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Volver a leer a Alice Munro

Volver a leer a Alice Munro

Cuando el pasado 14 de mayo de 2024 los periódicos anunciaron que había muerto, en una residencia de Ontario, la escritora canadiense Alice Munro a los 92 años, después de haber sufrido demencia senil durante el último periodo de su vida, me apeteció hacer un vídeo sobre ella en mi canal de YouTube, Bienvenido, Bob. En 2013 ganó el Premio Nobel de Literatura (el primero para Canadá) y yo me alegré por el relato corto, un género literario por el que siempre he sentido afinidad y que ­—al menos en España— ha vivido (y vive) denostado, a la sombra de la novela. De Alice Munro leí, sacándolo en préstamo de la biblioteca de Móstoles, el libro de cuentos El amor de una mujer generosa (1998), que me dejó una muy grata impresión. Más tarde me acerqué a su única novela, La vida de las mujeres (1971), libro que compré de segunda mano en un rastrillo benéfico, convencido de que se trataba de otra colección de cuentos. Erróneamente pensaba que Munro solo había escrito cuentos, aunque al inicio de su carrera también publicó esta novela que, en realidad, se puede leer como si se tratara de un conjunto de relatos, donde la misma joven protagonista nos narra distintos momentos de su vida. Me gustó la novela, aunque me sentí un tanto decepcionado porque no había sido un nuevo libro de cuentos. Desde entonces —como me recuerdo en el vídeo que grabé para homenajear a Alice Munro— he querido leer alguno más de sus libros, entre los que destaca Demasiada felicidad (2009), el que para muchos de sus seguidores es su mejor obra.

"A pesar de que el propio Fremlin admitió lo sucedido y existían pruebas que le culpabilizaban, Alice se posicionó de parte de su marido y cortó los lazos con su hija"

Dos meses después de su muerte, a los lectores nos ha asaltado una nueva noticia sobre Alice Munro: según ha publicado el Toronto News, Andrea Skinner, hija de su primer matrimonio con Jim Munro, sufrió abusos sexuales, desde los nueve años, por parte de su padrastro Gerry Fremlin, nuevo marido de Alice Munro. Andrea se lo comunicó entonces a su padre biológico, Jim, quien no actuó, y ninguno de los dos se lo contó a Alice. En 1992, cuando Andrea tenía 25 años, le hizo saber a su madre qué clase de persona era su segundo marido. A pesar de que el propio Fremlin admitió lo sucedido y existían pruebas que le culpabilizaban, Alice se posicionó de parte de su marido y cortó los lazos con su hija. Resulta difícil comprender el comportamiento de Alice Munro.

En redes sociales y periódicos no ha sido difícil, durante las últimas semanas, leer voces que aseguran que no van a volver a leer a Alice Munro. Me estaba extrañando, incluso, que nadie hubiese hecho un comentario sobre este sórdido asunto en mi vídeo sobre Alice Munro. Mi intuición inicial era cierta: sí ha venido alguna persona a hacerse eco de la nueva noticia, y a afear (retroactivamente) la lectura de esta autora; pero el comentario no había aparecido en el espacio habitual porque, al contener ciertas palabras que el propio YouTube entiende como potencialmente ofensivas, sitúa estos comentarios en un apartado llamado «Pendientes de revisión».

"Es posible que si nunca hubiese leído a Alice Munro y fuese simplemente el nombre de una escritora más en mi lista de pendientes, el deseo de leerla hubiera menguado en mí tras leer la noticia sobre su hija"

En este vídeo afirmaba, como digo, que me apetecía leer Demasiada felicidad. ¿Me ha dejado de apetecer? ¿Ha empeorado a partir de ahora la calidad de los relatos de Alice Munro? En un artículo reciente sobre este tema, la escritora Elvira Lindo afirma: «Hay algo íntimo que se ha roto. Los lazos que se establecen con una obra literaria no se basan solo en la excelencia en la escritura, como se quiere hacer creer; sería pobre y falso reducirlo a eso (…). Por esa razón me pareció simplista que de inmediato se hiciera oír la cantinela de los que nos enseñan a distinguir entre el autor y su obra (¡eh, amigos, gracias de nuevo!), esos vigilantes que nos previenen contra la cultura de la cancelación».

Es cierto que cada lector acaba creando vínculos emocionales con aquellos escritores que admira, pero es igualmente cierto que los artistas, en su vida privada, no tienen la obligación de convertirse en faros morales de nadie, y que muchas obras son grandes en contra, incluso, de sus creadores. La honradez moral (concepto susceptible de cambios según el momento histórico) no es ninguna garantía de excelencia artística, igual que, por supuesto, la maldad, la deshonestidad, la oscuridad o la tortura interior tampoco son, en sí mismas, piezas necesarias para la creación de una obra artística perdurable.

Mi novela favorita es El Quijote. ¿Cambiaría mi percepción sobre esta obra si salieran ahora a la luz unos documentos históricos que probasen que en 1610, entre la publicación de la primera parte de El Quijote y la segunda, Cervantes fue un asesino en serie, responsable de la muerte de decenas de personas? Quiero creer que no.

"¿Cuántas obras artísticas mediocres estaremos consumiendo porque sus autores poseen algunas características personales acordes a los principios éticos hegemónicos de un momento histórico?"

Es posible que si nunca hubiese leído a Alice Munro y fuese simplemente el nombre de una escritora más en mi lista de pendientes, el deseo de leerla hubiera menguado en mí tras leer la noticia sobre su hija, llegando ese deseo incluso a desaparecer. Pero yo ya he leído a Alice Munro, y sé que me gusta. En mí habitaba el deseo de leer más libros de relatos suyos, ¿debo dejar de hacerlo? ¿Debe prevalecer en mí una consideración ética hacia la persona que creó una obra que admiro? ¿He de leer ahora sus libros rastreando las oscuridades personales de la autora, o he de disfrutar, como antes, de su prosa inteligente, de sus relatos de 30 páginas que parecen novelas de 300 páginas y en los que disecciona el alma humana como podían hacerlo los rusos del siglo XIX?

También entiendo que, de haber salido esta noticia a la luz hace décadas, por ejemplo, a principios de los años 90, los editores canadienses o estadounidenses hubieran dejado de apostar por Alice Munro; su obra no se hubiera traducido al español, y yo no la conocería. ¿Cuántas obras artísticas excelentes nos habremos perdido por juicios éticos a sus autores? Y por el contrario: ¿cuántas obras artísticas mediocres estaremos consumiendo porque sus autores poseen algunas características personales acordes a los principios éticos hegemónicos de un momento histórico? ¿Qué parte de la percepción positiva de una obra artística se corresponde con la imagen pública que se desprende del autor o que el mercado promociona del autor?

Igual que no leería el libro de alguien simplemente por considerarlo una buena persona, no voy a dejar de leer a alguien por considerarla una mala persona. Creo que sí que voy a leer Demasiada felicidad de Alice Munro.

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Sergio Guzmán
Sergio Guzmán
3 meses hace

Ciento por ciento de acuerdo con usted, David Perez Vega. Los artistas, en este caso la escritora, son tan humanos como usted y yo, con sus bajezas y virtudes. También elijo los libros por la calidad de su contenido y no por la estatura ética de su autor. Por la misma razón es que seguiré viendo las películas de Woody Allen.

Marcus Oliveira
Marcus Oliveira
3 meses hace

La exigência de virtudes morales, de compromisos políticos, de una vida «pura» segundo los criterios de hoy son imposibles de serem alcanzados, incluso por aquellos que los exigem. Pero, cada cual deve ser libre para poner sus ojos y gastar su tiempo como quiserem e con quien quiserem.