La escritora cubana Wendy Guerra cree que “la moda siempre ha sido una forma de resistencia”, un mundo que describe en su última novela, La costurera de Chanel, llena de protagonistas femeninas con la que quiere rendir homenaje a las mujeres que han estado siempre en la parte trasera de la Historia.
La novela retrata esa revolución que supuso Chanel en la moda con una acción argumental que lleva al lector a un balneario de la costa atlántica, al París de la Primera Guerra Mundial, la Francia ocupada por los nazis o la Cuba de los años treinta. En una entrevista con Efe, Guerra, que desde hace cinco años vive en Miami, ha explicado que quería “romper con muchos prejuicios, y por eso está dedicada a todas esas mujeres que se soltaron el corsé, a todas esas manos que están detrás de cualquier prenda de vestir”.

Efe / Enric Fontcuberta
Además de la popular Coco Chanel, en La costurera de Chanel aparecen personajes históricos como Stravinski, Diáguilev, Christian Dior o Madame Boucicaut, propietaria del hotel Lutetia, que frecuentaron Picasso, Matisse, James Joyce o Samuel Beckett. “Se habla también de Napoleón, de la resistencia de las parisinas ante la ocupación alemana, que tuvieron que cambiar su atuendo en tiempos de conflicto para trabajar en las fábricas, se habla de las guerras, en las que las mujeres adquirieron un protagonismo, y de la moda, siempre marcada por los grandes procesos históricos”. A juicio de la autora cubana, “el espacio de libertad casi siempre empieza por el alma pero termina con el cuerpo”.
La escritora piensa que ésta es su “novela más universal”, hasta el punto de que una productora española y un director muy conocido —no quiere revelar el nombre todavía, por superstición— están interesados en hacer una serie televisiva sobre este libro, y “aunque hable de un tema aparentemente frívolo, la novela es profunda, dura y a la vez sublime”.
Guerra ha escrito su “primera novela en el exilio” y por eso es “más caribeña que cubana”, pero se ha tejido e hilvanado, por utilizar términos de la costura, frente al mismo mar que riega su Cuba natal y la España que la catapultó como novelista.
El punto de partida de la historia tiene algo de autobiográfico, pues Guerra se casó con un pianista cubano de origen francés, “de una familia que tenía misterios no desvelados, que después de la Segunda Guerra Mundial salió de Francia por razones desconocidas hasta ese momento, y con una abuela casada con un conde polaco. En definitiva, una historia envuelta en papel de regalo para una narradora”.
A eso se suma una pregunta: “¿qué diablos hacía Chanel en un desfile en La Habana, con todos esos edificios decadentes?”. En una Cuba de barbudos dominada por hombres siempre vestidos de color caqui, “la ropa era también una cuestión política. Estaba mal visto vestir bien, que era considerado como de burgueses, y coser un simple vuelo a un viejo vestido de los años 50 era cometer un sacrilegio”.
La autora anuncia, sin poder todavía dar muchos detalles, que en junio se proyectará en “un gran festival” una película con su primer guion cinematográfico.
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