánime: “Este es el dios del papa y del arzobispo de Canterbury”.
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§ Homilías pronunciadas en Londres en 1765 (1767). Siguen las cinco Homilías pronunciadas en Londres en 1765 (1767), que se centran en la cuestión del ateísmo (§ 1), la superstición (§ 2), la interpretación del Antiguo y del Nuevo Testamento (§ 3 y 4) y la Eucaristía (§ 5). El texto se cierra con una exhortación a la autocontención cognoscitiva y a la concentración de todas las fuerzas en la lucha contra la injusticia y la intolerancia:
“No hay una sola página en la Escritura que no haya sido objeto de disputa y, por consiguiente, de odio. ¿Qué debemos, pues, hacer, mis muy queridos hermanos, en las tinieblas en las que vagamos? Ya os lo he dicho, y creo que coincidís conmigo. Debemos buscar la justicia más que la luz, y tolerar a todo el mundo, a fin de que nosotros también seamos tolerados”.
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§ Consejos razonables al señor Bergier (1768). En los Consejos razonables al señor Bergier (1768), Voltaire se oculta tras el nombre de varias personas que le escriben al teólogo Bergier, quien acababa de publicar una Refutación con la que pretendía responder al Examen crítico de los apologistas de la religión cristiana (1766) de Nicolas Fréret. Estos falsos consejos que Voltaire finge dirigirle con el objetivo de reforzar su refutación, lo que hacen en verdad es poner de manifiesto sus inconsistencias y su mala fe. Acaba la carta con una crítica a toda especulación teológica y una exhortación a contentarse con las leyes de la moral natural:
“En fin, señor, estamos persuadidos de que, en el siglo en el que vivimos, la prueba más sólida que podemos ofrecer de la verdad de nuestra religión es el ejemplo de la virtud. La caridad vale más que la disputa. Una buena acción es preferible a la inteligencia del dogma. Hace apenas ochocientos años que sabemos que el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo. Pero todo el mundo sabe desde hace cuatro mil años que es necesario ser justo y hacer el bien. Por todo ello apelamos a vuestras costumbres antes que a vuestro libro, y os instamos a no deshonrar unas costumbres tan honradas con unos argumentos tan débiles y tan miserables, etc.”
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§ Epístola a los romanos (1768). Sigue una interesante Epístola a los romanos (1768) en la que no habla Pablo de Tarso, sino “un caballero romano de una antigua familia emigrada”, que “aún ama a su antigua patria” y llora el daño que le ha infligido el triunfo del cristianismo:
“La suerte de un esclavo de los antiguos romanos era cien veces mejor que la vuestra, porque podía adquirir grandes fortunas; mientras que vosotros, nacidos siervos, moriréis siendo siervos, y no tendréis más aceite que el de la extremaunción. Esclavos de cuerpo y esclavos de espíritu, vuestros tiranos no os permiten siquiera que leáis en vuestra lengua el libro sobre el que dicen que vuestra religión se funda. Despertad, romanos, a la voz de la libertad, de la verdad y de la naturaleza. Que esta voz estalle en Europa. Es necesario que la oigáis. Romped de una vez las cadenas que agobian vuestras manos generosas, cadenas forjadas por la tiranía en el antro de la impostura”.
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§ Discurso del emperador Juliano contra los cristianos (1769). El Discurso del emperador Juliano contra los cristianos (1769) incluye la traducción que el marqués d’Argens (al que se le atribuye la deliciosa novela libertina Thérèse filósofa, publicada también en esta colección), realizó de este opúsculo fundamental de Juliano el apóstata, a la que añadió unas jugosas notas, un retrato del emperador Juliano y un suplemento que se cierra con una poderosa llamada a luchar contra el fanatismo:
“Es hora de romper este yugo infame que la estupidez ha puesto sobre nuestra cabeza, y la razón sacude con todas sus fuerzas; es tiempo de imponer el silencio a los estúpidos fanáticos reclutados para anunciar estas imposturas sacrílegas, y de reducirlos a predicar la moral, que viene de Dios; la justicia, que está en Dios; la bondad, que es la esencia de Dios; y no dogmas impertinentes que son la obra de los hombres. Es tiempo de consolar la tierra, que los caníbales disfrazados de sacerdotes y de jueces han cubierto con sangre. Es hora de escuchar a la naturaleza, que grita desde hace tantos siglos: «No persigáis a mis hijos por tonterías.» Es la hora, en fin, de servir a Dios sin ultrajarlo”.
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§ Dios y los hombres (1769). En Dios y los hombres (1769), Voltaire realiza una historia crítica de todas las religiones. Se pregunta por sus fundamentos morales, o inmorales (§ 1-2), y reflexiona sobre los antiguos cultos en China (§ 4), India (§ 5), Caldea (§ 7), Persia (§ 8), Fenicia (§ 9), Egipto (§ 10), Arabia (§ 11), Grecia (§ 12), Roma (§ 13) y Palestina (§ 14). A continuación, describe y deconstruye las religiones judía (§ 15-30) y cristiana (§ 31-36), reflexiona sobre las causas del progreso del cristianismo (§ 37), critica la declinación platónica de este (§ 38-39), enumera las principales disputas teológicas en el seno del cristianismo (§ 40) y añade algunas «proposiciones honestas» (§ 43) y una serie de «axiomas» sobre la función social de la religión:
«No digáis que hay que engañar a los hombres en el nombre de Dios. Sería el discurso de un diablo, si hubiese diablos».
«Es el colmo del horror y del ridículo presentar a Dios como un pequeño déspota insensato y bárbaro, que dicta secretamente una ley incomprensible a algunos de sus favoritos, y que degüella al resto de la nación por haber ignorado dicha ley».
«Pero si mi pueblo razona, se alzará contra mí. Te equivocas. Cuanto menos fanático sea, más fiel será».
«¿Queréis que vuestra nación sea pacífica y poderosa ? Que la ley del estado prevalezca sobre la religión».
«¿Cuál es la menos mala de todas las religiones? Aquélla en la que se vean menos dogmas y más virtud. ¿Cuál es la mejor? La más simple».
Pero quizá el fragmento más curioso de Dios y los hombres es el capítulo 42, titulado “Jesús y los asesinatos cometidos en su nombre”, en el que Voltaire realiza una contabilidad de todos los muertos que, en su opinión, ha causado el fanatismo de los cristianos. Bastará con reproducir algunos elementos de esta curiosa lista:
«Durante el cisma de los donatistas en África no podemos contar menos de cuatrocientas personas masacradas a mazazos, ya que los obispos no querían que se luchase con espadas.
Pongamos………………………………………………………………….. 400
Ya hemos hablado de cuántos horrores y cuántas guerras civiles el mero término «consustancial » fue origen y pretexto. Este incendio recorrió todo el imperio en varias ocasiones, y se reavivó en todas las provincias devastadas por los godos, los burgundos, los vándalos, durante cerca de cuatrocientos años. No se nos podrá acusar de haber inflado nuestras cuentas si contamos a trescientos mil cristianos degollados por cristianos a causa de esta disputa, sin contar las familias desplazadas, reducidas a la mendicidad.
Ponemos, pues……………………………………………………………. 300.000
La disputa de los iconoclastas y de los iconolatras no costó, ciertamente,
menos de sesenta mil vidas………………………………………………… 60.000
No debemos guardar silencio sobre los cien mil maniqueos que la emperatriz Teodora, viuda de Teófilo, hizo degollar en el imperio griego, el año 845. Era una penitencia que su confesor le había ordenado, porque, justo en esa época, aún no se había ahorcado, empalado o ahogado más que a veinte mil. Esa gente bien merecía que se los matase a todos para enseñarles que sólo hay un buen principio, y ninguno malo.
El monto total sube hasta por lo menos ciento veinte mil………………… 120.000…»
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§ Historia del establecimiento del cristianismo (1777). En la Historia del establecimiento del cristianismo (1777), publicado un año antes de su muerte, Voltaire expone cómo los judíos ignoraron durante mucho tiempo el dogma de la inmortalidad del alma (§ 2), presenta cómo el platonismo penetró en el judaísmo (§ 3), enumera los diversos tipos de sectas judías (§ 4), presenta dieciséis dudas acerca de la persona de Jesús (§ 6), critica a Pablo de Tarso (§ 8), analiza la impregnación platónica del cristianismo (§ 9-11), reflexiona sobre su triunfo en el seno del imperio romano (§ 13-17), sobre el concilio de Nicea (§ 18), sobre la donación de Constantino (§ 19), sobre la figura de Juliano el filósofo (§ 20-21), sobre la tolerancia como principal remedio contra el fanatismo (§ 23), sobre sus excesos (§ 24) y sobre el teísmo (§ 26).
Cierra la obra, y el volumen, la siguiente declaración de intenciones, que busca ser tolerante hasta con el dogmático, a condición de que su fanatismo no lo convierta en criminal:
“Pero no voy a alzarme lleno de cólera contra los infelices que han pervertido de este modo su razón; me limitaré a compadecerlos en caso de que su locura no vaya hasta la persecución y el asesinato, porque, en ese caso, se habrían transformado en salteadores de caminos. Aquel cuya única culpa es equivocarse, merece toda compasión; pero aquel que persigue a los demás, merece ser tratado como una bestia feroz”.
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[1] Sobre las relaciones de Juliano y Cirilo, véase CR, consejo 17; y DJ.
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Autor: Voltaire. Traductor: Bernat Castany Prado. Título: Escritos anticristianos. Editorial: Laetoli. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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